martes, septiembre 18, 2012

Orgulloso docente

Autor: Gonzalo Inguanzo Arteaga
Publicado: e-consulta, 12 de septiembre de 2012

     Domingo en la tarde y me toca escribir esta colaboración, un escrito que siempre redacto preguntándome si alguien la lee, si alguien se toma cerca de los tres minutos de lectura requerido y que para mí generalmente significan una media hora de elaboración. Justo es decir que más allá de la respuesta que pueda tener mi pregunta, la verdad es que disfruto la oportunidad que tengo de poder expresar en palabras las ideas que me abordan en mi día a día.
     Ser docente o maestro es todo un reto en la actualidad, y hablo de reto porque es un tema que está en boca de muchos y no sólo de aquellos que nos desempeñamos en un ámbito educativo. Ya sean políticos, padres de familia o los mismos alumnos, todos opinan y refieren la importancia de la labor del docente, del impacto que tiene ésta para el presente y futuro de nuestra nación.
      Quiero compartirles parte de una conversación que tenía el otro día con una colega y que surgió de la imposibilidad de tener una actividad como docente este semestre. Esta compañera me cuestionaba sobre si me sentía aliviado de no tener que dar clases, esto debido a que asumí nuevas y complejas ocupaciones. Empecé por decirle que valoraba sobremanera que otra maestra hubiera podido sustituirme, pero que buscaría sin lugar a duda la oportunidad de regresar en enero del 2013 a estar frente a grupo, pues siento desde hace ya 17 años la necesidad de enfrentar este tipo de reto.
     Más allá de ser un psicólogo convencido, siempre me he sentido realizado siendo ese maestro que se para frente a un grupo de alumnos a enfrentar el reto de ser guía y referente en su proceso formativo, sea esto como persona y/o profesional. Precisamente como psicólogo sé de la importancia de la constante retroalimentación, lo vital de estar actualizado y que mejor actualización podemos encontrar que aquella que te obliga a estar capacitado para formar a otros, la obligación que aceptas de ser pauta y modelo.
     Recuerdo que mi primer contacto con la docencia surgió de una invitación a acompañar a una maestra titular de la Universidad de la Habana que tenía tantos alumnos en su materia que precisó dividir a esos 76 alumnos en dos grupos, y de esa forma en 1996 impartí mi primera clase de Psicología Cognitiva, específicamente el funcionamiento de la memoria. Fueron 3 semanas de estudio intenso, espacio donde se hicieron presentes aprendizajes previos para llegar un día a ser docente de 40 alumnos que sólo tenían 6 años menos que yo. Aún cuando han pasado muchos años de esa primera clase impartida, sigo sonriendo por lo feliz que me sentí, tan pleno que por 4 años impartí clases en la Facultad de Psicología sin que mediara nunca un pago por este ejercicio tan enriquecedor.
     Desde esa primera experiencia acepté que ser docente es una bendición, y digo bendición porque más allá de las habilidades propias para saberse explicar, uno necesita reconocerse como tal, tiene que sentir la necesidad de estar inspirado para influir en otro, impulsar a tus alumnos a ser curiosos y no aceptar lo que se dice o se lee por el simple hecho de que alguien con anterioridad ya lo planteó; la bendición de poder despertar en el otro la aceptación de sus potencialidades, de reconocer sus afectos en relación a sí mismo y de los otros. Un docente invita a comprender y cambiar, promueve la confianza, el valor de la creatividad y sin importar el nivel en el que se desempeña como docente busca preparar al estudiante para reconstruirse ante cada nuevo reto que enfrenta.
     Termino con esta frase de una canción de Silvio Rodríguez quien dice: al final de este viaje en la vida quedará nuestro rastro invitando a vivir. Creo firmemente que un docente que ama y disfruta lo que hace sin lugar a duda deja un rico rastro para otro ser humano.



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