sábado, febrero 06, 2010

Ventanas al optimismo

Autora: Celine Armenta Olvera
Publicación: La primera de Puebla, 26 de enero de 2010

El optimismo hoy, en México, escasea. ¿Cómo confiar en futuros mejores cuando la alternancia gubernamental no ha mostrado interés en promover democracia, participación, transparencia ni rendición de cuentas, y cuando constatamos día con día que las lacras que alguna vez soñamos erradicar gozan de buena salud?


La injusticia, la corrupción, la pobreza extrema, la violencia social y de género, la intolerancia y la exclusión están entre nosotros y entorpecen hasta nulificar cualquier esfuerzo, cualquier iniciativa.

El poco optimismo que sobrevive a tan negro panorama se esfuma cuando constatamos que quienes suponíamos líderes en la vivencia y enseñanza de valores, aparecen como predicadores de las actitudes más negativas. Acabamos de constatarlo tras la aprobación en la Asamblea de Representantes del DF de leyes que buscan paliar la discriminación contra lesbianas, gay y demás disidentes sexuales.

Varios de los supuestos custodios de valores tan indiscutibles como el amor, la verdad y la justicia, no sólo se pronunciaron en contra de quienes sí actuaron a favor de la equidad, sino que llamaron a sus feligreses a pisotear los derechos, la dignidad y la conquista de todos los mexicanos; los convocaron a discriminar y a odiar.

Ante esta constatación de que estamos mal, el flamante doctor Carlos Campos —doctor en Educación por el Programa Interinstitucional Ibero-ITESO— ha abierto una ventana al optimismo con su acucioso trabajo doctoral, en el que demostró que la intolerancia y la discriminación pueden combatirse efectivamente y transformarse en respeto a los derechos de los demás.

Durante cinco años, el doctor Campos llevó a cabo una investigación ambiciosa: primero, para demostrar que la intolerancia y la discriminación están en la raíz de muchas de las miserias que nos aquejan; que sólo se agrede y se defrauda a quienes se considera ajenos, diferentes, discriminables. Después, para analizar detalladamente lo que CONAPRED descubrió en 2005: que los mexicanos discriminamos: que consideramos apropiado negar derechos a quienes juzgamos diferentes: a las mujeres, los indígenas, los que viven con discapacidades o profesan religiones diferentes a la católica, a los extranjeros, los homosexuales, los ancianos. Que consideramos ser diferente igual a ser inferior.

Después, el doctor Campos centró su atención en investigar si una política educativa nacional, relativamente reciente, podría ser la clave para abatir la discriminación. Se centró en la integración educativa que la SEP define como el “proceso por el cual los niños, las niñas y los jóvenes con necesidades educativas especiales asociadas con alguna discapacidad, con aptitudes sobresalientes o con otros factores, estudian en aulas y escuelas regulares, y reciben los apoyos necesarios para tener acceso a los propósitos generales de la educación”.

Aplicó la misma encuesta con la que CONAPRED descubrió nuestra discriminación, a cientos de padres de familia y maestros de centros preescolares que tenían integrados algunos niños con discapacidad. ¿Convivir con un puñado de nenes con discapacidad exacerbaría los sentimientos de rechazo y discriminación? O ¿La convivencia cotidiana con la diversidad humana tenía algún efecto positivo?

Personalmente aplicó las largas encuestas, vació y analizó los datos, y verificó una y otra vez los resultados que parecían increíbles: la integración parecía causar un auténtico imposible, un milagro. Los padres y maestros de estos preescolares no se comportaban como el resto de los mexicanos: eran tolerantes, incluyentes, respetuosos de los derechos humanos.

Lo interesante es que no sólo transformaron sus conductas y actitudes hacia las personas con discapacidad: también se mostraban radicalmente no discriminatorios en temas de tolerancia religiosa; y no se mostraban misóginos, homófobos ni xenófobos.

Y participar en la integración educativa parece la única explicación de las enormes diferencias entre el mexicano común y los padres de familia y maestros de la investigación del doctor Campos, quien definitivamente descubrió la medicina contra nuestra destructiva y omnipresente discriminación, contra nuestra intolerancia que tan impúdicamente exhiben jerarcas religiosos, líderes políticos, y quienes se enriquecen a costillas de otros.

Quedó demostrado que la integración educativa es una ventana a la esperanza; y que muy posiblemente, si sus principios dirigieran todos los centros educativos y laborales, familiares y sociales, tendríamos un respiro y podríamos soñar en mejores futuros, solidarios, fraternos.

Estos principios son simples: visibilidad y asertividad por parte de las minorías, o sea los diferentes; apertura por parte de todos; normas de justicia, equidad y respeto a los derechos; y no cansarnos ante las dificultades. Así de difícil, pero así de posible.

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