Autora: Ma. Alejandra Díaz Rosales
Publicación: www.e-consulta.com 9 febrero 2007
Sería un acierto que en Puebla, con la amplia oferta educativa que existe a nivel universitario, se arriesgara por brindar también estos espacios de formación a los adultos mayores. Contrario a lo que pueda pensarse sobre la vejez como una etapa de deterioro físico y mental, existen innumerables testimonios de personas que llegadas a la senilidad comparten lúcidamente su sabiduría y experiencias, y disponen de suficientes recursos para seguir integrados a la actividad académica.
Recientemente en un encuentro con personas de la tercera edad en La Habana, en el marco del Congreso Pedagogía 2007, tuve la suerte de escuchar las impresiones y vivencias de varios adultos septuagenarios que agradecían efusivos la oportunidad que volver a las aulas para seguir estudiando. Este programa que coordina la Asociación de Pedagogos de Cuba y que es auspiciado por el Ministerio de educación superior cuenta con 2000 adultos mayores como estudiantes de diplomaturas en gerontología educativa y desarrollo humano para la tercera edad; han graduado además a varios cientos que coordinan sedes de esta universidad en otras localidades y que se convirtieron en formadores de sus contemporáneos. Abrir la puerta a esta arriesgada experiencia, al parecer de algunos, derivó en una alta demanda que el Estado Cubano va satisfaciendo.
Fue muy estimulante escuchar a profesores jubilados, funcionarios retirados de la vida laboral y amas de casa, decir que la universidad les revolucionó el espíritu. Una abuela como ella se presentó, nos dijo que estaba de acuerdo con lo que José Martí había declarado alguna vez: “…es criminal el divorcio que se recibe en una época y la época”, pues aunque ella se decía ser de una época pasada, la posibilidad de estudiar de nuevo le había ganado, en la época actual, el respeto de sus nietos.
Algunos de los egresados se han reintegrado a la vida laboral por espacios esporádicos, pues un aspecto que contempla la formación recibida es la oportunidad de ser maestros emergentes; así que tan ilustres estudiantes de entre 65 y 80 años de edad, reviven el gozo de comunicar sus sabias experiencias a noveles educandos.
Estos estudiantes como se les nombra, porque no aceptan ser llamados alumnos, pues el término cuya raíz significa sin luz o el que debe ser alumbrado no aplica para quien ha andado largo camino en la existencia y si de algo está seguro un adulto mayor, es de contar con luz propia sobre la realidad experimentada. Sin duda alguna, la edad de oro brilla por el cúmulo de sabia y no de años.
Tan alegres estudiantes nos contaron también que algunos de los temas de sus trabajos para aprobar el diplomado abordan tanto cuestiones políticas, económicas y culturales, como asuntos del espíritu. Se va enriqueciendo con ellos el bagaje de documentos o trabajos creativos que describen tópicos como el encanto del silencio y la tercera edad, o la recuperación de la vida sexual en la vejez; el envejecimiento intelectual del adulto mayor; el ocio en el adulto mayor; etc. Una riqueza de experiencias descritas o plasmadas en forma literaria o plástica, pues también existe la alternativa de que el producto final de su formación se exprese en un poemario, una canción o una pintura.
Regresé a mi país con el gozo de palpar una experiencia educativa exitosa, posible y llena de esperanza que podría ser replicable en otras latitudes; al compartirlo con mi madre, una mujer de 77 años de edad y ávida lectora me dijo sin titubear que ella se inscribiría.
Quizás algunos inconvenientes insoslayables para arriesgar por un programa educativo de este tipo, como el financiamiento, serían una piedra en el camino, pero la confianza de que puede ser un horizonte de recuperación de vida para los adultos mayores, sostendría el reto; ¿no lo creen?
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