Autor: Martín López Calva
Publicación: La primera de Puebla, 31 de mayo de 2010
El mundo de hoy exige aprendizajes aplicables, útiles, prácticos. “No hay tiempo que perder en aprendizajes inútiles” en la escuela, parece ser la consigna de una sociedad marcada por un énfasis casi absoluto en la productividad, el mercado, la ganancia económica.
Sociedad del conocimiento llaman a este horizonte en que vivimos los seres humanos del principio del siglo XXI. Viendo este rasgo tan marcado de utilitarismo y eficientismo, parece que más bien tendríamos que hablar de sociedad del manejo práctico de información. En efecto, nos encontramos en un escenario en el que abunda la información aislada, de carácter instrumental, que debe ser asimilada y aplicada con la mínima mediación.
De este modo nos enfrentamos día a día a demandas sociales que exigen reformas curriculares que capaciten mejor a los educandos para resolver problemas prácticos y desarrollar habilidades y competencias que los hagan enfrentar los retos del mercado laboral y las necesidades de eficiencia y eficacia que pide el mundo global.
Este escenario ha ido generando un paulatino desplazamiento y minimización de las asignaturas de Humanidades en los planes de estudio y una sobredimensión a materias de tipo práctico o técnico. Recientemente se ha vivido en México por ejemplo, la polémica respecto al intento de desaparecer la Filosofía del currículo de la educación media superior. Cada vez más se habla de la necesidad de materias de computación, idiomas, administración, finanzas, etc. Los mismos estudiantes reclaman al profesor: “¿Esto que estamos aprendiendo, PARA QUÉ NOS VA A SERVIR?
Sin embargo, este mismo mundo nos presenta cada vez con mayor intensidad situaciones que hablan de la necesidad de una formación para la convivencia pacífica entre ciudadanos y naciones, para el respeto a la naturaleza, para la búsqueda de equidad y justicia, para la tolerancia y el respeto a la diversidad cultural y religiosa, etc.
La paradoja de este mundo en que vivimos se manifiesta en esta exigencia de enfatizar lo útil y lo práctico que se sobrepone simultáneamente a esta necesidad urgente de educar para un cambio de modelo civilizatorio, para una visión más sustentable de la organización social, para una preocupación ética genuina, para un compromiso social cada vez más apremiante.
¿Qué hacer como sociedad y como sistema educativo para enfrentar esta paradoja?
De alguna manera los grandes intelectuales de hoy nos plantean respuestas que pueden sonar contradictorias respecto al modelo dominante, contraculturales respecto al horizonte vigente, pero cada vez más pertinentes si miramos a la realidad con espíritu crítico a partir de los enormes problemas y de la profunda crisis en que se encuentra la humanidad contemporánea.
Edgar Morin, en su libro: “La mente bien ordenada” nos plantea la necesidad de que en la educación actual las humanidades “sean magnificadas y no sacrificadas” en aras de asignaturas técnicas o utilitarias. Bernard Lonergan en su obra magna: “Insight: Estudio sobe la comprensión humana” nos plantea la urgencia de formar personas que “sean profundamente prácticas, renunciando a lo que se considera que es lo práctico”, porque solamente el desarrollo de la inteligencia crítica y responsable –la que mira más allá de lo útil y de lo inmediato- puede salvar a la humanidad.
De manera que hace falta que los responsables de las reformas educativas,los directivos de las instituciones de formación de todos los niveles y los profesores que están trabajando día a día en la formación de los futuros ciudadanos, sean capaces de una reflexión seria sobre el papel del conocimiento “desinteresado” en la educación y recuperen espacios para la gratuidad en el proceso de enseñanza-aprendizaje.
Porque si bien el aprendizaje de cosas “útiles y prácticas” debe tener un lugar en la educación actual por las características de la sociedad de mercado en la que nos encontramos, también es cierto que el aprendizaje “gratuito”, el aprendizaje de lo que se considera “inútil” o poco “aplicable” en lo inmediato tiene un papel fundamental.
“Aprender lo paranada”, estudiar lo “inaplicable”, como la Filosofía, la Historia, la Literatura, la Poesía, es lo que puede dar a los estudiantes herramientas para poder “vivir para vivir”, más allá de la simple supervivencia económica: aprender a gozar de la vida, a dar vida y ayudar a vivir a otros, aprender, en fin, “en qué consiste ser humano”, en un entorno marcado por la complejidad y la incertidumbre.
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