martes, septiembre 11, 2012

Las impurezas del documental


Autor: Ramón Felipe Tecólt González
Publicado: La Primera de Puebla, 05 de septiembre de 2012

     Erróneamente pensamos que al ver en el cine –incluso en la caja idiota-- algún “documental” estamos viendo una producción con datos incuestionables capaces de probar o mostrar algo y que tienen que ver con una mentalidad que cree que lo real y lo objetivo conectan directamente con la verdad a través de un concepto que se denomina prueba o por lo menos,  ver el fantasma de lo real en una apariencia de realidad.
De aquí se deduce que el cine documental ha existido para dar al espectador documentos, pruebas irrefutables y verdaderas de algún suceso o tema en particular. Pero realmente esto no es así, siempre hay alguien detrás de estos documentos –y cualquier otro tipo de documento—que lo confecciona: el director, el cine fotógrafo, el guionista, y detrás de ellos, las productoras, televisoras o instituciones mediáticas con ciertas líneas editoriales (o políticas); por lo tanto, más que probar la realidad, se refieren y describen a quien o quienes lo producen.
     Lo más sensato es olvidarse del término documental y adoptar “cine de lo real” para determinar a este género cinematográfico-televisivo que busca su materia prima en la realidad en vez de hacerlo en la ficción. Las reglas básicas del documental rezan que se debe de colocar la cámara en una situación o lugar determinado y se captan imágenes prácticamente sin intervenir pero pocos han respetado la regla, los demás procuran dar la sensación de que se respeta dicho modelo. La cámara es en definitiva, un factor de intromisión en cualquier documental, por lo que hay cierto grado de desapego con la realidad.
     Hay quienes piensan que trabajar cinematográficamente con la realidad implica extraer fragmentos de algo que existe para que de esta manera se conviertan en documentos y pretender utilizarlos como prueba.
     Hablar de cine de lo real, supone encaminarse en la dirección correcta dejando de lado la cadena de evasivas que la palabra “documental” lleva consigo; ello ha permitido al “documentalista” trabajar con las manos libres.
     Los reality shows mantienen a la audiencia pegada al televisor donde se muestra la estupidez en su más alto grado, no basta con mostrar la cámara, sin pudor en la escena como parte del espectáculo. Este procedimiento está ubicado aún en las viejas reglas del documental, en lo que algunos autores definen como fetichismo de lo real, aquello que arrastra a los cineastas o realizadores no sólo a la búsqueda de un objeto inexistente, sino a fijar el significado en una simple referencia vana.
Al trabajar con lo real, se va en busca de “gestos” individuales y sociales, visualizándolos por medio de la cámara y ordenándolos con los elementos reales. Los gestos constituyen el significado visual de la realidad, es poner atención a lo que hacen y dicen las personas. De este modo, la suma de acciones de las personas da como resultado un gesto individual y social, que no es más que la visualización cinematográfica de un conjunto de acciones que conforman un comportamiento individual dentro de una estructura social.
     Hay dos maneras de concebir el cine de lo real: pretender dar a ver lo real o plantearse el problema de lo real. El nuevo documental, el “film-ensayo” protagoniza el resurgimiento de este género y propone un cambio en su concepción ya que se enfrenta con este pensamiento complejo. No se trata de sustituir la objetividad por el conocimiento, sino de complementarla y poner de manifiesto los problemas que esconde la llamada verdad objetiva. Se sabe a voces que la objetividad se puede manipular y desinformar tanto como uno quiera. La relación entre verdad y mentira es meramente de índole ética, es un asunto de honestidad personal. Un film-ensayo ofrece más herramientas para trabajar con la verdad, capaz de mostrar los fenómenos que están implícitos en ella.
     Este nuevo documental no puede dar el salto hacia el cine de lo real sin antes escribir las emociones, apelar a estas es requerir a la subjetividad pura y dura, a todo aquello que está más allá de la ciencia junto con las emociones de la realidad. Las emociones también poseen su historia y cada una de ellas se cristaliza en el modo más adecuado para que este género comience a tornarse interesante, mostrándose capaz de construir una visión amplia, densa y compleja de un objeto de reflexión en un discurso sensible sobre el mundo.


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