Autora: Teresa Eugenia Brito Miranda
Publicación: Síntesis, 22 febrero 2007
Probablemente nos haya tocado alguna vez escuchar acerca de problemas de indisciplina de algún hijo, o de algún niño o adolescente cercano. Cada vez más, encontramos casos en los que se habla de indisciplina y de crisis de autoridad. Ante esta situación se abre la interrogante acerca de si la escuela está respondiendo a las necesidades de nuestros niños y adolescentes en este contexto tan cambiante y lleno de estímulos. ¿La escuela ha cambiado también o mantiene viejos esquemas ?
Dos investigaciones sobre el tema nos permiten avanzar en la respuesta, una de ellas fue realizada en Argentina y la otra en México. En la primera, Inés Dussel hace una lectura de los reglamentos de convivencia de diversas escuelas. Encuentra cambios en las formas disciplinarias escolares. Tradicionalmente éstas estaban centradas en la autoridad burocrática-legal y ahora se plasman en discursos psico-pedagógicos que tienen que ver con formas reflexivas e individualizadas y con la idea de contrato y negociación con los alumnos. Su limitación es que únicamente se maneja del lado de los alumnos, sin involucrar a profesores ni autoridades.
Se encontraron discursos sobre la disciplina asociados con la seguridad ciudadana, vinculados con la relajación de normas y límites, la crisis de la autoridad adulta, la delincuencia juvenil y la violencia escolar. En esta perspectiva la disciplina se funda en el miedo como forma primaria de relación con el mundo y con los demás.
Estudios realizados en México por la investigadora Cecilia Fierro muestran que la indisciplina es vista primero como un problema del alumno, es decir, como una característica del mismo, algo fuera de la escuela y sin relación con los procesos de enseñanza aprendizaje. Su origen es atribuido a la familia y el alumno introduce el problema a la escuela y ahí contamina a otros. Por lo tanto, las formas de tratarlo no incluyen procesos pedagógicos: se “canalizan” a los psicólogos. No hay reflexión acerca de las prácticas de los profesores, los procesos de enseñanza, las formas y actividades de aprendizaje que pudieran influir en la disciplina de los alumnos.
En el estudio de los reglamentos en Argentina, se encontró que dan importancia a que los estudiantes aprendan que el conflicto es parte de la vida, que los problemas se solucionan mediante el diálogo, que cada alumno debe asumir su responsabilidad e incluso que el enojo debe expresarse de manera respetuosa; planteando la importancia del establecimiento de estrategias para la resolución de problemas. Sin embargo, las “responsabilidades” que se tratan de promover en los estudiantes se asocian al comportamiento de los mismos, no al de los docentes y autoridades. La idea es el control del comportamiento de los estudiantes, más que el desarrollo de habilidades para el manejo del conflicto.
El énfasis se centra en aspectos como la presentación y conductas adecuadas de los estudiantes, casi ningún reglamento hace referencia a los adultos.
Los reglamentos muestran elementos que se refieren a promover la formación de un sujeto calculador y reflexivo, en el caso del un nuevo orden disciplinario escolar, pero éstos se contrarrestan con la consideración del estudiante como sujeto dependiente e incapaz de asumir responsabilidades. La ley no es pareja para todos, solamente se plantea para el alumno en una relación asimétrica y la responsabilidad se asocia a la obediencia tradicional y a sanciones de este tipo.
En los hallazgos de la investigación realizada con directores de escuelas en México, un mal comportamiento es relacionado con la desobediencia y la falta de respeto. La obediencia se refiere a la observancia en el aula de tres normas: guardar silencio, poner atención y trabajar sentado en su lugar. El respeto tiene que ver con la manera “considerada” de relacionarse con los compañeros y autoridades. También se relaciona con convenciones sobre el arreglo personal (corte de pelo, vestimenta, arreglo).
Se reveló que los directores no se involucran en el problema de la indisciplina sino hasta el último momento en el que hay que tomar la decisión de si el alumno tiene que ser expulsado. Cuando el problema se detecta, el director no participa de las discusiones y decisiones intermedias, no es interlocutor del alumno, él representa la etapa definitoria del problema, es el último eslabón.
La indisciplina además es un problema que adquiere tintes de género: por lo regular son los varones quienes lo manifiestan y tiene relación con la agresión a las mujeres.
Ambas investigadoras coinciden en la necesidad de mirar la disciplina de otra manera: una mirada en donde participen autoridades, docentes y alumnos. La investigación sobre nuestra realidad educativa es un requisito indispensable para entender y resolver el problema.
¿Habrá otra manera de entender la disciplina en las escuelas? ¿Podrá tener un carácter más formativo que controlador? ¿Se ha agotado el modelo de disciplina escolar? ¿Es la escuela la que tiene que cambiar ante este problema?
(Revista Mexicana de Investigación Educativa, 2005, núm.27 octubre)
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