miércoles, mayo 07, 2008

POLÍTICA ENERGÉTICA Y POLÍTICA ALIMENTARIA. ¿AÚN HAY TIEMPO?

Autor: Oscar D. Soto Badillo
Publicación: E-consulta, 7 de Mayo 2008

En Asia se calcula que poco más de mil millones de personas ingresarán al creciente círculo de los excluidos y hambrientos; en África, muertos vivientes se lanzan a las calles y se enfrentan con soldados y policías en una guerra por la comida. En América Latina, las tendencias indican que de continuar, como se prevé, el aumento de los precios de los alimentos, estimado en un 15% para este año, la indigencia en la región crecerá de 68,5 millones a 84,2 millones de personas, de los poco más de 500 millones que constituyen su población total. (CEPAL, 2008)

En los últimos meses el precio internacional de los alimentos ha subido en un 45 por ciento, según datos de la FAO. “En el 2007 los cereales subieron el 41 por ciento, los aceites vegetales el 60 por ciento y los lácteos el 83 por ciento. Entre marzo de 2007 y marzo de 2008 el precio del trigo aumentó en un 130 por ciento”. (Frida Modak, ALADI, 24 de abril, 2008)

Aunque las razones son diversas, tres parecen ser factores importantes:

El primero de ellos es el cambio climático que afectó con sequías e inundaciones a grandes productores como Australia o Ucrania.. A esto se sumó un aumento en la demanda de cereales por parte de economías emergentes como China, India y Brasil, al parecer como consecuencia de un cambio en los patrones alimentarios de un sector de su población. El último es la producción de biocombustibles a partir de cultivos como el maíz, cuestión que se aceleró con el incremento de los precios de petróleo. Estados Unidos, el principal productor de maíz del mundo, destina hoy día el 30% de su producción maicera a generar biocombustibles.

Es claro que la crisis alimentaria se liga a la creciente demanda de energía, vinculada al crecimiento del consumo orientado por un estilo de vida excluyente y depredador que, como es cada día más evidente, resulta insostenible.

Las previsiones más serias indican que el punto de máxima producción mundial de petróleo será a mediados de la siguiente década, aunque algunos optimistas creen que puede alargarse otra década más, por la explotación de yacimientos atípicos que el alza de precios puede convertir en rentables. Más allá de estas posibilidades, lo que parece cierto es que, aún en el mejor de los escenarios, que incluyen, por ejemplo, la extracción de petróleo en las ya míticas aguas profundas, la tendencia a una mayor alza de los precios del petróleo es inevitable por sus mayores costos de producción.

Del mismo modo, es previsible que a partir de este límite, la producción de petróleo ya no va a seguir a la demanda asociada al crecimiento económico que intenta sostenerse y que en las nuevas regiones integradas al mercado ha aumentado, lo que genera nuevas presiones a la producción de la energía en la escala global.

Estas previsiones, situadas en un horizonte tan cercano han estimulado la delirante búsqueda de alternativas energéticas, entre las que se cuentan los biocombustibles obtenidos de maíz y caña de azúcar, que permitan mantener el modelo de consumo capitalista.

Frente a este panorama, el gobierno mexicano asegura, en voz de su titular, que el impacto en la población mexicana será menor y que la situación está bajo control.

Habría que recordar, sin embargo, que por lo menos en lo que concierne a la capacidad de producción de alimentos, México está en una situación de grave vulnerabilidad, resultado de políticas públicas que, para variar, decidieron poner en las manos generosas del mercado nuestro destino alimentario. Del mismo modo que insisten en depositar en las generosas manos de inversionistas privados, nuestro destino energético. Hay que extraer más petróleo hasta donde sea posible, pues hoy por hoy resuelta un gran negocio y cuando se acabe, ya veremos.

Hoy en día México es un importador neto de productos como el maíz, el arroz y los lácteos. Apenas este año se ha liberalizado completamente el mercado del maíz, tras cumplirse 15 años de la firma del TLC. Durante estos años, y pese a las insistentes advertencias y demandas de organizaciones campesinas y no pocos expertos, no solamente no se protegió soberanamente la producción de alimentos, sino que ni siquiera se preparó a los productores campesinos (si esto fuera posible) para la competencia brutal que enfrentarían en un mercado dominado por grandes multinacionales.

El resultado es evidente: un campo empobrecido y abandonado, un consumo urbano muy superior a nuestra capacidad productiva, una enorme dependencia de las importaciones de maíz procedentes de Estados Unidos, quien, curiosamente, está restringiendo la exportación pues lo necesita para la producción de energía. Y mientras tanto, sigue la apuesta por una economía petrolizada que no tiene alternativas frente al inevitable fin de la era del petróleo.

El debate sobre el petróleo no puede soslayar la discusión sobre una nueva política energética. La propiedad estatal de PEMEX y el control social de los recursos petroleros son un asunto crucial, pero sólo si los consideramos el piso sobre el que descanse la construcción de un nuevo proyecto nacional. En las circunstancias actuales, la producción de alimentos depende del petróleo, como también el transporte, la producción industrial, etc. Sin embargo es urgente transitar a un nuevo modelo de desarrollo cuyo abastecimiento energético no provendrá más de los fósiles del subsuelo, es preciso recuperar el campo, ofrecer alternativas a los campesinos para estimularlos a producir los alimentos que necesitamos con urgencia, aunque eso suponga traicionar las sacrosantas leyes del mercado, es urgente estimular la investigación en nuevas fuentes de energía, lo que significa apoyar a las universidades y a la comunidad científica nacional, es urgente que el gobierno sea eso y no el ridículo gestor de negocios de corto plazo en que lo convirtieron los grupos neoliberales aún en el poder.

No quiero sonar apocalíptico, pero parece que no queda mucho tiempo.

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