Autora: Ma. Eugenia Sánchez Díaz de Rivera.
Publicación: La jornada de oriente, 26 de octubre 2006.
Los debates sobre las conceptualizaciones y metodologías más adecuadas para dar cuenta de ese fenómeno llamado pobreza, son sin duda de suma relevancia y en las últimas décadas un tema central entre algunos investigadores mexicanos. Calcular la intensidad de la privación de recursos indispensables para la supervivencia humana, del acceso a servicios de salud y educación, o de desarrollo de capacidades básicas en orden a una vida digna ha pretendido desembocar en políticas públicas orientadas a hacer frente dicha problemática. Hay clara conciencia de que las políticas para la superación de la pobreza y la equidad social no son independientes, pero tal parece que la cuestión de la polarización en la distribución de la riqueza se ha convertido en un asunto insalvable.
El Gobierno de Vicente Fox se congratuló del ligero descenso de la pobreza extrema en México entre 2001 y 2005. Sin duda hubo un considerable esfuerzo, mediante el Programa de Oportunidades, de amortiguar los impactos de la política económica aplicada por su gobierno, sin embargo y paradójicamente, han sido los pobres mismos mediante las remesas de los migrantes los que han aportado una gran parte de este respiro además de los altos precios del petróleo. Por otra parte no es posible olvidar que en 2006 el presupuesto de OPORTUNIDADES es prácticamente el mismo que el del pago de intereses a la deuda del FOBAPROA
Menos optimistas que los datos oficiales previamente mencionados, son los resultados de los recientes datos de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH) 2005, que muestra que 10 por ciento de los hogares más ricos concentra 36.5 por ciento del ingreso nacional, mientras que la décima parte de los hogares más pobres percibe apenas 1.6 por ciento del total. En esta información se observa, además, que es necesario juntar el ingreso de los deciles I al VII (el 70% más pobre) para igualar el ingreso del decil X. Simultáneamente según la revista Forbes, el hombre más rico de México incrementó su fortuna en 65 mil millones de pesos durante 2005; esta cifra representa el 8.5% del ingreso total de los hogares mexicanos durante 2004 que, de acuerdo con la ENIGH, fue de 761 mil millones de pesos.
Y entonces tenemos un México, que como sugiere el Informe del Índice de Desarrollo Humano México 2004, podría llamarse Malawitalia, pues mientras la delegación Benito Juárez de la Ciudad de México presenta índices de desarrollo humano equiparables a los de Italia, municipios de los estados más pobres, como Guerrero (Metlatónoc) Chiapas y Oaxaca, están al nivel de Malawi o de los territorios ocupados de Palestina. La brecha entre IDH entre entidades federativas es de 26.2% pero entre municipios alcanza 51.1%. Y la distancia entre norte y sur del país es también inquietante.
No es ocioso mencionar, dados los recientes acontecimientos, que el estado de Oaxaca es el que manifiesta, según el IDH, la mayor desigualdad interna.
Las presiones internacionales y la crisis fiscal que sufre el Estado Mexicano, las estructuras económicas y culturales históricamente cristalizadas aparecen casi como un callejón sin salida para la construcción de un país más igualitario y digno. Por ello, lo central no es solamente la discusión entre la aplicación de modelos universalistas o focalizados, sino en las posibilidades reales de que se involucre una voluntad política decidida, y un horizonte societal diferente. El conflicto postelectoral y el movimiento de la APPO, tienen un ingrediente medular relacionado con el fracaso de las políticas económicas y sociales, aunado a la manipulación mediática que invita no al florecimiento humano sino a la felicidad mediante el derroche.
¿Qué va a ocurrir en el futuro próximo con las políticas sociales y su vinculación con las políticas económicas en el actual contexto de confrontación entre una institucionalidad deteriorada, y el descontento creciente, organizado de manera heterogénea pero que ciertamente esta ejerciendo una presión consistente?
Porque el discurso del “combate a la pobreza” que encubre las distorsiones estructurales, no solo está desgastado sino que se está volviendo irritante.
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