Autora: Celine Armenta
Publicación: e-consulta, 31, oct, 2006
El futuro de cientos de millones de seres humanos; entre ellos, muchos, muchos mexicanos, está secuestrado por la Ley de Mateo, que dice: “al que tenga se le dará hasta que le sobre; pero al que no tenga, aun lo que tiene se le quitará”. Y la cotidianeidad narcotiza nuestros sentidos: no nos extraña ver que quien carece de poder político, tampoco tenga dinero ni bienes; ni que al pobre se le arrebate su tierra, su lengua, su cultura. Nos hemos acostumbrado al despojo de los desposeídos; a ver que, a quien encima de pobre sea indígena, se le despoje con más impunidad; que al pobre que tiene una discapacidad, es homosexual, profesa una religión minoritaria, o tiene rasgos étnicos diferentes, se le quite todo: la dignidad, el derecho a mirarse al espejo con respeto. A quien no tiene, lo despojamos hasta de la identidad.
Las recientes evaluaciones del sistema educativo nacional, han evidenciado cómo funciona la Ley de Mateo en la educación básica. Los niños mexicanos, saben mucho menos que los niños de todos los países que consideramos nuestros socios; ni los niños mexicanos con mejores habilidades y conocimientos, llegan al promedio de los niños del resto de países de la OCDE. De hecho, los niños con más bajo rendimiento de muchos países, superan ampliamente a los mexicanos de alto rendimiento.
Esto ya es triste; pero faltaba la peor parte del panorama: la comparación interna de resultados de aprendizaje que realizó el Instituto Nacional de Evaluación Educativa. Gracias a ella, no nos queda duda de que los niños de escuelas marginadas, además de pobreza material, sufren una ominosa pobreza educativa; que los ha condenado ya en este momento a perder lo poco que tienen.
Los resultados del Estudio comparativo de la educación básica en México 2000-2005, que puede descargarse del Internet, están sintetizados en el último número de la revista EstePaís. Los números descarnados y fríos, esconden las caritas de estos preadolescentes y adolescentes, que han gastado 6 a 10 años en las aulas, para aprender casi nada. Esconden las caminatas de niñas y niños bajo la lluvia y el sol, entre la neblina, a 40 grados o a 4 bajo cero; en la selva y el deseirto; sin chamarra, sin zapatos; habiendo dejado las tortillas echadas, y los caminos de la milpa andados, buscando el futuro mejor que la educación había prometido.
Pero ¿qué puede lograr una educación como la que descubren estas evaluaciones? Una educación que exacerba la exclusión de millones y millones.
Veamos esos números: por cada niño de 6º de primaria, de colegio privado, que no ha logrado leer, hay 24 niños de primarias indígenas, y 16 de primarias comunitarias con la misma deficiencia. En total, la mitad de alumnos de 6º de primarias indígenas, un tercio de los de primarias comunitarias y un cuarto de los de primarias rurales públicas, tiene graves deficiencias en lecto-escritura. En cambio, un tercio de los alumnos de 6º de las primarias privadas, llega al nivel avanzado de lectoescritura, pero en las indígenas y comunitarias, nadie llega a este nivel. La Ley de Mateo en todo su esplendor.
En matemáticas hay un dato adicional especialmente doloroso: los alumnos de 6º de primaria de escuelas privadas saben más que los niños de 3º de las secundarias generales, de las secundarias técnicas y de las telesecundarias. A los 15 años, la mayoría de adolescentes mexicanos ya está más de 3 años a la zaga de sus propios compañeros de edad de grupos privilegiados.
Ante esta realidad, resuena la voz de Ann Veneran, directora de UNICEF y recipiendaria del premio Príncipe de Asturias 2006: “La mejor inversión contra la pobreza… es que todos los niños vayan a la escuela”; a una escuela que les otorgue horizontes de esperanza; que disminuya discriminación, desigualdad, exclusión.
Tal educación es posible; requiere de la decisión política que decrete ilegal, inmoral e intolerable la Ley de Mateo. Requiere de la abolición de esta ley; para implantar en su lugar una política de discriminación positiva, por la cual a quien no tenga, se le deba dar; y se le dé a manos llenas lo mejor de lo mejor. Debe asegurarse que las escuelas rurales, las telesecundarias, las escuelas indígenas, cuenten con los mejores maestros, los mejores insumos, los materiales más actualizados, las bibliotecas más completas, las instalaciones ejemplares. De manera que los mexicanos tengamos realmente un comienzo parejo. Que una educación de excelencia derrumbe los cercos de la miseria que pasa de generación en generación.
¿Habrá por ahí quien esté dispuesto a abolir la Ley de Mateo? ¿En nuestra SEP quizás?
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