Autor: Rodrigo Saldaña Guerrero
Publicación: La jornada de oriente, 12 octubre 2006.
Algo que atrae la atención en la tragedia de Oaxaca es que la APPO y la Sección 22 se comportan como si fueran el gobierno allí. En un sentido, eso parece aclarar las cosas, ya que Ulises ni fue elegido democráticamente para gobernar al estado, ni de hecho lo gobierna. Si preguntamos quién los eligió para ese encargo, sin embargo, el panorama se nos complica. No vemos por ningún lado señales de que el pueblo de Oaxaca haya hecho tal cosa. Ni parecen tener esos aspirantes a gobernar los recursos o la voluntad política para hacerlo. Actuar como policía en la zona que dominan parece ser demasiado para ellos. Su actitud es despótica. Oyendo hablar a sus líderes, se percibe que para ellos quienes no están de acuerdo con sus dictados no son parte del pueblo de Oaxaca. Lo que tienen en común ambos bandos es entonces que ni tienen legitimidad de origen ni se la han ganado por su ejercicio del poder en la realización del bien común.
Todo esto debería recordarnos que tanto quienes pretenden ya ser gobierno como quienes quieren serlo deben reunir una serie de condiciones de legitimidad. No bastan las buenas intenciones, el aplauso público o la apariencia respetable. Y si vamos muy al fondo del asunto, nos encontramos con que para gobernar hay que tener el apoyo popular no sólo en las palabras, sino en los hechos. Hay que tener, además de la autoridad formal, el liderazgo real, que haga que el pueblo se mueva en la dirección indicada por los gobernantes. Luis González y González ha hecho notar que para muchos mexicanos, a lo largo de la historia, daba igual quién se proclamara gobernante de México. Para ellos, lo que pasaba en Palacio Nacional o en el Congreso era un chisme, a veces sabroso, pero no el faro que guiaba su destino.
Y, como no había comunicación entre ellos, ni menos los gobiernos marchaban junto con sus gobernados rumbo a un puerto común, no había manera de que aquéllos se ganaran la legitimidad de ejercicio sirviendo al bien común. Le quedaba apenas a las autoridades una derivada de un cierto reconocimiento de la mayoría del pueblo. Sin la comunicación constante y el rumbo común, el viaje iba al desastre y las autoridades perdían fácilmente esa pálida legitimidad.
Falta comunicación, para no hablar de liderazgo, entre pueblo y gobiernos. Esto tiene hondas raíces históricas. La cuestión es ¿por qué no reparar este divorcio entre el pueblo y sus supuestas autoridades?. Es que la tarea es formidable, aterradora. Parece mucho más fácil aprovechar el reconocimiento de que se disfruta en un momento dado, frágil puente que se espera permanente, que emprender la reconstrucción de los lazos que unen a todos los mexicanos desde la raíz. La dura experiencia de ver como el puente se resquebraja una y otra vez no parece enseñarles nada a quienes se sienten llamados a timonear la nave nacional. Insisto, por consiguiente, en una impopular recomendación.
La mejor manera de reformar a los gobiernos es desde fuera de los gobiernos, y el mejor modo de corregir a los partidos es vigilarlos desde fuera. Quienes se sienten candidatos a figurar en los altares de la Patria seguirán intentando llegar a ese elevado destino aunque el puentecillo cruja amenazadoramente bajo su peso. Somos nosotros, los ciudadanos que no nos sentimos monumentos vivientes los que podemos y debemos volver a hilar el tejido social. Los que podemos construir instituciones tan sólidas que ni los políticos puedan destruirlas. No se puede esperar mucho, por desgracia, del patriotismo de Ulises. Esperamos que los otros se den cuenta del mucho camino que tienen que recorrer para generar la verdadera gobernabilidad de Oaxaca, y que actúen en consecuencia.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario