viernes, marzo 14, 2008

Entre Gandhi y la tia Chofi

Autor: Javier Sánchez Díaz de Rivera
Publicación: La Jornada de Oriente, 14 Marzo 2008

Es cierto que la palabra espiritualidad remite con frecuencia a intimismos ciegos a la realidad lacerante de miseria. Tal vez por eso su nueva emergencia suscita reacciones airadas de quienes temen, y con razón, una vuelta a la edad media o a lo que la edad media suele simbolizar en el imaginario colectivo: cerrazón dogmática. Sin embargo es tiempo de desembarazarse del oscurantismo del siglo pasado que buscó sin éxito reducir todo lo humano a un problema de equidad económica-política y sumir toda la dinámica del sujeto humano a unos cuantos teoremas ideológicos. La complejidad de lo humano emerge con ejemplares patológicos como Stalin, como Hitler, emerge con el pobre más pobre, con el rico más rico, contigo o conmigo. Los grandes sueños revolucionarios pueden acabar en la piñata nicargüense, en campos de concentración o en engendros como los partidos revolucionarios que se institucionalizan. Por el otro lado los heroísmos cotidianos, los combatientes olvidados, los soldados de Salamina, e incluso los emblemáticos personajes de los idealismos más inspiradores como Gandhi , Luther King, la madre Teresa, o la tía Chofi de Sabines parecen llamar nuestra atención a profundidades misteriosas que se gestan en el silencio de cada quién y de donde salen fuerzas insospechadas.
Fuerzas insospechadas para conquistar la independencia de la India, para abrir camino a los derechos de los negros, para perdonar con una mirada, para cuidar la vida de un hijo, para confiar en el chofer de una pesera, para responder con serenidad a la muerte de un ser amado.
Alguna vez alguien reclamaba a Gabriel Marcel, ese filósofo francés, su obsesión por el “problema de la muerte”. No es el problema filosófico de la muerte lo que me obsesiona, dicen que contestaría, sino la muerte de mi padre, de mi madre, si tú te me mueres…el mismo se preguntaría más de una vez por el lugar de donde proviene las notas del músico creador, las palabras del poeta ¿de dónde provienen?
Como un violinista en el tejado, desnudándose de sus atávicas costumbres, al fin el equilibrio se consigue en el reconocimiento de una espiritualidad que algo tiene que, si bien cambia en sus formulaciones, no cambia en su fuente, permanece. Es el grito de la dignidad, la lucha por un derecho, la contemplación de una tarde o el llanto compasivo. No es una formulación religiosa, ni un conjunto ordenado de creencias, es sencillamente algo que se mueve.
Entonces hablar de espiritualidad no es una provocación a los fantasmas jacobinos, ni a la autonomía relativa de la razón, ni a los avances de la ciencia No es tampoco un grito desesperado por la prevalencia de la injustica. Es sencillamente un reconocimiento. Algo tienen Gandhi y la tía Chofi que valdría la pena encontrar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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