domingo, junio 06, 2010

¿Cambio de gobierno o de régimen?

Autora: Celine Armenta
Publicación: El columnista, 02 de junio de 2010.

El sol muere en el ocaso y nos vamos a dormir con la confianza, o la flojera, de saber que mañana será un día muy similar al de hoy. Tal como cada fin de año nos llenamos de propósitos para cambiar hábitos y construir virtudes, pero reposamos en la serenidad de que casi nada cambiará. En lo medular todo sigue igual; nos resignamos a convivir con casi todo lo que alguna vez nos pareció intolerable. Nos acostumbramos.

     Así, igualito, nos enfrentamos a las elecciones del próximo julio.
     Tendremos nuevas caras en puestos estratégicos para asegurar que las diferencias naturales no se conviertan en más injusticias y abusos. Eso supone honestidad y compromiso especial con quienes tienen "menos saliva y están tragando menos pinole". El puesto presenta retos serios porque Puebla y sus municipios arrastran problemas viejos a los que se suman problemáticas de nuevo cuño.
     En principio nos jugamos muchísimo, por lo cual llama la atención que, al menos en apariencia, estemos muy tranquilos. Mi explicación a tan evidente flema es que más o menos explícitamente sabemos que todo seguirá igual. Que lo único que está en juego es el color de los pendones y los anuncios espectaculares en toda la entidad.
     Las campañas llenas de promesas paternalistas y de acusaciones parecen decirnos a gritos auditivos y visuales que lo importante es darle el triunfo a uno u otro con la confianza de que lo malo seguirá mal; y lo bien hecho no se deteriorará mucho. Quizás se alteren prioridades. Habrá obras y aciertos, como siempre; errores y corrupción, como siempre también. Habrá avances palpables en ciertos campos; y abandonos en otros. La impunidad ahondará su presencia, buenos servidores públicos quedarán en el aire en tanto que vivales abusivos ya tienen estrategias para enriquecerse.
     Lo más probable es que programas emblemáticos de las administraciones actuales sean desdeñados y desaparezcan. ¿Sobrevivirán por ejemplo la vitalidad y la presencia del Instituto Municipal de Arte y Cultura? ¿Se mantendrá la disciplina laboral en las secretarias gubernamentales? Los festivales artísticos que tanto hemos disfrutado, los conciertos gratuitos, el apoyo a acciones juveniles ¿sobrevivirán al cambio?
      No lo sabemos, pero en el fondo, en un balance total y sin fijarnos en acciones, programas y personas concretas, parece que todo seguirá igual.
     ¿Qué partido ganará? Ya circulan las quinielas aunque excepto por los apostadores y por quienes han uncido su futuro laboral y sus ambiciones políticas a determinado candidato, los resultados parecen importarnos poco.
     No hay visos de que ahora sí vayamos a dar un salto hacia futuros radicalmente mejores. No aparece en el horizonte nada que nos haga detener la respiración un par de segundos, expectantes, realmente esperanzados. No se avizora una entidad solidaria en la que desaparezca la pobreza extrema; ni siquiera una ciudad responsable en la que desaparezca la basura que con estos primeros aguaceros ya taponea las coladeras. Por lo que veo, no creemos en tales cambios, no los esperamos ni los tememos.
     Estamos tranquilos, tranquilas. Nos seguiremos quejando hasta el aburrimiento de las autoridades; achacándoles nuestras desgracias, con una actitud y conducta propia de los esclavos, de quienes están sujetos a otro, de los seres inmaduros e irresponsables.
     ¿Aumenta el número de desempleados? ¿Los mendigos en el centro histórico se multiplican? ¿La educación no rinde los frutos deseados? ¿Aumenta la violencia hacia niños, niñas y mujeres? ¿Hay protección para empresarios turbios en tanto que se pierden empleos? Ya tendremos caras nuevas para culparlas de todo ello.
     En el pasado' reciente los cambios formales, sean de partido o no, han preservado prebendas y vicios, y alterado muy poco los asuntos de envergadura. La alternancia en la presidencia de la República, por ejemplo, no ha representado cambios relevantes en el país; los cambios perceptibles no han sido necesariamente mejoras; y las mejoras difícilmente pueden acreditarse al cambio.
     En el fondo las cosas siguen igual. No ha llegado el día de sentirnos satisfechos, orgullosos de saber y que nosotros nos gobernamos. El día de la democracia aún no ha llegado, aunque la novedad es que ya no nos queda otro camino que cambiar de veras. El modelo vigente ya no aguanta más tensiones.
     La nostalgia de nuestra militancia pasada junto con las cicatrices y amistades conquistadas en marchas y plantones no sólo no basta; de hecho estorba pues crea en muchos de nosotros la falsa fortaleza de sentir nos comprometidos siendo que en realidad estamos cansados, desencantados o simplemente vencidos por la flojera.
      Ahora bien, para construir democracia hay que esbozar al menos un plan, revisar nuestra noción de democracia, y desbrozarla de cuanto no lo es.
     No es democracia la alternancia. Y aunque tanto el ejercicio del voto como .el respeto escrupuloso a los resultados de la votación son cruciales, tampoco aseguran democracia. En contraste, las campañas sucias, los mensajes que simplemente desacreditan a los candidatos y buscan infundir miedos, sí atentan contra la democracia.
     También atenta contra la democracia la imposición de agendas personales o colectivas a toda la ciudadanía. Por ello, la reciente penalización del aborto en la mitad del país, es un retroceso en nuestro breve y sinuoso camino a la democracia.
     Sí es democracia promover el pleno ejercicio de los derechos de todos, tal como se vivió por ejemplo el 29 de mayo en la IX Marcha Anual contra la Homofobia. La organización impecable de los jóvenes activistas, el papel respetuoso de las autoridades, la diligencia de los responsables de protección civil y de la policía municipal y el acompañamiento festivo y solidario de la sociedad, fueron lecciones de democracia.
     Lo importante no es el color del partido en el poder; sino que los ciudadanos asumamos nuestro papel de gobernantes, corresponsables los unos de los otros. Esto es democracia, para la cual hay que romper inercias, crear comunidades solidarias y redes de participación ciudadana. La democracia dota de sentido a la política y a la convivencia civil. Sin ella, el dispendioso teatro de las elecciones no pasa de ser un montaje inútil.
     Para que este cambio tenga lugar no se necesita un calendario electoral, aunque podemos aprovecharlo perfectamente, pues propicia hablar de nuestras necesidades y aspiraciones, temores y hartazgos.
     El cambio hacia la democracia se da al interior de cada ciudadano, de cada grupo doméstico y de cada vecindario. Es lo que posibilitaría que los condóminos dejaran de ensuciar las escaleras de su edificio y de cercar y apropiarse abusivamente de las zonas comunes; aseguraría la celebración de asambleas donde las mesas directivas rindieran cuentas y explicaran sus propuestas, y los vecinos expusieran necesidades y discutieran y resolvieran soluciones. Dinámicas similares se darían en comunidades laborales, estudiantiles y deportivas.
     Este cambio no es gravoso; pero es invaluable. Y aquí los ciudadanos de a pie somos insustituibles. No se trata de cambiar gobernantes, sino de cambiar de régimen; se trata de construir democracia en vez de, una vez más, sucumbir ante la adicción al poder de unos cuantos, y la flojera del resto, para que todo siga igual.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Por qué huiste del convento?