Autora: Luz del Carmen Montes Pacheco
Publicación: E-Consulta, 21 de septiembre de 2009
Son dos las acepciones de metodología según el diccionario de la Real Academia Española, la ciencia del método y el conjunto de métodos que se siguen en una investigación científica o en una exposición doctrinal.
Esta última, es la clásica definición que se maneja en la mayoría de los cursos de metodología de la investigación en educación superior. Cursos cuyos objetivos están planteados en torno a la enseñanza de los elementos indispensables de una investigación: planteamiento del problema, objetivos, justificación, contexto, marco teórico, y herramientas conceptuales y procedimientos estadísticos para medir, agrupar y procesar datos para que el estudiante –supuesto investigador- derive resultados y conclusiones para alcanzar el objetivo planteado.
Como culminación de dichos cursos, los profesores “inventan” algún problema para que sus estudiantes lo resuelvan y apliquen lo que se les ha enseñado. En otros casos, si los estudiantes tienen suerte, los profesores proponen que se aborde un problema de la vida cotidiana o un problema que se vincule de alguna manera a su futuro campo profesional.
Un resultado frecuente es que, cuando los estudiantes tienen que desarrollar su trabajo recepcional, conocido como tesis o tesina, recuerdan de manera vaga y fragmentada el conjunto de conceptos y métodos que les fueron enseñados, si es que no los han olvidado ya. Entonces normalmente los estudiantes sólo siguen las instrucciones de su asesor, entregan capítulo por capítulo y la elaboración de la tesis (que pocas veces es vista como un proceso de investigación) se convierte en un camino lineal y difícil porque no comprenden lo que hacen.
Mi hipótesis sobre este resultado es que la ciencia del método se enseña y se aprende sin conciencia, pues sólo está centrada en conceptos, en procedimientos y en algo de práctica, pero no está centrada en el sujeto que conoce y que puede decidir qué hace y explicar por qué lo hace. Me apoyo en algunas ideas de origen empírico y en otras de origen teórico, por llamarles de alguna manera. Me explico.
Soy profesora de cursos en los que la actividad principal de los estudiantes es el desarrollo de un proyecto de investigación y he podido reconocer que tienen un mejor desempeño cuando se trabaja con ellos para que entiendan lo que hacen y por qué lo hacen, y de que lo expliquen y lo defiendan públicamente. Los conceptos son aprendidos a partir de la comprensión y la aplicación de cada uno de los elementos; con una visión de conjunto y a partir de problemáticas reales, que forzosamente deben estar vinculados al campo profesional por el que los estudiantes optaron. Seguimos, profesora y estudiantes, una ruta de aproximaciones sucesivas, que nos obliga a no perder la totalidad del proceso.
Por otro lado, cuando me obsesionaba la metodología de mi investigación doctoral, encontré dos acepciones que abrieron mi mente: metodología como una “Manera de pensar la realidad social y de estudiarla” de Anselm Strauss y Juliet Corbin; y metodología como “Un alto nivel de conciencia explícita sobre cómo realizar una tarea”, de Javier Nava. Manera de pensar mi problema de investigación y conciencia explícita de lo que hacía, fueron dos de los pensamientos que me acompañaron en los últimos meses de mi investigación.
A partir de esa experiencia, como profesora he pasado de un nivel en que intuitivamente provocaba a mis estudiantes para que explicaran lo que hacían y cómo lo hacían, a un nivel de conciencia en que busco día con día estrategias para desarrollar conciencia de lo que hacemos. No puedo decir que lo he logrado, sólo puedo decir que estoy en ese camino.
En la búsqueda, he leído con nuevos ojos el libro “Educar en la era planetaria” escrito por uno de los grandes pensadores de nuestros tiempos Edgar Morin, y sus dos coautores Ciurana y Motta, donde afirman que el método no puede ser visto como una serie de recetas eficaces para resolver un problema sino que: “Es un viaje, un desafío, una travesía, una estrategia que se ensaya para llegar a un final pensado, imaginado y al mismo tiempo insólito, imprevisto y errante. No es el discurrir de un pensamiento seguro de sí mismo, es una búsqueda que se inventa y se reconstruye continuamente”.
Creo que todas las personas, no sólo estudiantes, profesores, profesionistas e investigadores, debemos desarrollar conciencia de nuestro método, de cómo hacemos lo que hacemos y de por qué lo hacemos.
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