Autor: Rodrigo Saldaña Guerrero
Publicación: La Jornada de Oriente, 8 de mayo 2008
Para muchos, política es sinónimo de conflicto. Hablar de política es hablar de pleitos, y lo que pasa hoy en el interior de varios partidos, así como entre ellos, parece darles la razón. Pero también hay algo de una predicción que se cumple a sí misma: se espera que la política sea así. Cuando en el PAN la contienda por la presidencia partidista terminó con un solo candidato, se dio por averiguado que se trataba de un dedazo. Más bien, empero, Espino hizo lo que Menem, dejar solo al adversario para restarle legitimidad. Que los críticos del PAN hayan elegido creerle en este caso a Espino, al que probablemente no le hubieran creído nada más, cuenta su propia historia.
Sí, a primera vista, es más democrático que se elija a la dirigencia en una elección de muchos miles que en una Junta de Consejo, pero ¿en qué democracia avanzada lo hacen así los partidos?. Dos partidos han tratado la elección multitudinaria. El Pri ha acabado por volver a los métodos más obscuros, y el PRD ha ido de desastre en desastre por ese camino. Ningún otro nombra así a sus dirigentes, pero curiosamente no se los acusa de dedazo. Todo esto nos dice más sobre los comentaristas que sobre lo comentado. Nos ayuda, sin embargo, a entender mucho de la política mexicana, cuya rijosidad se da por descontada, y sirve de base para aumentar el desprecio que se siente por la política.
Pues uno de sus misterios es que haya políticos que parecen hacer consistir su vocación y oficio en pelearse con todo el mundo. Uno diría que debiera ser al revés: mientras más aliados se tenga mejor. Observemos, no obstante, que por muchos años eso no servía de mucho. Bajo el semitotalitarismo priísta la suma de aliados no llevaba muy lejos. Para muchos políticos esto significaba que cumplían con su misión si dejaban en claro que no eran parte del sistema priísta. Lo importante era tener un corazón puro, aunque este corazón no moviera, de hecho, nada. Todo lo cuál llevaba a ignorar a un pueblo indefenso y sin voz. Sobrevivir con un corazón puro ya era mucho, pedir que además se representara al pueblo ya era demasiado.
Pero, ¿no era de eso de lo que se trata la política?. La política refleja la diversidad y los inevitables roces en la sociedad. Debe resolver esos conflictos, no agravarlos. Cuando se da por hecho que ese agravamiento es inevitable o inclusive deseable, esto es ya en sí mismo un síntoma de que algo nada muy mal en la política. Y creemos que, en buena parte, está en esa extraña concepción cultivada en el invernadero priísta. Frente a ella, subrayemos lo siguiente: a) Hay que reconocer la diversidad. En particular se debe admitir que muchos no piensan como uno, sin que eso lleve a denunciarlos como malvados. b) Gestionar el buen funcionamiento partidista y, en su caso, un gobierno eficaz, requiere diversos grados de apoyo popular, desde una cierta tolerancia, cómo mínimo. c) Los otros deben ser vistos en primer lugar, en consecuencia, como aliados en potencia, más que como rivales, y menos enemigos. d) En todo esto, el pueblo debe normalmente desempeñar un papel mucho más activo. La actual lucha entre unos cuantos profesionales en una arena vista como algo lejano por la mayoría de la población es un estado patológico. Hay que luchar por cambiar esta cultura política, y ésta es quizá la tarea más urgente y fundamental de todas, si es que queremos resolver nuestros problemas nacionales.
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