Autor: José Rafael de Regil Vélez
Publicación: Síntesis Tlaxcala, 25 de febrero de 2010
La reciente reforma del artículo 40 constitucional, el cual ha definido al Estado mexicano como laico, ha suscitado un gran debate y vale la pena sumarse a él porque tiene implicaciones en nuestra vida diaria.
México ha sido concebido como país laico desde el siglo XIX. La razón no es fortuita. Una mirada al pasado nos puede ayudar un poco: nacimos como un país totalmente influido por una visión religiosa detentada por una élite política y clerical. No fue sino hasta el tiempo de Gómez Farías cuando apareció con todas las credenciales y concepto propio de la modernidad: la laicidad.
La modernidad occidental surgió de ideales emancipadores con la intuición de que era posible crear un mundo que respondiera a sus propias leyes, y en el cual la sociedad no fuera más producto del designio divino (en ninguna de sus acepciones) sino de la construcción de los ciudadanos.
En la ciencia, dejada la tutela de la teología y la filosofía, poco a poco fueron formuladas explicaciones de lo real que permitieron no sólo entender los fenómenos, sino anticiparse a ellos para producir beneficios como las vacunas, la asepsia y antisepsia. El conocimiento secularizado permitió que la responsabilidad de las cosas esté en manos de los seres humanos y no de dios alguno.
En la política las cosas tomaron el mismo rumbo. La ciudad —la polis— debería ser producto ya no de inspiraciones sacras sino de la construcción de los ciudadanos. Pero los dogmatismos religiosos complicaron las cosas.
Henri Pena-Ruiz en su texto Laicidad llama la atención: “Hay hombres que creen en un Dios. Otros, en varios. Otros, en fin, son ateos. Sin embargo, todos han de convivir” y ello supone que lo que tiene que ver con el poder público no puede ser de unos ni de otros, sino de todos, por ello en lo político y lo social “el objetivo de aquello que pueda unir a los hombres más allá de su diferenciación espiritual conduce a excluir a priori todo tipo de privilegio y anticipa así la violencia que podría resultar de ello […] ¿Cómo vivir las diferencias sin renunciar a compartir las referencias comunes?”
La laicidad es una llamada a vivir a partir de la conciencia de ser ciudadanos: mujeres y hombres que porque tienen responsabilidad sobre lo que les pasa o debería pasar, tienen derecho a participar en la solución de sus problemas. Para ello es necesario tratar de entender lo que nos puede unir a todos para resolver la existencia cotidiana, impidiendo que credos religiosos e ideologías filosóficas se vuelvan impedimento para la tarea común de crear un mundo en el que se pueda vivir con la dignidad de ser personas.
El ideal laico es poner la responsabilidad de la polis en los ciudadanos, quienes en la razonabilidad de sus convicciones personales están llamados al pluralismo y la tolerancia.
Laicidad es asumir la responsabilidad de que las propias visiones del mundo pueden sumar en un esfuerzo compartido y no ser factor que resta, como sucede cuando en nombre de una sola idea mujeres y hombres son sacrificados. La propia historia nos lo recuerda cuando volteamos a ver los genocidios realizados en nombre de los dioses o las ideas.
En la segunda mitad del siglo XIX este ideal comenzó a permear la visión política de nuestro país, devastado por guerras ideológico-religiosas. En el siglo XXI nos ha sido posible formularlo jurídicamente en el artículo 40 de nuestra Carta Magna, pero queda aún la tarea de convertirlo en praxis de ciudadanía, porque tenemos muchos asuntos por resolver y hay que hacerlo encontrando lo que nos une, antes que lo que nos separa.
Artículos periodísticos publicados por diversos académicos de la Universidad Iberoamericana Puebla
miércoles, febrero 24, 2010
lunes, febrero 22, 2010
Verbos prohibidos
Autora: Luz del Carmen Montes
Publicación: La primera de Puebla, 23 de febrero de 2010
Actualmente en los programas de estudio de primaria, secundaria, preparatoria y de educación superior se indica que los estudiantes deben aprender desarrollando proyectos en los que apliquen conocimientos a situaciones reales. La consigna es buena, pero como en muchas ocasiones no se han preparado a los profesores y no hay claridad sobre cómo llevar a cabo esta tarea.
De aquí que podemos encontrar proyectos escolares con objetivos como: concientizar a las personas del daño al medio ambiente por el uso excesivo de bolsas de plástico; dar a conocer el beneficio de integrar frutas y verduras a la dieta diaria; y, conocer las consecuencias del consumo de comida chatarra.
Los verbos como concientizar, dar a conocer, sensibilizar, proponer, promover, realizar, informar, difundir, reflexionar, conocer, no son verbos correctos – para mis alumnos son verbos prohibidos - pues no cumplen con el atributo de factibilidad inherente a un objetivo. ¿Cuáles son los resultados que deben presentarse para estos supuestos objetivos? En un reporte escrito ¿puede demostrarse que ya se informó, ya se conoció, ya se concientizó, ya se sensibilizó?
Otro error frecuente en dichos trabajos es el uso verbos que son actividades y que por tanto no reflejan el suficiente nivel de complejidad para un objetivo: resolver, capacitar, elaborar, buscar, encontrar, calendarizar, recolectar, dibujar, observar, etc. Un verbo adecuado para un objetivo debe poderse alcanzar a través de actividades, no es una actividad.
Desafortunadamente este problema no es privativo de los trabajos escolares. La semana pasada pedí a mis estudiantes que revisaran los verbos utilizados en los objetivos de reportes de investigación de revistas arbitradas (en línea). Resultó que el verbo más utilizado es analizar y después determinar; pero los estudiantes encontraron, en un alto porcentaje de verbos prohibidos: llevar, buscar, proponer, dar a conocer, conocer, detectar, etc. El colmo, desde mi punto de vista, fue el verbo concebir; ¿cómo se demuestra que ya concibió? Una alternativa para este verbo, es conceptualizar y como evidencia de ello se presenta el modelo o el sistema que se ha conceptualizado.
Definitivamente, hay verbos mucho mejores. Los verbos no sólo permitidos, sino correctos, por su nivel de factibilidad son verbos como diseñar, evaluar, diagnosticar, caracterizar, determinar, identificar, estructurar, comparar y simular, entre otros. Todos se pueden alcanzar a través de actividades, son claros, son alcanzables y en un reporte es posible presentar evidencias de que lo que se diseñó, se caracterizó, se comparó, se evaluó, etc.
Hay otros verbos a los que yo les llamo verbos riesgosos. Analizar es un verbo muy utilizado pero muy mal aplicado pues no se maneja de acuerdo a su significado real. Según la Real Academia Española (RAE) análisis significa distinción y separación de las partes de un todo hasta llegar a conocer sus principios o elementos; la segunda acepción, es examen que se hace de una obra, de un escrito o de cualquier realidad susceptible de estudio intelectual. Por tanto si se tiene un objetivo como analizar las consecuencias o analizar los efectos ¿cuál es el todo que se divide? ¿No se quiere en realidad determinar? Aplicar también es un verbo riesgoso pues su utilización depende del objeto al que se someta tal acción: si se aplica un cuestionario es una actividad, si se aplica un programa o un sistema es un verbo para objetivo.
Un verbo ideal para los profesionistas, sobre todo para los ingenieros es implementar. La RAE define este verbo como poner en funcionamiento, aplicar métodos, medidas, etc., para llevar algo a cabo. No debe confundirse con implantar que según la misma RAE es plantar, encajar, injertar. Implementar se puede expresar a través de actividades y a través de otros objetivos. Cuando un ingeniero implementa un sistema o un programa, diagnostica, diseña, aplica y evalúa.
Elegir los verbos para los objetivos de un proyecto, no sólo es cuestión de manejo de lenguaje, es cuestión de tener en mente con claridad lo que se quiere alcanzar. El objetivo marca el rumbo de un proyecto, le da sentido al camino que hay que recorrer para alcanzar los resultados. Con el objetivo se declara la intención. Los verbos prohibidos no comprometen.
En otro terreno, en el terreno de la vida, también encontramos verbos prohibidos como mentir, engañar, deshonrar, defraudar… Nosotros finalmente somos quienes podemos elegir nuestros verbos: luchar, estudiar, amar, disfrutar, honrar… Mi amigo, Javier Nava dice que quien no elige ni disfruta sus verbos, no es sujeto en la vida.
Publicación: La primera de Puebla, 23 de febrero de 2010
Actualmente en los programas de estudio de primaria, secundaria, preparatoria y de educación superior se indica que los estudiantes deben aprender desarrollando proyectos en los que apliquen conocimientos a situaciones reales. La consigna es buena, pero como en muchas ocasiones no se han preparado a los profesores y no hay claridad sobre cómo llevar a cabo esta tarea.
De aquí que podemos encontrar proyectos escolares con objetivos como: concientizar a las personas del daño al medio ambiente por el uso excesivo de bolsas de plástico; dar a conocer el beneficio de integrar frutas y verduras a la dieta diaria; y, conocer las consecuencias del consumo de comida chatarra.
Los verbos como concientizar, dar a conocer, sensibilizar, proponer, promover, realizar, informar, difundir, reflexionar, conocer, no son verbos correctos – para mis alumnos son verbos prohibidos - pues no cumplen con el atributo de factibilidad inherente a un objetivo. ¿Cuáles son los resultados que deben presentarse para estos supuestos objetivos? En un reporte escrito ¿puede demostrarse que ya se informó, ya se conoció, ya se concientizó, ya se sensibilizó?
Otro error frecuente en dichos trabajos es el uso verbos que son actividades y que por tanto no reflejan el suficiente nivel de complejidad para un objetivo: resolver, capacitar, elaborar, buscar, encontrar, calendarizar, recolectar, dibujar, observar, etc. Un verbo adecuado para un objetivo debe poderse alcanzar a través de actividades, no es una actividad.
Desafortunadamente este problema no es privativo de los trabajos escolares. La semana pasada pedí a mis estudiantes que revisaran los verbos utilizados en los objetivos de reportes de investigación de revistas arbitradas (en línea). Resultó que el verbo más utilizado es analizar y después determinar; pero los estudiantes encontraron, en un alto porcentaje de verbos prohibidos: llevar, buscar, proponer, dar a conocer, conocer, detectar, etc. El colmo, desde mi punto de vista, fue el verbo concebir; ¿cómo se demuestra que ya concibió? Una alternativa para este verbo, es conceptualizar y como evidencia de ello se presenta el modelo o el sistema que se ha conceptualizado.
Definitivamente, hay verbos mucho mejores. Los verbos no sólo permitidos, sino correctos, por su nivel de factibilidad son verbos como diseñar, evaluar, diagnosticar, caracterizar, determinar, identificar, estructurar, comparar y simular, entre otros. Todos se pueden alcanzar a través de actividades, son claros, son alcanzables y en un reporte es posible presentar evidencias de que lo que se diseñó, se caracterizó, se comparó, se evaluó, etc.
Hay otros verbos a los que yo les llamo verbos riesgosos. Analizar es un verbo muy utilizado pero muy mal aplicado pues no se maneja de acuerdo a su significado real. Según la Real Academia Española (RAE) análisis significa distinción y separación de las partes de un todo hasta llegar a conocer sus principios o elementos; la segunda acepción, es examen que se hace de una obra, de un escrito o de cualquier realidad susceptible de estudio intelectual. Por tanto si se tiene un objetivo como analizar las consecuencias o analizar los efectos ¿cuál es el todo que se divide? ¿No se quiere en realidad determinar? Aplicar también es un verbo riesgoso pues su utilización depende del objeto al que se someta tal acción: si se aplica un cuestionario es una actividad, si se aplica un programa o un sistema es un verbo para objetivo.
Un verbo ideal para los profesionistas, sobre todo para los ingenieros es implementar. La RAE define este verbo como poner en funcionamiento, aplicar métodos, medidas, etc., para llevar algo a cabo. No debe confundirse con implantar que según la misma RAE es plantar, encajar, injertar. Implementar se puede expresar a través de actividades y a través de otros objetivos. Cuando un ingeniero implementa un sistema o un programa, diagnostica, diseña, aplica y evalúa.
Elegir los verbos para los objetivos de un proyecto, no sólo es cuestión de manejo de lenguaje, es cuestión de tener en mente con claridad lo que se quiere alcanzar. El objetivo marca el rumbo de un proyecto, le da sentido al camino que hay que recorrer para alcanzar los resultados. Con el objetivo se declara la intención. Los verbos prohibidos no comprometen.
En otro terreno, en el terreno de la vida, también encontramos verbos prohibidos como mentir, engañar, deshonrar, defraudar… Nosotros finalmente somos quienes podemos elegir nuestros verbos: luchar, estudiar, amar, disfrutar, honrar… Mi amigo, Javier Nava dice que quien no elige ni disfruta sus verbos, no es sujeto en la vida.
El dilema de los educadores profesionales
Autor: Guillermo Hinojosa R.
Publicación: E-Consulta, 23 de febrero de 2010
Los educadores profesionales, aquellos cuya vida laboral consiste en ser empleados de una organización educativa pública o privada, se ubican en un punto intermedio entre dos extremos. En un extremo están los 'obreros educativos', en el otro están los 'mentores'.
Los obreros educativos conciben al sistema escolar como una gran fábrica en la que los educandos ingresan como materia prima y van pasando por varios procesos sucesivos cuyo resultado es un producto que cumple ciertas especificaciones. Cada obrero se encarga de un tramo de la línea de producción: el maestro de tercero recibe lo que le entrega el de segundo, hace la parte que le toca según los manuales y entrega al de cuarto. Un año después vuelve a empezar. Si le entregan algún producto defectuoso tratará de remediarlo si es posible, y si no, lo apartará de la línea. Las líneas de producción educativa empiezan en el preescolar y terminan en las licenciaturas. Pero ya se están extendiendo a los posgrados, a las maestrías y doctorados.
Los mentores son los continuadores del primer Méntoor, en realidad una de las personalidades de Atenea quien disfrazada aconsejó al joven Telémaco, 'el luchador lejano'. Los mentores aman el conocimiento y desean que sus alumnos lo amen también. No han dejado de maravillarse por lo que saben y deben transmitir, ya se trate de aprender a contar del uno al diez o de la dialéctica hegeliana. Hacen poco o ningún caso de los manuales escolares con tal de ver en sus 'luchadores lejanos' el gusto por saber.
Todo conspira para que los educadores se carguen al extremo de los obreros educativos: El sistema educativo público que, por un lado, debe hacer frente a la masificación escolar y, por el otro, teme que se enseñen 'contenidos no autorizados'; El sindicato de maestros cuya prioridad es la propia supervivencia, imposible sin la disciplina ciega de sus agremiados; La competencia entre las instituciones educativas privadas que las hace reducir costos y estandarizar procedimientos; La identificación de las 'autoridades educativas' con los gerentes y directores de las empresas; La comodidad de los educadores que pueden preferir 'guiarse por el librito' a tomar decisiones inciertas bajo su propio riesgo; La burocratización, en fin, cuya eficiencia depende de la homogeneidad.
En los asuntos humanos nunca se puede lograr la total homogeneidad. Siempre habrá estudiantes, profesores y directores que se resistan a comportarse como lo manda la autoridad. Unos más otros menos. Siempre habrá algunos cuya experiencia les haya enseñado que hay que actuar por cuenta propia; que los 'libritos' y los manuales de producción educativa son perfectibles, no se aplican en todos los casos, y a veces en ninguno. Siempre habrá directores de escuela dispuestos a probar alguna teoría pedagógica prometedora o alguna idea nueva, y no pueden esperar a que les den permiso. Siempre habrá maestros, los mentores, cuyo bienestar propio depende del bienestar de sus alumnos. Siempre habrá estudiantes que hacen más preguntas de las previstas por su sistema educativo.
Las esperanzas de que nuestro sistema educativo mejore en todos los niveles, están en esas ovejas negras discordantes. En lugar de reprimirlas y expulsarlas, cediendo a la tentación homogeneizadora, habría que encontrar mecanismos para que su trabajo no sea educación de contrabando. Si nuestro sistema educativo ha de tener un mínimo de democracia en su organización, es necesaria la participación de todos; no sólo tolerada sino alentada. Es necesario que los elementos del sistema educativo conspiren para que los maestros se corran hacia el extremo de los mentores alejándose del de los obreros. No es fácil decir cómo lograr lo anterior, pero vale la pena probar la democratización del sistema educativo y la búsqueda deliberada de la heterogeneidad en los contenidos y en los métodos educativos.
Publicación: E-Consulta, 23 de febrero de 2010
Los educadores profesionales, aquellos cuya vida laboral consiste en ser empleados de una organización educativa pública o privada, se ubican en un punto intermedio entre dos extremos. En un extremo están los 'obreros educativos', en el otro están los 'mentores'.
Los obreros educativos conciben al sistema escolar como una gran fábrica en la que los educandos ingresan como materia prima y van pasando por varios procesos sucesivos cuyo resultado es un producto que cumple ciertas especificaciones. Cada obrero se encarga de un tramo de la línea de producción: el maestro de tercero recibe lo que le entrega el de segundo, hace la parte que le toca según los manuales y entrega al de cuarto. Un año después vuelve a empezar. Si le entregan algún producto defectuoso tratará de remediarlo si es posible, y si no, lo apartará de la línea. Las líneas de producción educativa empiezan en el preescolar y terminan en las licenciaturas. Pero ya se están extendiendo a los posgrados, a las maestrías y doctorados.
Los mentores son los continuadores del primer Méntoor, en realidad una de las personalidades de Atenea quien disfrazada aconsejó al joven Telémaco, 'el luchador lejano'. Los mentores aman el conocimiento y desean que sus alumnos lo amen también. No han dejado de maravillarse por lo que saben y deben transmitir, ya se trate de aprender a contar del uno al diez o de la dialéctica hegeliana. Hacen poco o ningún caso de los manuales escolares con tal de ver en sus 'luchadores lejanos' el gusto por saber.
Todo conspira para que los educadores se carguen al extremo de los obreros educativos: El sistema educativo público que, por un lado, debe hacer frente a la masificación escolar y, por el otro, teme que se enseñen 'contenidos no autorizados'; El sindicato de maestros cuya prioridad es la propia supervivencia, imposible sin la disciplina ciega de sus agremiados; La competencia entre las instituciones educativas privadas que las hace reducir costos y estandarizar procedimientos; La identificación de las 'autoridades educativas' con los gerentes y directores de las empresas; La comodidad de los educadores que pueden preferir 'guiarse por el librito' a tomar decisiones inciertas bajo su propio riesgo; La burocratización, en fin, cuya eficiencia depende de la homogeneidad.
En los asuntos humanos nunca se puede lograr la total homogeneidad. Siempre habrá estudiantes, profesores y directores que se resistan a comportarse como lo manda la autoridad. Unos más otros menos. Siempre habrá algunos cuya experiencia les haya enseñado que hay que actuar por cuenta propia; que los 'libritos' y los manuales de producción educativa son perfectibles, no se aplican en todos los casos, y a veces en ninguno. Siempre habrá directores de escuela dispuestos a probar alguna teoría pedagógica prometedora o alguna idea nueva, y no pueden esperar a que les den permiso. Siempre habrá maestros, los mentores, cuyo bienestar propio depende del bienestar de sus alumnos. Siempre habrá estudiantes que hacen más preguntas de las previstas por su sistema educativo.
Las esperanzas de que nuestro sistema educativo mejore en todos los niveles, están en esas ovejas negras discordantes. En lugar de reprimirlas y expulsarlas, cediendo a la tentación homogeneizadora, habría que encontrar mecanismos para que su trabajo no sea educación de contrabando. Si nuestro sistema educativo ha de tener un mínimo de democracia en su organización, es necesaria la participación de todos; no sólo tolerada sino alentada. Es necesario que los elementos del sistema educativo conspiren para que los maestros se corran hacia el extremo de los mentores alejándose del de los obreros. No es fácil decir cómo lograr lo anterior, pero vale la pena probar la democratización del sistema educativo y la búsqueda deliberada de la heterogeneidad en los contenidos y en los métodos educativos.
Evitar los conflictos en la educación o vivirlos como oportunidad
Autora: Teresa Eugenia Brito Miranda.
Publicación: Síntesis.
Todas las relaciones tienen momentos conflictivos. Es importante asumir la existencia del conflicto y aprender a tratarlo como una oportunidad de formación de habilidades sociales que no se han cuidado suficientemente en la vida escolar.
Hay varias formas de considerar el conflicto. Una visión lo aborda como algo tan negativo que es mejor negarlo, “en mi familia las relaciones son siempre armónicas, no tenemos problemas”. Otra manera negativa busca prevenirlo o erradicarlo. Estas posturas no aceptan que el conflicto es parte esencial de las relaciones humanas. Asumirlo como algo natural nos da la oportunidad para desarrollar competencias sociales importantes como el diálogo y la empatía que contribuyen a formar en los valores de respeto, tolerancia y solidaridad.
La escuela es el lugar privilegiado para este desarrollo, pues es el primer espacio público al que asisten los niños. Los maestros necesitamos prepararnos para hacerlo de manera más intencionada. La preocupación por la convivencia en la escuela es algo por lo que no se ha apostado. Este aprendizaje se asume como dado, no se le invierte tiempo ni esfuerzo. Las materias son lo importante aunque los niños no aprendan a compartir, a escucharse, a ponerse en lugar del otro… ¿Cómo desaprovechamos esa oportunidad de oro para aprender a convivir y sentar las bases para la formación de ciudadanos?
Observar nuestra propia práctica como maestros es un primer paso en este aprendizaje pues somos actores importantes en los procesos de aprendizaje. Muchas veces el maestro es el modelo más a la mano que el niño o adolescente tiene a su alcance.
Hay varias formas de relación para abordar los conflictos: actuar de manera agresiva, tomarlo en una forma pasiva (no paciente) o hacerlo de manera asertiva. Para abordarlo asertivamente necesitamos trabajar habilidades que permitan dar respuesta en un tiempo oportuno, no necesariamente de manera inmediata. Dar tiempo para dialogar es necesario pues permite que los ánimos se calmen, se puedan analizar las situaciones y las diversas posiciones con una mayor apertura. En ocasiones “nos enganchamos “con el problema y perdemos la perspectiva del lugar del problema. Para trabajar la asertividad necesitamos practicar varias veces hasta lograr que la forma de relación asertiva se convierta en un hábito. Observar nuestras formas de relación en los conflictos es importante para poder trabajar por una convivencia escolar sana.
Publicación: Síntesis.
Todas las relaciones tienen momentos conflictivos. Es importante asumir la existencia del conflicto y aprender a tratarlo como una oportunidad de formación de habilidades sociales que no se han cuidado suficientemente en la vida escolar.
Hay varias formas de considerar el conflicto. Una visión lo aborda como algo tan negativo que es mejor negarlo, “en mi familia las relaciones son siempre armónicas, no tenemos problemas”. Otra manera negativa busca prevenirlo o erradicarlo. Estas posturas no aceptan que el conflicto es parte esencial de las relaciones humanas. Asumirlo como algo natural nos da la oportunidad para desarrollar competencias sociales importantes como el diálogo y la empatía que contribuyen a formar en los valores de respeto, tolerancia y solidaridad.
La escuela es el lugar privilegiado para este desarrollo, pues es el primer espacio público al que asisten los niños. Los maestros necesitamos prepararnos para hacerlo de manera más intencionada. La preocupación por la convivencia en la escuela es algo por lo que no se ha apostado. Este aprendizaje se asume como dado, no se le invierte tiempo ni esfuerzo. Las materias son lo importante aunque los niños no aprendan a compartir, a escucharse, a ponerse en lugar del otro… ¿Cómo desaprovechamos esa oportunidad de oro para aprender a convivir y sentar las bases para la formación de ciudadanos?
Observar nuestra propia práctica como maestros es un primer paso en este aprendizaje pues somos actores importantes en los procesos de aprendizaje. Muchas veces el maestro es el modelo más a la mano que el niño o adolescente tiene a su alcance.
Hay varias formas de relación para abordar los conflictos: actuar de manera agresiva, tomarlo en una forma pasiva (no paciente) o hacerlo de manera asertiva. Para abordarlo asertivamente necesitamos trabajar habilidades que permitan dar respuesta en un tiempo oportuno, no necesariamente de manera inmediata. Dar tiempo para dialogar es necesario pues permite que los ánimos se calmen, se puedan analizar las situaciones y las diversas posiciones con una mayor apertura. En ocasiones “nos enganchamos “con el problema y perdemos la perspectiva del lugar del problema. Para trabajar la asertividad necesitamos practicar varias veces hasta lograr que la forma de relación asertiva se convierta en un hábito. Observar nuestras formas de relación en los conflictos es importante para poder trabajar por una convivencia escolar sana.
jueves, febrero 18, 2010
Hecho en China
Autor: Alexis Vera
Publicación: La primera de Puebla, 16 de febrero de 2010
Si usted va a casi cualquier tienda en Puebla pronto se dará cuenta que un reto interesante es encontrar en ella productos que no estén hechos en China. Desde juguetes hasta comida, todos los anaqueles y exhibidores mexicanos tienen un alto contenido de productos chinos, y no necesariamente se trata de productos baratos, como hasta hace poco solía ser el más frecuente de los casos, ahora ya se empiezan a ver muchos productos de buena calidad y de alta tecnología que provienen de esa enorme nación oriental. ¿Qué tan bueno es esto para México? La respuesta tiene varias aristas y el asunto puede ser sumamente delicado, veremos por qué.
El tema de China tiene evidentemente implicaciones económicas pero también sociales y políticas. Comencemos por las económicas. Es a todas luces bueno que haya competencia que empuje a las empresas del país a producir con mejor calidad y a reducir sus precios. En efecto, las importaciones chinas han presionado los precios a la baja de muchos productos y han obligado a una cantidad importante de negocios mexicanos a emprender procesos de mejora. Sin embargo, el que una buena parte de la manufactura de un país se traslade a otro trae como consecuencia la pérdida de empleos. Por cada producto chino que compramos en sustitución de uno mexicano, favorecemos los negocios de las empresas productoras de aquel país en detrimento de sus homólogas mexicanas. Lo que significa que éstas venderán menos y, en consecuencia, con el tiempo empezarán a recortar personal y a comprar menos a sus proveedores (también mexicanos en su mayoría) afectándolos de la misma manera. Esto igualmente representa menos impuestos para el gobierno de nuestro país, porque si las empresas nacionales venden menos, entonces tributan menos. Menos recaudación fiscal significa menos gasto público y, por lo tanto, menos compras del gobierno a empresas mexicanas, y así continúa la espiral económica hacia abajo. En suma, la economía del país sale perdiendo, en especial empleos.
Una nación con poco empleo se convierte en un gran caldo de cultivo para el crimen que pone a su servicio a miles de personas que no encuentran algo mejor que hacer. Las oportunidades para progresar como individuo se limitan cuando no hay trabajo. Un país que no puede dar suficiente empleo a su población también provoca emigración, con las delicadas implicaciones sociales que esto conlleva.
Esos son algunos efectos de este lado del mundo. En contraste, allá en China, la cosa no pinta igual. Allá las empresas venden cada vez más; a aquel país entra más dinero, se hace poco a poco más rico y, por lo tanto, más poderoso. Recordemos que China tiene un sistema de gobierno robusto y centralizado con mucho poder porque tiene el control total de la economía. Es dueño de una enorme parte de la planta productiva instalada en aquel país. Así, comprarle a las empresas chinas equivale prácticamente a comprarle a su gobierno, a generarle ingresos. Bueno, y ¿qué tiene de malo hacer rico al gobierno de otro país que honestamente se gana el dinero? La respuesta tiene que ver con el tipo de gobierno al que estamos todos haciendo rico. No estamos convirtiendo en súper potencia a un gobierno pacifista, todo lo contrario, estamos enriqueciendo a un gobierno que tiene un lamentable historial como represor, autoritario y hostil. Para muestra un botón, recordemos que cuando el Dalai Lama visitó México, el gobierno chino le prohibió, sí, le prohibió al entonces presidente Vicente Fox reunirse con dicho personaje, quien además de ser líder espiritual del Tíbet es premio Nobel de la paz, porque lo culpan de querer liberar al Tíbet de China. Fox, bien portadito, no tuvo más que obedecer al todopoderoso gobierno chino. Así, en dos patadas, China injirió y controló las decisiones del presidente de nuestro país. Lo mismo está intentando hacer con Barak Obama para la próxima visita del Dalai Lama a Estados Unidos.
A China hay que agradecerle que está nivelando un poco la descompensada balanza del poder mundial que en los últimos 20 años ha favorecido abrumadoramente a los Estados Unidos. Sin embargo, el que un gobierno evidentemente antidemocrático, hostil y represor como el chino gane poder debería preocuparnos a todos en el mundo.
Comprar productos hechos en China implica enriquecer a su gobierno (con todos los riesgos geopolíticos que esto representa) y empobrecer a países como el nuestro que tanto necesita mejorar su situación social y económica. Me parece que no se trata de dejar de comprar productos chinos (sería prácticamente imposible), pero –al menos- sí hacerlo cuando se pueda, de esta manera le damos una manita a México.
Publicación: La primera de Puebla, 16 de febrero de 2010
Si usted va a casi cualquier tienda en Puebla pronto se dará cuenta que un reto interesante es encontrar en ella productos que no estén hechos en China. Desde juguetes hasta comida, todos los anaqueles y exhibidores mexicanos tienen un alto contenido de productos chinos, y no necesariamente se trata de productos baratos, como hasta hace poco solía ser el más frecuente de los casos, ahora ya se empiezan a ver muchos productos de buena calidad y de alta tecnología que provienen de esa enorme nación oriental. ¿Qué tan bueno es esto para México? La respuesta tiene varias aristas y el asunto puede ser sumamente delicado, veremos por qué.
El tema de China tiene evidentemente implicaciones económicas pero también sociales y políticas. Comencemos por las económicas. Es a todas luces bueno que haya competencia que empuje a las empresas del país a producir con mejor calidad y a reducir sus precios. En efecto, las importaciones chinas han presionado los precios a la baja de muchos productos y han obligado a una cantidad importante de negocios mexicanos a emprender procesos de mejora. Sin embargo, el que una buena parte de la manufactura de un país se traslade a otro trae como consecuencia la pérdida de empleos. Por cada producto chino que compramos en sustitución de uno mexicano, favorecemos los negocios de las empresas productoras de aquel país en detrimento de sus homólogas mexicanas. Lo que significa que éstas venderán menos y, en consecuencia, con el tiempo empezarán a recortar personal y a comprar menos a sus proveedores (también mexicanos en su mayoría) afectándolos de la misma manera. Esto igualmente representa menos impuestos para el gobierno de nuestro país, porque si las empresas nacionales venden menos, entonces tributan menos. Menos recaudación fiscal significa menos gasto público y, por lo tanto, menos compras del gobierno a empresas mexicanas, y así continúa la espiral económica hacia abajo. En suma, la economía del país sale perdiendo, en especial empleos.
Una nación con poco empleo se convierte en un gran caldo de cultivo para el crimen que pone a su servicio a miles de personas que no encuentran algo mejor que hacer. Las oportunidades para progresar como individuo se limitan cuando no hay trabajo. Un país que no puede dar suficiente empleo a su población también provoca emigración, con las delicadas implicaciones sociales que esto conlleva.
Esos son algunos efectos de este lado del mundo. En contraste, allá en China, la cosa no pinta igual. Allá las empresas venden cada vez más; a aquel país entra más dinero, se hace poco a poco más rico y, por lo tanto, más poderoso. Recordemos que China tiene un sistema de gobierno robusto y centralizado con mucho poder porque tiene el control total de la economía. Es dueño de una enorme parte de la planta productiva instalada en aquel país. Así, comprarle a las empresas chinas equivale prácticamente a comprarle a su gobierno, a generarle ingresos. Bueno, y ¿qué tiene de malo hacer rico al gobierno de otro país que honestamente se gana el dinero? La respuesta tiene que ver con el tipo de gobierno al que estamos todos haciendo rico. No estamos convirtiendo en súper potencia a un gobierno pacifista, todo lo contrario, estamos enriqueciendo a un gobierno que tiene un lamentable historial como represor, autoritario y hostil. Para muestra un botón, recordemos que cuando el Dalai Lama visitó México, el gobierno chino le prohibió, sí, le prohibió al entonces presidente Vicente Fox reunirse con dicho personaje, quien además de ser líder espiritual del Tíbet es premio Nobel de la paz, porque lo culpan de querer liberar al Tíbet de China. Fox, bien portadito, no tuvo más que obedecer al todopoderoso gobierno chino. Así, en dos patadas, China injirió y controló las decisiones del presidente de nuestro país. Lo mismo está intentando hacer con Barak Obama para la próxima visita del Dalai Lama a Estados Unidos.
A China hay que agradecerle que está nivelando un poco la descompensada balanza del poder mundial que en los últimos 20 años ha favorecido abrumadoramente a los Estados Unidos. Sin embargo, el que un gobierno evidentemente antidemocrático, hostil y represor como el chino gane poder debería preocuparnos a todos en el mundo.
Comprar productos hechos en China implica enriquecer a su gobierno (con todos los riesgos geopolíticos que esto representa) y empobrecer a países como el nuestro que tanto necesita mejorar su situación social y económica. Me parece que no se trata de dejar de comprar productos chinos (sería prácticamente imposible), pero –al menos- sí hacerlo cuando se pueda, de esta manera le damos una manita a México.
La tolerancia y la autonomía tan necesitadas
Autor: José Rafael de Regil Vélez
Publicación: La primera de Puebla, 9 de febrero de 2010
El fin del año 2009 nos saludó con un par de noticias que han sacudido las conciencias, los usos y costumbres de muchas y muchos en este país: que en el Distrito Federal las uniones entre personas del mismo sexo ya pueden tener legalmente el carácter de matrimonios y no meras sociedades de convivencia y que las parejas resultantes de ellas pueden adoptar. De entonces a la fecha se han levantado muchas voces.
Hay quienes desde ciertas posturas filosóficas y teológicas han dicho que la legislación aprobada en la capital del país no tiene sentido, que contraviene la ley divina, que atenta contra las buenas costumbres, contra la moral; que sólo refleja los intereses de los pequeños grupúsculos de la izquierda, que quiere trastocar una de las más sagradas instituciones de nuestra sociedad: la familia.
Hay quienes, a su vez, señalan que ante la gran liberalidad de los legisladores de la “gran ciudad no debe cejarse ante el peligro de retornar a tiempos oscuros, pre-laicos, cuando la religión dominaba cultura, política y sociedad; que no se debe permitir la invasión del clero político en terrenos de la máxima autodeterminación ciudadana.
La lluvia de acusaciones mutuas ha sido grande y ocupado mucha tinta en papel y kilobytes en el ciberespacio. De su revisión uno obtiene la sensación de que no hay punto de diálogo, de entendimiento. En nombre de la democracia ambas facciones dejan fuera a todo aquel o aquella que no piense como ellos.
Esta situación llama la atención sobre dos temas que son hoy de suma importancia para que juntos podamos encontrar opciones que conduzcan a verdaderas condiciones de vida digna para nuestros conciudadanos: la tolerancia y la educación para la autonomía.
Tan peligrosa es una derecha intolerante como una izquierda del mismo cuño. En ambos casos los argumentos son lo de menos -aun cuando los viertan generosamente en cuanto espacio público encuentren- pues de lo que se trata es de descalificar al otro, de imponer el propio punto de vista y lo paradójico es que es realizado en nombre de los otros, utilizando abstracciones como “el pueblo”, “la mayoría”, contra otras abstracciones como “las fuerzas oscuras”, “los emisarios del pasado”… palabras sin significante concreto que sirven para justificar cualquier cosa dicha.
La intolerancia es signo de suficiente inmadurez humana. Hace años en una conferencia dada en Madrid Fernando Savater llamaba la atención de su público sobre la tarea de la educación, señalando que una de sus tareas era permitir a la gente potenciar la razón y parte de ello era favorecer que las personas, al tiempo que podían argumentar sus puntos de vista, podían escuchar los de los demás y dejarse converse por ellos cuando fuesen racionales. En el dogmatismo intolerante esto simplemente no existe. Urge que familias, escuelas y demás instituciones educativas favorezcan el diálogo, la capacidad de dar razón de lo que se dice para buscar lo que con los demás sí se puede hacer en pos de la dignidad humana. Formación académica seria para pensar y no sólo para repetir información.
Por otra parte, me parece que hoy más que nunca es importante educar para la autonomía, que si es tal promueve la interdependencia.
Con frecuencia vemos a los ministros de culto preocupadísimos por señalar cómo tienen que pensar y actuar todas las personas, en nombre de su ministerio magisterial. Diera la impresión de que su punto de vista es que nadie –excepto ellos, por iluminación sacramental, quizás- entendiera nada de nada. Se oponen a los marcos legales que abren posibilidades que a ellos les parece que no debieran existir.
Ante el aborto, por ejemplo, exigen aparatos jurídicos que lo impidan, no sea que la gente se vuelva permisiva, pues por sí misma y dejada a su espontaneidad saldría corriendo a hacer actos del todo reprobables.
Si una persona ha entendido claramente el sentido de la defensa de una vida humana, ha hecho suyas estas razones hasta volverlas parte integrante de su aparato de convicciones y ha educado su voluntad para ser coherente en las acciones de su vida cotidiana entre lo que piensa y hace, seguramente aun cuando la ley le permitiera abortar no lo haría si no fuera algo ético para él o ella.
Una persona autónoma puede vivir sus convicciones incluso en un ambiente adverso y sin necesidad de la coerción de la ley. No es necesario imponer normas a todo mundo en una sociedad plural si las familias, las iglesias y escuelas hacen su labor pedagógica y promueven la autonomía, hecha de razonabilidad y fuerza de voluntad.
No es lanzando anatemas como se solucionan las divergencias que nos plantean los problemas éticos de cada época, sino con una formación plural, incluyente que eduque personas muy conscientes de sus propias opiniones y juicios de verdad y que estén en condiciones de escuchar y respetar las de los demás que no son como las suyas (pensar que esto no es así es vivir fuera de este mundo). Hoy requerimos personas autónomas y pueden aprender a serlo tanto en espacios escolares como en los no formales.
En encontrar métodos para esta educación hay mejor apuesta que en anatemizar, desacreditar y confrontar en diálogos de sordos a todo aquel que no piensa y actúa como uno.
Publicación: La primera de Puebla, 9 de febrero de 2010
El fin del año 2009 nos saludó con un par de noticias que han sacudido las conciencias, los usos y costumbres de muchas y muchos en este país: que en el Distrito Federal las uniones entre personas del mismo sexo ya pueden tener legalmente el carácter de matrimonios y no meras sociedades de convivencia y que las parejas resultantes de ellas pueden adoptar. De entonces a la fecha se han levantado muchas voces.
Hay quienes desde ciertas posturas filosóficas y teológicas han dicho que la legislación aprobada en la capital del país no tiene sentido, que contraviene la ley divina, que atenta contra las buenas costumbres, contra la moral; que sólo refleja los intereses de los pequeños grupúsculos de la izquierda, que quiere trastocar una de las más sagradas instituciones de nuestra sociedad: la familia.
Hay quienes, a su vez, señalan que ante la gran liberalidad de los legisladores de la “gran ciudad no debe cejarse ante el peligro de retornar a tiempos oscuros, pre-laicos, cuando la religión dominaba cultura, política y sociedad; que no se debe permitir la invasión del clero político en terrenos de la máxima autodeterminación ciudadana.
La lluvia de acusaciones mutuas ha sido grande y ocupado mucha tinta en papel y kilobytes en el ciberespacio. De su revisión uno obtiene la sensación de que no hay punto de diálogo, de entendimiento. En nombre de la democracia ambas facciones dejan fuera a todo aquel o aquella que no piense como ellos.
Esta situación llama la atención sobre dos temas que son hoy de suma importancia para que juntos podamos encontrar opciones que conduzcan a verdaderas condiciones de vida digna para nuestros conciudadanos: la tolerancia y la educación para la autonomía.
Tan peligrosa es una derecha intolerante como una izquierda del mismo cuño. En ambos casos los argumentos son lo de menos -aun cuando los viertan generosamente en cuanto espacio público encuentren- pues de lo que se trata es de descalificar al otro, de imponer el propio punto de vista y lo paradójico es que es realizado en nombre de los otros, utilizando abstracciones como “el pueblo”, “la mayoría”, contra otras abstracciones como “las fuerzas oscuras”, “los emisarios del pasado”… palabras sin significante concreto que sirven para justificar cualquier cosa dicha.
La intolerancia es signo de suficiente inmadurez humana. Hace años en una conferencia dada en Madrid Fernando Savater llamaba la atención de su público sobre la tarea de la educación, señalando que una de sus tareas era permitir a la gente potenciar la razón y parte de ello era favorecer que las personas, al tiempo que podían argumentar sus puntos de vista, podían escuchar los de los demás y dejarse converse por ellos cuando fuesen racionales. En el dogmatismo intolerante esto simplemente no existe. Urge que familias, escuelas y demás instituciones educativas favorezcan el diálogo, la capacidad de dar razón de lo que se dice para buscar lo que con los demás sí se puede hacer en pos de la dignidad humana. Formación académica seria para pensar y no sólo para repetir información.
Por otra parte, me parece que hoy más que nunca es importante educar para la autonomía, que si es tal promueve la interdependencia.
Con frecuencia vemos a los ministros de culto preocupadísimos por señalar cómo tienen que pensar y actuar todas las personas, en nombre de su ministerio magisterial. Diera la impresión de que su punto de vista es que nadie –excepto ellos, por iluminación sacramental, quizás- entendiera nada de nada. Se oponen a los marcos legales que abren posibilidades que a ellos les parece que no debieran existir.
Ante el aborto, por ejemplo, exigen aparatos jurídicos que lo impidan, no sea que la gente se vuelva permisiva, pues por sí misma y dejada a su espontaneidad saldría corriendo a hacer actos del todo reprobables.
Si una persona ha entendido claramente el sentido de la defensa de una vida humana, ha hecho suyas estas razones hasta volverlas parte integrante de su aparato de convicciones y ha educado su voluntad para ser coherente en las acciones de su vida cotidiana entre lo que piensa y hace, seguramente aun cuando la ley le permitiera abortar no lo haría si no fuera algo ético para él o ella.
Una persona autónoma puede vivir sus convicciones incluso en un ambiente adverso y sin necesidad de la coerción de la ley. No es necesario imponer normas a todo mundo en una sociedad plural si las familias, las iglesias y escuelas hacen su labor pedagógica y promueven la autonomía, hecha de razonabilidad y fuerza de voluntad.
No es lanzando anatemas como se solucionan las divergencias que nos plantean los problemas éticos de cada época, sino con una formación plural, incluyente que eduque personas muy conscientes de sus propias opiniones y juicios de verdad y que estén en condiciones de escuchar y respetar las de los demás que no son como las suyas (pensar que esto no es así es vivir fuera de este mundo). Hoy requerimos personas autónomas y pueden aprender a serlo tanto en espacios escolares como en los no formales.
En encontrar métodos para esta educación hay mejor apuesta que en anatemizar, desacreditar y confrontar en diálogos de sordos a todo aquel que no piensa y actúa como uno.
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Autonomía,
Tolerancia
Celebrando el Bicentenario
BAutor: Yossadara Franco Luna
Publicación: Síntesis, Tlaxcala, 19 de febrero de 2010.
Durante la ceremonia de inicio de los festejos del Bicentenario de la Independencia y Centenario de la Revolución, el presidente Felipe Calderón mencionó en su discurso que es necesario que "nos veamos en el espejo de nuestra historia y unidos haya capacidad de plantear el futuro que se quiere para México, para que sea la patria segura, generosa, libre y justa que todos desean”.
Es importante retomar la idea de vernos en el espejo de nuestra historia porque la celebración del Bicentenario —además de las fiestas y las inauguraciones de las obras públicas al estilo porfirista— es un buen pretexto para replantearnos seriamente cuáles han sido, cómo se han dado los frutos de ambas luchas y qué pendientes dejaron abiertos. No creo que se trate solamente de festejar que hubo una lucha armada y que ganaron las facciones liberales.
Más que hablar de la fiesta de México se tendría que apostar por despertar en las personas el interés por conocer los procesos históricos reales de nuestro país, pues sólo de esta forma nos veremos sensatamente en el espejo de nuestra historia —y no al estilo que Calderón lo propone— entonces caerán mitos que no sirven de mucho cuando se trata de entender el trayecto de nuestra nación de la forma más real posible. Trayendo reflexivamente a la memoria el pasado podremos comprender la esencia humana de nuestros acontecimientos, la de nuestros héroes o antihéroes, según sea el caso. La memoria histórica nos ayudaría a saber quiénes somos.
Una lectura crítica puede dar respuesta a múltiples cuestionamientos como ¿están resueltos los aspectos que atañen a la política social o siguen siendo tareas pendientes del pasado?, ¿el Estado se ha fortalecido o aún es vulnerable tanto a la política económica internacional como al nepotismo y corrupción al interior de las instituciones?, ¿la educación ocupa un lugar privilegiado o es un aspecto de segundo orden?, ¿el campo, materia prima del desarrollo nacional, es una preocupación real o siguen siendo los campesinos carne de cañón para cuando se necesiten?, ¿el Estado es un eje rector en la economía o un mero símbolo?, ¿somos un país de instituciones o aún está vigente el caudillaje?; más todavía: ¿existe un autentico proyecto de nación?
Una patria segura, generosa, libre y justa no se genera con una fiesta ni con la mayor cantidad de cemento que sea posible, probablemente resulte de más ayuda que los ciudadanos miremos inteligentemente al pasado.
Publicación: Síntesis, Tlaxcala, 19 de febrero de 2010.
Durante la ceremonia de inicio de los festejos del Bicentenario de la Independencia y Centenario de la Revolución, el presidente Felipe Calderón mencionó en su discurso que es necesario que "nos veamos en el espejo de nuestra historia y unidos haya capacidad de plantear el futuro que se quiere para México, para que sea la patria segura, generosa, libre y justa que todos desean”.
Es importante retomar la idea de vernos en el espejo de nuestra historia porque la celebración del Bicentenario —además de las fiestas y las inauguraciones de las obras públicas al estilo porfirista— es un buen pretexto para replantearnos seriamente cuáles han sido, cómo se han dado los frutos de ambas luchas y qué pendientes dejaron abiertos. No creo que se trate solamente de festejar que hubo una lucha armada y que ganaron las facciones liberales.
Más que hablar de la fiesta de México se tendría que apostar por despertar en las personas el interés por conocer los procesos históricos reales de nuestro país, pues sólo de esta forma nos veremos sensatamente en el espejo de nuestra historia —y no al estilo que Calderón lo propone— entonces caerán mitos que no sirven de mucho cuando se trata de entender el trayecto de nuestra nación de la forma más real posible. Trayendo reflexivamente a la memoria el pasado podremos comprender la esencia humana de nuestros acontecimientos, la de nuestros héroes o antihéroes, según sea el caso. La memoria histórica nos ayudaría a saber quiénes somos.
Una lectura crítica puede dar respuesta a múltiples cuestionamientos como ¿están resueltos los aspectos que atañen a la política social o siguen siendo tareas pendientes del pasado?, ¿el Estado se ha fortalecido o aún es vulnerable tanto a la política económica internacional como al nepotismo y corrupción al interior de las instituciones?, ¿la educación ocupa un lugar privilegiado o es un aspecto de segundo orden?, ¿el campo, materia prima del desarrollo nacional, es una preocupación real o siguen siendo los campesinos carne de cañón para cuando se necesiten?, ¿el Estado es un eje rector en la economía o un mero símbolo?, ¿somos un país de instituciones o aún está vigente el caudillaje?; más todavía: ¿existe un autentico proyecto de nación?
Una patria segura, generosa, libre y justa no se genera con una fiesta ni con la mayor cantidad de cemento que sea posible, probablemente resulte de más ayuda que los ciudadanos miremos inteligentemente al pasado.
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Bicentenario,
Historia de México,
Yossadara Franco Luna
Calidad educativa, reflexiones sobre sus condiciones
Autor: Mauricio López Figueroa
Publicación: E-Consulta, 16 de febrero de 2010.
¿Qué es la calidad en educación? ¿Qué exige y qué implica? ¿Bajo qué criterios dar cuenta de su realización? ¿Se trata sólo de resultados o hay otros aspectos involucrados de igual o mayor importancia? ¿De qué manera favorecer una educación de calidad para un país con las desigualdades e inequidades como el nuestro? ¿Hay condiciones para desarrollarla? ¿Cuál es la responsabilidad de la investigación educativa en la clarificación de este concepto? Son muchas preguntas en torno al dilema de la calidad educativa, el cual es siempre una preocupación expresada en los programas nacionales como “claves” para lograr que las distintas generaciones de niños y jóvenes contribuyan con su acción al crecimiento y desarrollo nacional.
Si se revisa la bibliografía dedicada al estudio y definición de este concepto será fácil constatar que la orientación que prevalece es la que está ligada a los resultados alcanzados referidos a “aprovechamiento escolar” (las calificaciones de los alumnos) con base en los recursos invertidos en medios y cobertura educativa. Este enfoque puede ser valioso en la medida en que ofrece datos sobre las condiciones para la calidad, pero no se puede formular la calidad sólo desde ahí.
Habría que considerar que el concepto de la calidad educativa es más bien un concepto problema y no un concepto solución, no parece que el tema de la calidad ofrezca referentes acabados, seguros y únicos para entenderla y conceptualizarla, sino plantea preguntas y la necesidad de reconocer las problemáticas ligadas a todos los ámbitos de lo educativo. Lograr que la educación en nuestro país sea óptima y responda con pertinencia a las necesidades individuales y sociales implica la conjunción de muchos factores desde distintos ámbitos. En este sentido, valdría la pena identificar dos niveles interdependientes en lo que ha calidad se refiere (sin que este tema se reduzca sólo a éstos): el primero relacionado con los aspectos macro, con los aspectos anclados en política educativa, en inversión económica y en indicadores cuantitativos que permitan reconocer las condiciones para favorecer procesos didáctico—pedagógicos y curriculares pertinentes, relevantes y equitativos. El segundo con aspectos micro, referidos con la relación educativa cotidiana construida en la realidad escolar institucional y en el aula entre profesores y estudiantes.
Hablar de pertinencia, relevancia y equidad como criterios para juzgar las condiciones macro cobran sentido justamente en el marco de la construcción educativa cotidiana, pero la relevancia, la pertinencia y la equidad son criterios de índole político, no en el sentido peyorativo, sino el sentido del marco orientador de las condiciones socio—políticas y culturales que, en distintos niveles de responsabilidad y concreción, deberían enmarcar el desarrollo de un determinado sistema educativo. Por lo tanto, estos criterios ayudan a juzgar las condiciones sobre las cuales queremos como sociedad establecer procesos educativos adecuados y determinar las mejores acciones para lograrlos; así mismo, estos criterios promueven un análisis crítico y complejo porque aluden a otros aspectos de la realidad nacional que trascienden lo educativo y que requieren ser atendidos de manera lo más integral posible: aspectos económicos, políticos, culturales, sociales, etc.
De manera entonces que estos criterios se deberán concretar en políticas consistentes con un proyecto de nación. La condición más profunda que enfrenta nuestro país para favorecer el tema de la calidad es la inercia histórica, pues muchos de los esfuerzos de transformación social y especialmente en el sistema educativo se enfrentan con viejas estructuras anquilosadas y corruptas que naturalmente se niegan a cambiar. Se necesita un sector educativo con mayor autonomía en sus distintos niveles de gestión, pero el país sufre de un sistema centralista, corporativista y monopólico que lo dificulta; un sistema que mantiene una inercia del pasado muy fuerte. Lograr una mayor calidad en las condiciones de un sistema educativo nacional requiere nada más una reforma del Estado.
La pertinencia, relevancia y equidad hay que entenderlos entonces como una búsqueda permanente más que como sólo indicadores; representan un proyecto, más que un producto. En este sentido la calidad hay que centrarla más en los procesos y no sólo en los resultados; la calidad es el camino, no sólo ni principalmente la meta. Se trata entonces de establecer criterios flexibles y adaptables que orienten y articulen todos los procesos asociados al hecho educativo.
Finalmente, los criterios macro permitirán juzgar si se están construyendo condiciones de posibilidad para favorecer procesos educativos de calidad entendida como la promoción del desarrollo completo de los estudiantes y que se realiza en último término en la relación educativa cotidiana. Es decir, favorecer lo que cada estudiante puede ser y llegar a ser tiene que ver principalmente con la relación que el docente establece para favorecer no sólo el aprendizaje, sino sobre todo la promoción de una construcción de una perspectiva compleja, integrada y activa sobre la realidad y la vida; esta relación pedagógica se multiplica en la relación que el estudiante establece con sus iguales y con el entorno. El proceso de enseñanza por lo tanto deberá suponer una búsqueda permanente en la que el profesor comprende con mayor profundidad no sólo el contenido de lo que enseña, sino los aspectos relacionados al alumno y sus procesos de aprendizaje; la calidad educativa por lo tanto está fundamentada en la calidad de la relación interpersonal permanente y cotidiana que promueve las dimensiones y aptitudes de los estudiantes.
Publicación: E-Consulta, 16 de febrero de 2010.
¿Qué es la calidad en educación? ¿Qué exige y qué implica? ¿Bajo qué criterios dar cuenta de su realización? ¿Se trata sólo de resultados o hay otros aspectos involucrados de igual o mayor importancia? ¿De qué manera favorecer una educación de calidad para un país con las desigualdades e inequidades como el nuestro? ¿Hay condiciones para desarrollarla? ¿Cuál es la responsabilidad de la investigación educativa en la clarificación de este concepto? Son muchas preguntas en torno al dilema de la calidad educativa, el cual es siempre una preocupación expresada en los programas nacionales como “claves” para lograr que las distintas generaciones de niños y jóvenes contribuyan con su acción al crecimiento y desarrollo nacional.
Si se revisa la bibliografía dedicada al estudio y definición de este concepto será fácil constatar que la orientación que prevalece es la que está ligada a los resultados alcanzados referidos a “aprovechamiento escolar” (las calificaciones de los alumnos) con base en los recursos invertidos en medios y cobertura educativa. Este enfoque puede ser valioso en la medida en que ofrece datos sobre las condiciones para la calidad, pero no se puede formular la calidad sólo desde ahí.
Habría que considerar que el concepto de la calidad educativa es más bien un concepto problema y no un concepto solución, no parece que el tema de la calidad ofrezca referentes acabados, seguros y únicos para entenderla y conceptualizarla, sino plantea preguntas y la necesidad de reconocer las problemáticas ligadas a todos los ámbitos de lo educativo. Lograr que la educación en nuestro país sea óptima y responda con pertinencia a las necesidades individuales y sociales implica la conjunción de muchos factores desde distintos ámbitos. En este sentido, valdría la pena identificar dos niveles interdependientes en lo que ha calidad se refiere (sin que este tema se reduzca sólo a éstos): el primero relacionado con los aspectos macro, con los aspectos anclados en política educativa, en inversión económica y en indicadores cuantitativos que permitan reconocer las condiciones para favorecer procesos didáctico—pedagógicos y curriculares pertinentes, relevantes y equitativos. El segundo con aspectos micro, referidos con la relación educativa cotidiana construida en la realidad escolar institucional y en el aula entre profesores y estudiantes.
Hablar de pertinencia, relevancia y equidad como criterios para juzgar las condiciones macro cobran sentido justamente en el marco de la construcción educativa cotidiana, pero la relevancia, la pertinencia y la equidad son criterios de índole político, no en el sentido peyorativo, sino el sentido del marco orientador de las condiciones socio—políticas y culturales que, en distintos niveles de responsabilidad y concreción, deberían enmarcar el desarrollo de un determinado sistema educativo. Por lo tanto, estos criterios ayudan a juzgar las condiciones sobre las cuales queremos como sociedad establecer procesos educativos adecuados y determinar las mejores acciones para lograrlos; así mismo, estos criterios promueven un análisis crítico y complejo porque aluden a otros aspectos de la realidad nacional que trascienden lo educativo y que requieren ser atendidos de manera lo más integral posible: aspectos económicos, políticos, culturales, sociales, etc.
De manera entonces que estos criterios se deberán concretar en políticas consistentes con un proyecto de nación. La condición más profunda que enfrenta nuestro país para favorecer el tema de la calidad es la inercia histórica, pues muchos de los esfuerzos de transformación social y especialmente en el sistema educativo se enfrentan con viejas estructuras anquilosadas y corruptas que naturalmente se niegan a cambiar. Se necesita un sector educativo con mayor autonomía en sus distintos niveles de gestión, pero el país sufre de un sistema centralista, corporativista y monopólico que lo dificulta; un sistema que mantiene una inercia del pasado muy fuerte. Lograr una mayor calidad en las condiciones de un sistema educativo nacional requiere nada más una reforma del Estado.
La pertinencia, relevancia y equidad hay que entenderlos entonces como una búsqueda permanente más que como sólo indicadores; representan un proyecto, más que un producto. En este sentido la calidad hay que centrarla más en los procesos y no sólo en los resultados; la calidad es el camino, no sólo ni principalmente la meta. Se trata entonces de establecer criterios flexibles y adaptables que orienten y articulen todos los procesos asociados al hecho educativo.
Finalmente, los criterios macro permitirán juzgar si se están construyendo condiciones de posibilidad para favorecer procesos educativos de calidad entendida como la promoción del desarrollo completo de los estudiantes y que se realiza en último término en la relación educativa cotidiana. Es decir, favorecer lo que cada estudiante puede ser y llegar a ser tiene que ver principalmente con la relación que el docente establece para favorecer no sólo el aprendizaje, sino sobre todo la promoción de una construcción de una perspectiva compleja, integrada y activa sobre la realidad y la vida; esta relación pedagógica se multiplica en la relación que el estudiante establece con sus iguales y con el entorno. El proceso de enseñanza por lo tanto deberá suponer una búsqueda permanente en la que el profesor comprende con mayor profundidad no sólo el contenido de lo que enseña, sino los aspectos relacionados al alumno y sus procesos de aprendizaje; la calidad educativa por lo tanto está fundamentada en la calidad de la relación interpersonal permanente y cotidiana que promueve las dimensiones y aptitudes de los estudiantes.
miércoles, febrero 10, 2010
Para derrocar al dictadorcito que llevamos dentro
Autor: Celine Armenta
Publicación: E-consulta, 09 de febrero de 2010
"La dictadura no solamente la ejercen las autoridades y sus esbirros, sino también una parte de la población sobre la otra; y no sólo es política sino también moral, como un agua podrida que va impregnándolo todo, hasta los pliegues más íntimos de la vida."
Esta frase, de la novelista Laura Restrepo, duele de tanta verdad que encierra y tanta miseria que revela. Duele porque describe la realidad de hoy en nuestro México lindo y querido, que por un lado dice que celebra el amor y la amistad y por el otro se ensaña en promover marginalización y odios viscerales.
Me explico. La alternancia en los colores de las autoridades crea la engañosa esperanza de que estamos avanzando en el camino de la democracia, entendida en su sentido vernáculo como el régimen de gobierno en que somos dueños de nuestros destinos, y vivimos tan libres e independientes como es posible serlo; gobernados por nosotros mismos, como corresponde a seres y colectivos adultos: soberanos, designando y controlando a nuestros gobernantes.
Pero tal democracia no está cerca, ni hay condiciones que permitan avizorarla en el horizonte. No tenemos democracia ni queremos tenerla. Añoramos la que Vargas Llosa describió como dictadura perfecta, camuflada y quizás de terciopelo, pero dictadura. Añoramos las décadas de control y disciplina, sin tener que decidir por nosotros mismos.
Veo indicios de esta actitud irresponsable por todas partes, desde nuestra indolencia hacia la participación hasta la apología de la resignación. Generalmente estos indicios se mezclan y confunden con la indiferencia ante el dolor y las necesidades ajenas, se parapetan tras las prisas, los riesgos, el cansancio. Generalmente, también, son omisiones más que acciones.
Pero eso no es todo: aquí y allá aparecen golpes criminales, descarados y ominosos contra las posibilidades democráticas de nosotros, las y los mexicanos. Son apuestas por la dictadura, por el control no sólo político sino moral; son claras expresiones de nuestra complicidad con un régimen que sólo beneficia a unos cuantos.
Ejemplo de esta dictadura interiorizada de la que no acabamos de librarnos, ni parecemos querer derrotar son las reacciones ante los matrimonios gays y lésbicos de la ciudad de México. La homofobia y todos los prejuicios a ella asociados han demostrado su ubicuidad. Tanto el jerarca religioso, a quien esta legislación parece mermarle poder de manipulación, como el señor de la esquina, a quien honestamente ni le va ni le viene, se declaran pública y orgullosamente discriminadores y homófobos. Censuran ya no sólo con las miradas y los gestos, sino con declaraciones de tanta ignorancia que moverían a risa, si no fuera porque el odio que destilan mueve antes al dolor y al miedo.
¡No se vale! La democracia requiere equidad: que todos velemos por los derechos de todos. Nada más lejano a la democracia que imponer los prejuicios y la ignorancia personal a los demás, para recortarles oportunidades.
El respeto al derecho ajeno, ya decía don Benito, es la paz; es la democracia.
Las parejas de lesbianas y de gays del Distrito Federal pueden casarse; y las mujeres defeñas pueden interrumpir un embarazo. Allá, tan cerquita de Puebla, la democracia está echando raíces; el ciudadano común puede controlar más su vida, tiene más libertades; hay más espacio para la autonomía y el gobierno del pueblo.
No sé si el partido en el poder no sabe de democracias o si ahora que ya probó el sabor del poder, encuentra irresistibles los grilletes de la dictadura. ¿Si no es así, cómo explicar la reacción visceral de los panistas de la Asamblea de Representantes del DF, de la PGR, y de Felipe Calderón ante el matrimonio gay?
Para gobernar en la democracia no se necesita renunciar a los principios religiosos o conservadores; se podría ser un decente gobernante democrático de derecha. Lo indispensable es creer en la democracia, y ello exige creer en los demás. Por otra parte, dictaduras las hay de derecha y de izquierda; dictadura es someter a los demás al pensamiento, las normas, la política y la moral del dictador; muchas veces con la complicidad de los sometidos.
¿Queremos dictadura? No lo creo. Queremos democracia. Queremos la responsabilidad, apareada a la libertad, de decidir. Ampliar las libertades legales al tamaño de los derechos; asegurar que no se discrimine a nadie.
A quienes creemos en la democracia y queremos construirla nos toca sumarnos al entusiasmo por la legislación a favor de los matrimonios gay capitalinos, y en contra de quienes pretenden declararlos anticonstitucionales.
Nos toca construir democracia desde nuestro espacio personal. Gozar genuinamente ante la parejita de enamorados que caminan tomados de la mano o se dan un beso, tanto si son un chavo y una chava, como si se trata de dos chavos, dos chavas, dos viejos o dos viejas. ¡Viva el amor! Vivimos con exceso de odios, egoísmos y rencores: celebremos el amor, y de una vez por todas sofoquemos precisamente con amor, con empatía y solidaridad, con democracia, con respeto al derecho ajeno, a ese dictadorcito y cómplice de dictaduras que parece que llevamos dentro.
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Democracia,
Tolerancia
martes, febrero 09, 2010
TÉCNICA PARA DISMINUIR EL ENOJO: “DESCATASTROFIZAR”
Autor: Raúl José Alcázar Olán
Publicación: Síntesis, por publicar.
Publicación: Síntesis, por publicar.
Los pensamientos de la gente son importantes para crear, aumentar o disminuir el enojo. Un ejemplo es el de “catastrofizar”, lo cual consiste en hacer un problema más grande o peor de lo que es. Al pensar en las cosas se utilizan palabras como “terrible, no lo puedo soportar, es lo peor, horrible”. Luego las personas reaccionan con mayor enojo a la realidad que ellos mismos han creado (catastrofizado). Al catastrofizar se exageran las cosas dolorosas o negativas de la situación y se deja de lado lo que es tolerable o bueno. Por ejemplo “¡La cena estuvo pésima y cara!”, “¡Esto es lo peor que me ha sucedido!”, “¡No puedo soportar esta situación!”, “¡Se comportó tan mal que hizo de la fiesta una pesadilla!”.
Mientras que “catastrofizar” hace que los problemas se vuelvan peores o más grandes, es posible cambiar nuestra manera de pensar o “descatastrofizar”, siempre y cuando hagamos un esfuerzo. Para cambiar, hay tres técnicas que se pueden usar.
- Sé negativo de forma realista. Los obstáculos en la vida se presentan de manera frecuente. Es probable que eso te moleste como a cualquier otra persona. Permítete sentir esos sentimientos negativos. Pero no explotes de forma desproporcionada, más allá de lo que la situación amerita. Usa palabras como “molesto, frustrante, decepcionante, triste”.
- Intenta usar un lenguaje muy preciso o específico. En lugar de decir “pésimo” describe de forma exacta y específica el problema, por ejemplo, en vez de “la cena estuvo pésima” puedes decir “la cena costó 200 pesos más de lo que esperaba”.
- No sólo observes la “parte” negativa, considera al “todo”. Hay un lado bueno y un lado malo en cualquier situación. Tal vez tu amigo llega tarde siempre pero tiene la cualidad de escucharte cuando lo necesitas.
Busca el lado positivo de las personas o las cosas y así habrá menos catastrofización. Otros ejemplos de frases que puedes usar para disminuir catástrofes son: “No es el fin del mundo. Sólo es frustrante”, “No vale la pena quedarse enojado”, “Sacaré de esta situación lo mejor que pueda”, “Ten paciencia. Pronto pasará”, “No servirá salirme de mis casillas”, “Haré lo que pueda. Si funciona, genial. Si no, bueno, hice lo que pude”, “No necesito volverme loco”, “Las cosas malas suceden. Necesito desarrollar un plan para lidiar con eso”, “Buscaré un lado positivo a la situación”.
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