Autor: Javier Sánchez Díaz de Rivera
Publicación: La jornada de oriente, 5 octubre 2006.
Ciertamente es una frase desafortunada eso de rebasar por la izquierda. Todos sabemos en que consiste un rebase. Se vuelve siempre al carril de origen so pena de romperse las narices. Si Calderón se mantiene en el rebase se va a estrellar. ¿Con que o con quién tiene miedo de estrellarse? Si ve la necesidad de rebasar por la izquierda ¿es porque nuestro problema de pobreza y justicia es coyuntural? Sería una pena que el presidente electo de México tenga esa perspectiva, y que la tenga su partido.
El punto es que hablar de izquierda y derecha ya no es el mejor modo de desentrañar la realidad en que vivimos.
La cuestión central está en la equidad. La equidad no es una cuestión de pragmatismo político, es un principio fundamental de justicia, de convivencia y de sobrevivencia social y humana.
Hobbes ya advertía que si dos o más desean un mismo bien que solamente alcanza para uno de ellos, habrá golpes. Estamos al borde de los golpes. En primer lugar porque no hemos tenido el coraje de la solidaridad y porque hemos sido por años complacientes con la corrupción. En segundo lugar porque nuestro modelo de bienestar en México y en el mundo es insostenible económica y ecológicamente. La reflexión sobre nuestros modelos de consumo, sobre el deterioro ecológico-basta checar las tasas de deforestación en el país o las tasas de consumo de petróleo- ya no acepta izquierdas o derechas. Es un mismo país, un mismo mundo para todos. En tercer lugar por nuestra incapacidad de negociar intereses pensando un poco más allá de la inmediatez individual, grupal o electoral.
Desde esta perspectiva nos enfrentamos como sociedad mexicana al menos a tres problemas. Un problema ético que tiene que ver con la confianza de que hay algo más que intereses individuales o grupales en el corazón y la mente. En segundo lugar nos enfrentamos a un problema de viabilidad material que tiene que ver con el agotamiento de la base de sustentación de nuestras formas de operar cotidianas. En tercer lugar nos enfrentamos con un problema político. En ningún caso se trata de rebasar o no por la izquierda. En todo caso en el debate político puede pensarse en una confrontación de estrategias de solución, y aún en esta última es posible creer que todavía existe la capacidad de argumentar más allá de los intereses inmediatos.
En los tres casos ya no podemos delegar ciegamente nuestro poder, ni en las viejas instituciones guardianas de la moralidad, ni en los modelos económicos aparentemente inamovibles, ni en la clase política que una vez elegida se olvida de los electores. Nos toca vivir la radicalidad, no de las posturas ideológicas, sino la radicalidad de la argumentación dialógica, no estratégica. Es decir de una argumentación que incorpora a todos. Es necesario velar armas todo el tiempo y presionar todo el tiempo para avanzar hacia la equidad y a la sustentabilidad. No es una cuestión coyuntural.
En el ámbito ético hay que lanzar un grito desesperado. La injusta distribución de la riqueza es mucho más un problema ético, que técnico, económico o legal. A nadie se le puede forzar a ser ético, pero nos podemos invitar mutuamente a ello.¿es esto aún posible?
En el ámbito económico-ecológico se trata de una invitación a la creatividad. ¿en verdad no podemos inventar un modelo de funcionamiento que no agote los recursos de la humanidad y del país ?.
En el ámbito político la radicalidad dialógica es un imperativo que tenemos todo el derecho de exigir a los legisladores y a los políticos. No se trata pues de rebasar por la izquierda, ni de volver a una división maniquea de la realidad, se trata de instaurar una nueva radicalidad, radicalidad ética, radicalidad imaginativa y radicalidad dialógica.
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