Autor: Martín López Calva
Publicación: e-consulta, 19 Febrero 2007
El día 18 de enero de 2007, los padres de familia de la escuela “John D. Runkle”, institución pública de educación básica en el condado de Brookline, dentro de la zona urbana de Boston, reciben una circular del director de la escuela en la cual se comunica a la comunidad escolar que la Sra. Andrea Cilley, madre de Aila Murphy de séptimo grado y de Carson Murphy de segundo, falleció súbitamente víctima de una hemorragia cerebral masiva.
Después de hacer una breve semblanza de la personalidad de esta madre de familia, el director informa a todos los padres de familia que “en la escuela estamos siendo particularmente sensibles a las reacciones de los niños” y que “específicamente los profesores de los grados séptimo y segundo –en los que están los alumnos que perdieron a su mamá- han hablado con los alumnos para compartir estas noticias de una manera inteligente”. Ofrece además el apoyo del equipo de orientadores de la escuela que “estarán disponibles para sostener una conversación informal con los padres que lo deseen, al día siguiente a las 8 de la mañana en la cafetería” y además estarán dispuestos a dar entrevistas en privado.
Debajo de la firma, aparece una lista de elementos que pueden ser útiles para que los papás ayuden a sus niños a enfrentar y comprender el tema de la muerte:
1.-Reconoce tus propios sentimientos: Piensa acerca de tus propias experiencias de pérdida, separación y muerte. Esto puede tener un impacto en que te sientas más confortable en el momento que ayudes a tus hijos pequeños o adolescentes.
2.-Comparte el hecho de la muerte: Provee a tus hijos de información apropiada a su edad sobre el tema, escúchalos y responde sus preguntas y preocupaciones, explica los diferentes rituales que culturalmente se viven en torno a la muerte.
3.-Está siempre atento a las cosas que hacen a tus hijos vulnerables a este respecto: demasiadas muertes recientemente vividas, ser el mejor amigo de la persona fallecida o no haberse llevado bien con esta persona, etc.
4.-Discute las cuestiones específicas de la situación: cada pérdida es diferente y genera sus propios cuestionamientos. Los niños pueden querer hablar de las enfermedades mortales, de la violencia, de los accidentes o incluso del suicidio.
5.-Apoya a tus niños y adolescentes en su duelo: provee un ambiente familiar donde el duelo sea comprendido y aceptado. Habla específicamente de que es correcto en esas ocasiones sentir tristeza o enojo. 6.-Recuerda a la persona que falleció y ayuda a los niños y adolescentes en esta remembranza.
7.-Orienta las fantasías de los niños: sé particularmente atento ante aquellas fantasías que desarrollan un pensamiento mágico y reflejan un sentido de evasión o irresponsabilidad frente a la muerte.
8.-Usa algunos momentos de aprendizaje para ayudar a los niños y adolescentes a aprender y comprender la muerte y el morir: Las actividades diarias proveen de muchas oportunidades para hablar con ellos del tema de la muerte y el morir, del duelo y de la pérdida.
¿Por qué citar esta anécdota sucedida en una escuela concreta de otro país, de cultura muy diferente a la nuestra?
En los últimos tiempos, se ha venido desarrollando la idea de que la escuela debe “preparar o educar para la vida”. Existen múltiples investigaciones, teorías pedagógicas, metodologías didácticas que insisten en que la escuela debe dejar de ser “esa torre de marfil” aislada del mundo y lejana a la vida cotidiana. El planteamiento central es que un niño o adolescente debe irse preparando para enfrentar la vida concreta y no solamente aprender de memoria conceptos que muchas veces no comprende.
La idea de que la escuela desarrolle competencias o habilidades más que transmitir contenidos tiene que ver directamente con esta meta de educar para la vida.
Sin embargo, un elemento central e inevitable de la vida es la muerte. Estamos como dice Morin citando a Heráclito: “viviendo de muerte y muriendo de vida”.
Los humanos somos seres “destinados a la muerte” –al menos a la muerte física, al término de la existencia terrenal tal como la conocemos- y sin embargo la escuela que persigue “educar para la vida” normalmente evade en sus contenidos y actividades el tema de la muerte. Con excepción de la celebración –más bien cargada de folklore y de carácter abstracto- del “día de muertos” y la elaboración de una ofrenda o un altar en estas fechas, la escuela normalmente no trata el tema de la muerte con los educandos, ni asume explícitamente los eventos de muerte que rodean a la comunidad escolar y que afectan la vida afectiva de los niños y adolescentes, como una oportunidad educativa, como un espacio propicio para el aprendizaje de la muerte concreta y cercana, del morir como hecho al que tarde o temprano todos nos tenemos que enfrentar.
Si nuestra escuela quiere realmente “educar para la vida” tiene que empezar también aunque suene paradójico y sea difícil de aceptar, a “educar para la muerte” que es parte inseparable de la vida.
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