viernes, enero 18, 2008

El Curioso Caso de los Caciques Faltantes

Autor: Rodrigo Saldaña Guerrero
Publicación: E-consulta, 18 Enero 2008

Los cacicazgos son gobiernos de facto, con poderes similares a los de un gobierno, sin ningún derecho a ser considerados como autoridades legítimas. Llenaron con las armas los huecos de poder que dejaron los gobiernos. Para éstos, enfrentarse con un cacicazgo es fácil, enfrentarse con todos ellos una Misión Casi Imposible. Y sin embargo le plantean a los gobiernos una cuestión vital, ¿quién manda aquí?. En la medida en la que hay caciques, no manda del todo y de verdad el gobierno.

Este cáncer corroe especialmente al campo, donde el ciudadano común y corriente no puede trabajar, prosperar, vivir, sin el permiso del cacique. Y pertenece a la esencia misma del cacicazgo que la mayoría sea de pobres muy pobres. Es la miseria de esas personas lo que por contraste hace que los caciques sean como reyes. Si sus ingresos, su educación y su posición social mejoraran, se debilitaría automáticamente el cacique. Los caciques sólo permiten los proyectos que van a fortalecerlos, y bloquean los que no lo van a hacer. Son, por consiguiente, una camisa de fuerza que detiene en su cuna los esfuerzos de sacar del atraso al campo. ¿Puede extrañarnos la miseria de éste?.

Pues bien, no hay un partido, un poder, un nivel de gobierno, que reconozca explícitamente este cáncer social, que tenga una estrategia contra él. Y ninguno de ellos, ni los analistas que hablan sobre el atraso del campo mexicano parece ver a esos caciques. Tratan de explicar esa miseria sin lo que probablemente es su causa fundamental, algo así como analizar El Quijote sin mencionar para nada al Caballero de la Triste Figura, o a Otelo sin hablar del Moro de Venecia. De vez en cuando se insinúa algo al respecto, cuando se habla de los beneficiarios de las fortunas que los gobiernos invierten en el campo. Sí, los gobiernos mandan mucho dinero al campo, pero no parece llegar a sus destinatarios. Una gran parte se queda en manos de los intermediarios comerciales (que suelen ser caciques, de alguna manera), otra va a líderes campesinos que, en realidad, son caciques.

Una de las rarezas de México es, en efecto, el amasiato entre la izquierda y el corporativismo priísta, organizado nada menos que por Lázaro Cárdenas Del Río, que subordinaba el apoyo al pueblo al control político del mismo. Estando el asunto a cargo del Partido de los Caciques, el beneficio popular era mínimo y el control muy eficaz. Muchos de los que lloran por el campo mexicano y exigen su redención demandan también del minifundismo que era uno de esos medios de control. El campo sólo saldrá del atraso cuando esos pequeños predios dejen su lugar a cooperativas de producción, distribución y consumo, pero esta transformación pasa necesariamente por la erradicación del caciquismo.

Hay quienes trabajan en ese sentido, pero no son muchos. Y cuando uno ve que los autonombrados Defensores del Campo son en realidad defensores de sus cacicazgos, y que casi nadie denuncia a los caciques, el panorama no pinta bien. Da la impresión de que, para no entrarle a la bronca de trabajar por la eliminación de los cacicazgos, los políticos se convencen a sí mismos de que el progreso acabará automáticamente con ellos, y es al revés: el verdadero progreso no se va a dar mientras no se extirpe esos tumores que se oponen por definición a la mejoría de la situación del pueblo. Por eso tantos se van a EU, y porque allí, en condiciones hostiles pero con menos caciques (allá también hay), alcanzan allá lo que no pueden lograr en su país.

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