miércoles, octubre 22, 2014

No podemos darnos el lujo de perder la indignación

Autor: José Rafael de Regil Vélez, si quieres conocer más datos del autor, haz click aquí
Publicado en Síntesis Tlaxcala, el 22 de octubre de 2014 en la columna Palabras que humanizan


Hoy también estoy enojado…
               La semana pasada Martín López Calva, entrañable amigo y educador encomiable, publicó en su columna Educación personalizante, en el medio digital Lado B, un texto provocador, rudo, casi como un reclamo y una invitación exigente: Educar la indignación (http://ladobe.com.mx/2014/10/educar-la-indignacion/). En él hace eco de lo que vivimos entre el dolor, el pasmo y la lamentable tendencia a acomodarnos en la realidad que no, no está bien, aunque pudiera parecer normal, cotidiana. Como apasionado de la causa de lo humano nos invita a que desde la esperanza acompañemos la formación de las emociones para no dejar morir el sentimiento de enojo vehemente contra los actos de quienes nos tienen en un México que ve achatados los espacios para la dignidad humana, para la vida en justicia, en libertad, en posibilidad creativa, solidaria.
                Esta mañana Tupak Cilia, joven economista, servidor público en un municipio tlaxcalteca, escribió en la biografía que comparte en Facebook:
Si me preguntan el por qué estoy triste, tendré que responder que he conocido las sonrisas que día a día va apagando el hambre. Tendré que contenerme para no maldecir a la ignorancia que devora las esperanzas de un futuro sin pobreza. Si me preguntan el por qué de mi tristeza, he de responder que me duele la vida de 53 millones de seres que hoy no sabrán lo que es cenar, que siento el frío de aquel al que su hogar le fue arrebatado de la mano de los sueños del progreso. Me arde el alma al saber mis hermanos mueren en una mina o una fosa, porque aún muertos me han heredado la llama de su lucha.
Camino con la ausencia de los desaparecidos pesando sobre mis pasos; retumban en mis oídos y en todo mi ser los gritos que reclaman su regreso.
Me destroza la vida el alcance de la violencia con la que me topo a diario; la incertidumbre de no saber si mi hermano llegará a casa.
En resumen; Me duelen el hambre, el frío, la ausencia, la violencia; me duele la vida. Me duele México. Me dueles mundo.
                Hoy, ante los desaparecidos y las fosas comunes clandestinas, las órdenes de aprehensión hacia quienes se manifiestan opuestos a proyectos gubernamentales, la violencia múltiple que permea ambientes y espacios, los profesionales de la política que ya no logran ver de México sino lo que quieren y después lo justifican con las quiméricas palabras de su discurso insensato, el empleo tan mal pagado, la desfachatez de los delincuentes organizados y sus vínculos con el poder público, la pobreza extrema, el analfabetismo funcional, la educación reductiva, el sindicalismo corrupto y corruptor y tantas cosas inhumanas y deshumanizantes, no puedo sino unirme a Martín, a Tupak y a quienes gritan: ¡No podemos darnos el lujo de perder la indignación!
                No, lo que vivimos no es normal, solo ha aumentado su frecuencia estadística. El desorden se ha establecido y acomodarse a él no le quita el carácter de desbarajuste, por más asentado que esté. 
               Quiero gritar a las nuevas generaciones, las que hace tan solo uno o dos lustros tenían 6, 7, 8, 9 o 10 añitos que aunque hayan crecido viendo lo inhumano como algo cercano, casi familiar, de ninguna manera es la forma de vida, ni el camino, ni la posibilidad del futuro deseable. Para ellos y no solo los mayores también la indignación es presupuesto ético para dar paso; que sí son posibles, pero que no saldrán de la tranquilidad y el falso sosiego que dan acomodarse a lo que sucede en tanto no produzca una afectación personal.
                El enfado lleno de esperanza, acompañado de la razonabilidad y la lucidez de entender que lo humano es una tarea posible, es la energía que provocará el dinamismo que requerimos para ser responsables con el momento histórico que nos ha tocado vivir. Es el enojo compartido, dialogado, manifestado que se vuelve cauce de participación en las múltiples formas que están en nuestras manos, el que nos llevará milímetros, centímetros o metros más cerca del anhelado día para la humanidad posible.
               Hoy también estoy enojado. Sí, esperanzadamente irritado quiero decir: no perdamos la indignación, que sí hay lugar sensato para la paz y la justicia, para la vida fraternamente digna. La apuesta por encima de los injustos, los corruptos y violentos bien sigue valiendi la pena.

2 comentarios:

Braulio dijo...

Pareciera que el horror de la violencia nos ha enseñado una pedagogía de lo inhumano, del horror vacui y de la desesperanza, pero ante esto me gusta que refrendes la pedagogía de la esperanza actualizada como pedagogía de la indignación. Gracias! Rafael por tu reflexión y pensamiento esperanzador.

Martha Velda dijo...

Estimado Rafael, el hombre que ha escrito para los oprimidos, ha escrito sobre la pedagogía de la esperanza, la pedagogía critica y hoy acercarnos a la pedagogía de la indignación nos remite a reconocernos nosotros mismos entre los rostros ausentes y violentados, recordándonos que no estamos solos que somos una comunidad enojada, dolida pero sobre todo que lucha, piensa ,siente y camina entre la esperanza del otro y por el otro. Gracias por recordamos lo comunes y vulnerables que somos. Martha Velda.