Publicación: Síntesis, Tlaxcala, 28 de mayo de 2010
En las primeras décadas del siglo XX la situación de los campesinos no había sido objeto de interés para académicos ni para el Estado. Pasado el movimiento revolucionario y siguiendo el ideal de progreso y modernización de un país que se había quedado en el letargo se hizo necesario comprender sus formas de vida, sus costumbres y dinámicas, vistas como atrasadas, para tejer estrategias que apresuraran su “incorporación” a la vida nacional.
Bajo esta necesidad se creó en 1917 la Dirección de Antropología de la Secretaria de Agricultura; Manuel Gamio fue designado como director. Su tesis fundamental se centraba en afirmar que la gloria de la cultura indígena había quedado relegada al pasado precolonial, por lo que las pequeñas naciones dentro del país eran piedras que obstaculizaban el camino hacia la unidad nacional. Entonces, surgió un debate: ¿se tendría que hacer una incorporación absoluta de estas culturas a la mestiza o la incorporación tenía que ser relativa preservando algunos elementos? Gamio se inclinó por una incorporación total y el Estado caminó con dicha tesis durante poco más de cuatro décadas.
Para 1970 el campesinado volvió ser objeto de preocupación porque cayó la producción agrícola de alimentos hasta llegar a niveles de menos cero y el plus era que cada vez más se insertaba en la economía nacional un modo de producción capitalista que no integraba a los campesinos, quienes seguían siendo la mayoría en el país. Saber hacia dónde iba este sector recayó en una discusión que abordaron los campesinistas y los descampesinistas.
La versión descampesinista giraba en torno a que se tenía que dejar paso libre al despojo campesino sin interferir, porque hasta ese momento habían recibido medidas proteccionistas y románticas que no eran favorables para el desarrollo nacional. En contraposición, los campesinistas aseguraban que el Estado tenía la obligación y capacidad política para llevar a cabo programas que garantizaran un nivel de vida digno a los campesinos. Los descampesinistas ganaron la batalla.
Lo anterior explica dos cosas. A pesar de que el país cuenta con una larga historia construida sustancialmente por los campesinos, éstos siguen sin constituir un objeto de reflexión privilegiado con lo que se pierde la oportunidad para que se erijan como una fuerza motora que apunte al país hacia el desarrollo.
Por otro lado la falta de interés real en los campesinos explica por qué están enrolados en una compleja red de relaciones personalizadas con los líderes quienes confunden las concesiones del Estado como favores personales que se pagan con la fidelidad y la obediencia. Es por ello que han constituido una de las bases de apoyo político de los regímenes verdes y azules que no ha sido activo sino pasivo y desorganizado; que no ha sido explícito y orgánico sino factual y que se ha cristalizado ante todo en actos de manipulación. Por todo esto Warman asegura que han sido y seguirán siendo “los hijos predilectos del régimen”. El pasado sigue tan presente.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario