Autor: Celine Armenta
Publicación: E-consulta, 09 de febrero de 2010
"La dictadura no solamente la ejercen las autoridades y sus esbirros, sino también una parte de la población sobre la otra; y no sólo es política sino también moral, como un agua podrida que va impregnándolo todo, hasta los pliegues más íntimos de la vida."
Esta frase, de la novelista Laura Restrepo, duele de tanta verdad que encierra y tanta miseria que revela. Duele porque describe la realidad de hoy en nuestro México lindo y querido, que por un lado dice que celebra el amor y la amistad y por el otro se ensaña en promover marginalización y odios viscerales.
Me explico. La alternancia en los colores de las autoridades crea la engañosa esperanza de que estamos avanzando en el camino de la democracia, entendida en su sentido vernáculo como el régimen de gobierno en que somos dueños de nuestros destinos, y vivimos tan libres e independientes como es posible serlo; gobernados por nosotros mismos, como corresponde a seres y colectivos adultos: soberanos, designando y controlando a nuestros gobernantes.
Pero tal democracia no está cerca, ni hay condiciones que permitan avizorarla en el horizonte. No tenemos democracia ni queremos tenerla. Añoramos la que Vargas Llosa describió como dictadura perfecta, camuflada y quizás de terciopelo, pero dictadura. Añoramos las décadas de control y disciplina, sin tener que decidir por nosotros mismos.
Veo indicios de esta actitud irresponsable por todas partes, desde nuestra indolencia hacia la participación hasta la apología de la resignación. Generalmente estos indicios se mezclan y confunden con la indiferencia ante el dolor y las necesidades ajenas, se parapetan tras las prisas, los riesgos, el cansancio. Generalmente, también, son omisiones más que acciones.
Pero eso no es todo: aquí y allá aparecen golpes criminales, descarados y ominosos contra las posibilidades democráticas de nosotros, las y los mexicanos. Son apuestas por la dictadura, por el control no sólo político sino moral; son claras expresiones de nuestra complicidad con un régimen que sólo beneficia a unos cuantos.
Ejemplo de esta dictadura interiorizada de la que no acabamos de librarnos, ni parecemos querer derrotar son las reacciones ante los matrimonios gays y lésbicos de la ciudad de México. La homofobia y todos los prejuicios a ella asociados han demostrado su ubicuidad. Tanto el jerarca religioso, a quien esta legislación parece mermarle poder de manipulación, como el señor de la esquina, a quien honestamente ni le va ni le viene, se declaran pública y orgullosamente discriminadores y homófobos. Censuran ya no sólo con las miradas y los gestos, sino con declaraciones de tanta ignorancia que moverían a risa, si no fuera porque el odio que destilan mueve antes al dolor y al miedo.
¡No se vale! La democracia requiere equidad: que todos velemos por los derechos de todos. Nada más lejano a la democracia que imponer los prejuicios y la ignorancia personal a los demás, para recortarles oportunidades.
El respeto al derecho ajeno, ya decía don Benito, es la paz; es la democracia.
Las parejas de lesbianas y de gays del Distrito Federal pueden casarse; y las mujeres defeñas pueden interrumpir un embarazo. Allá, tan cerquita de Puebla, la democracia está echando raíces; el ciudadano común puede controlar más su vida, tiene más libertades; hay más espacio para la autonomía y el gobierno del pueblo.
No sé si el partido en el poder no sabe de democracias o si ahora que ya probó el sabor del poder, encuentra irresistibles los grilletes de la dictadura. ¿Si no es así, cómo explicar la reacción visceral de los panistas de la Asamblea de Representantes del DF, de la PGR, y de Felipe Calderón ante el matrimonio gay?
Para gobernar en la democracia no se necesita renunciar a los principios religiosos o conservadores; se podría ser un decente gobernante democrático de derecha. Lo indispensable es creer en la democracia, y ello exige creer en los demás. Por otra parte, dictaduras las hay de derecha y de izquierda; dictadura es someter a los demás al pensamiento, las normas, la política y la moral del dictador; muchas veces con la complicidad de los sometidos.
¿Queremos dictadura? No lo creo. Queremos democracia. Queremos la responsabilidad, apareada a la libertad, de decidir. Ampliar las libertades legales al tamaño de los derechos; asegurar que no se discrimine a nadie.
A quienes creemos en la democracia y queremos construirla nos toca sumarnos al entusiasmo por la legislación a favor de los matrimonios gay capitalinos, y en contra de quienes pretenden declararlos anticonstitucionales.
Nos toca construir democracia desde nuestro espacio personal. Gozar genuinamente ante la parejita de enamorados que caminan tomados de la mano o se dan un beso, tanto si son un chavo y una chava, como si se trata de dos chavos, dos chavas, dos viejos o dos viejas. ¡Viva el amor! Vivimos con exceso de odios, egoísmos y rencores: celebremos el amor, y de una vez por todas sofoquemos precisamente con amor, con empatía y solidaridad, con democracia, con respeto al derecho ajeno, a ese dictadorcito y cómplice de dictaduras que parece que llevamos dentro.
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