Autor: Alexis Vera
Publicación: La primera de Puebla, 16 de febrero de 2010
Si usted va a casi cualquier tienda en Puebla pronto se dará cuenta que un reto interesante es encontrar en ella productos que no estén hechos en China. Desde juguetes hasta comida, todos los anaqueles y exhibidores mexicanos tienen un alto contenido de productos chinos, y no necesariamente se trata de productos baratos, como hasta hace poco solía ser el más frecuente de los casos, ahora ya se empiezan a ver muchos productos de buena calidad y de alta tecnología que provienen de esa enorme nación oriental. ¿Qué tan bueno es esto para México? La respuesta tiene varias aristas y el asunto puede ser sumamente delicado, veremos por qué.
El tema de China tiene evidentemente implicaciones económicas pero también sociales y políticas. Comencemos por las económicas. Es a todas luces bueno que haya competencia que empuje a las empresas del país a producir con mejor calidad y a reducir sus precios. En efecto, las importaciones chinas han presionado los precios a la baja de muchos productos y han obligado a una cantidad importante de negocios mexicanos a emprender procesos de mejora. Sin embargo, el que una buena parte de la manufactura de un país se traslade a otro trae como consecuencia la pérdida de empleos. Por cada producto chino que compramos en sustitución de uno mexicano, favorecemos los negocios de las empresas productoras de aquel país en detrimento de sus homólogas mexicanas. Lo que significa que éstas venderán menos y, en consecuencia, con el tiempo empezarán a recortar personal y a comprar menos a sus proveedores (también mexicanos en su mayoría) afectándolos de la misma manera. Esto igualmente representa menos impuestos para el gobierno de nuestro país, porque si las empresas nacionales venden menos, entonces tributan menos. Menos recaudación fiscal significa menos gasto público y, por lo tanto, menos compras del gobierno a empresas mexicanas, y así continúa la espiral económica hacia abajo. En suma, la economía del país sale perdiendo, en especial empleos.
Una nación con poco empleo se convierte en un gran caldo de cultivo para el crimen que pone a su servicio a miles de personas que no encuentran algo mejor que hacer. Las oportunidades para progresar como individuo se limitan cuando no hay trabajo. Un país que no puede dar suficiente empleo a su población también provoca emigración, con las delicadas implicaciones sociales que esto conlleva.
Esos son algunos efectos de este lado del mundo. En contraste, allá en China, la cosa no pinta igual. Allá las empresas venden cada vez más; a aquel país entra más dinero, se hace poco a poco más rico y, por lo tanto, más poderoso. Recordemos que China tiene un sistema de gobierno robusto y centralizado con mucho poder porque tiene el control total de la economía. Es dueño de una enorme parte de la planta productiva instalada en aquel país. Así, comprarle a las empresas chinas equivale prácticamente a comprarle a su gobierno, a generarle ingresos. Bueno, y ¿qué tiene de malo hacer rico al gobierno de otro país que honestamente se gana el dinero? La respuesta tiene que ver con el tipo de gobierno al que estamos todos haciendo rico. No estamos convirtiendo en súper potencia a un gobierno pacifista, todo lo contrario, estamos enriqueciendo a un gobierno que tiene un lamentable historial como represor, autoritario y hostil. Para muestra un botón, recordemos que cuando el Dalai Lama visitó México, el gobierno chino le prohibió, sí, le prohibió al entonces presidente Vicente Fox reunirse con dicho personaje, quien además de ser líder espiritual del Tíbet es premio Nobel de la paz, porque lo culpan de querer liberar al Tíbet de China. Fox, bien portadito, no tuvo más que obedecer al todopoderoso gobierno chino. Así, en dos patadas, China injirió y controló las decisiones del presidente de nuestro país. Lo mismo está intentando hacer con Barak Obama para la próxima visita del Dalai Lama a Estados Unidos.
A China hay que agradecerle que está nivelando un poco la descompensada balanza del poder mundial que en los últimos 20 años ha favorecido abrumadoramente a los Estados Unidos. Sin embargo, el que un gobierno evidentemente antidemocrático, hostil y represor como el chino gane poder debería preocuparnos a todos en el mundo.
Comprar productos hechos en China implica enriquecer a su gobierno (con todos los riesgos geopolíticos que esto representa) y empobrecer a países como el nuestro que tanto necesita mejorar su situación social y económica. Me parece que no se trata de dejar de comprar productos chinos (sería prácticamente imposible), pero –al menos- sí hacerlo cuando se pueda, de esta manera le damos una manita a México.
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