lunes, febrero 22, 2010

El dilema de los educadores profesionales

Autor: Guillermo Hinojosa R.
Publicación: E-Consulta, 23 de febrero de 2010

Los educadores profesionales, aquellos cuya vida laboral consiste en ser empleados de una organización educativa pública o privada, se ubican en un punto intermedio entre dos extremos. En un extremo están los 'obreros educativos', en el otro están los 'mentores'.
     Los obreros educativos conciben al sistema escolar como una gran fábrica en la que los educandos ingresan como materia prima y van pasando por varios procesos sucesivos cuyo resultado es un producto que cumple ciertas especificaciones. Cada obrero se encarga de un tramo de la línea de producción: el maestro de tercero recibe lo que le entrega el de segundo, hace la parte que le toca según los manuales y entrega al de cuarto. Un año después vuelve a empezar. Si le entregan algún producto defectuoso tratará de remediarlo si es posible, y si no, lo apartará de la línea. Las líneas de producción educativa empiezan en el preescolar y terminan en las licenciaturas. Pero ya se están extendiendo a los posgrados, a las maestrías y doctorados.
     Los mentores son los continuadores del primer Méntoor, en realidad una de las personalidades de Atenea quien disfrazada aconsejó al joven Telémaco, 'el luchador lejano'. Los mentores aman el conocimiento y desean que sus alumnos lo amen también. No han dejado de maravillarse por lo que saben y deben transmitir, ya se trate de aprender a contar del uno al diez o de la dialéctica hegeliana. Hacen poco o ningún caso de los manuales escolares con tal de ver en sus 'luchadores lejanos' el gusto por saber.
      Todo conspira para que los educadores se carguen al extremo de los obreros educativos: El sistema educativo público que, por un lado, debe hacer frente a la masificación escolar y, por el otro, teme que se enseñen 'contenidos no autorizados'; El sindicato de maestros cuya prioridad es la propia supervivencia, imposible sin la disciplina ciega de sus agremiados; La competencia entre las instituciones educativas privadas que las hace reducir costos y estandarizar procedimientos; La identificación de las 'autoridades educativas' con los gerentes y directores de las empresas; La comodidad de los educadores que pueden preferir 'guiarse por el librito' a tomar decisiones inciertas bajo su propio riesgo; La burocratización, en fin, cuya eficiencia depende de la homogeneidad.
     En los asuntos humanos nunca se puede lograr la total homogeneidad. Siempre habrá estudiantes, profesores y directores que se resistan a comportarse como lo manda la autoridad. Unos más otros menos. Siempre habrá algunos cuya experiencia les haya enseñado que hay que actuar por cuenta propia; que los 'libritos' y los manuales de producción educativa son perfectibles, no se aplican en todos los casos, y a veces en ninguno. Siempre habrá directores de escuela dispuestos a probar alguna teoría pedagógica prometedora o alguna idea nueva, y no pueden esperar a que les den permiso. Siempre habrá maestros, los mentores, cuyo bienestar propio depende del bienestar de sus alumnos. Siempre habrá estudiantes que hacen más preguntas de las previstas por su sistema educativo.
     Las esperanzas de que nuestro sistema educativo mejore en todos los niveles, están en esas ovejas negras discordantes. En lugar de reprimirlas y expulsarlas, cediendo a la tentación homogeneizadora, habría que encontrar mecanismos para que su trabajo no sea educación de contrabando. Si nuestro sistema educativo ha de tener un mínimo de democracia en su organización, es necesaria la participación de todos; no sólo tolerada sino alentada. Es necesario que los elementos del sistema educativo conspiren para que los maestros se corran hacia el extremo de los mentores alejándose del de los obreros. No es fácil decir cómo lograr lo anterior, pero vale la pena probar la democratización del sistema educativo y la búsqueda deliberada de la heterogeneidad en los contenidos y en los métodos educativos.

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