Autora: María Eugenia De la Chaussée Acuña
Publicación: E-Consulta, 14 de septiembre de 2009
En México, la separación de los padres o el divorcio son cada vez más comunes. Hace 60 años era muy raro que esto ocurriera ya que entre las parejas se valoraban, amaban y apreciaban más entre sí y tenían más valores de convivencia tales como compromiso, responsabilidad, respeto, honestidad y fidelidad. Ahora el otro ya no importa, primero soy yo, luego yo y al último, desgraciadamente, también yo. Ya no hay obligaciones pues es más relevante la búsqueda del beneficio propio y de la propia satisfacción. Ya no hay respeto, ya no hay lealtad. "Ya no me satisfaces", "ya no me gustas", "ya no te quiero", "me agrada más otra", son tan sólo algunas frases asociadas a esta problemática. El divorcio pareciera algo intrascendente. Lo importante es divorciarse cuanto antes no importando a quién se afecte (los hijos(as), esposo(a), familia). Para los hijos, la separación o el divorcio de sus padres es un tipo de golpe que no deja huellas físicas pero que es muy doloroso y deja marcas para toda la vida, habiendo una subestimación de los posibles efectos en los hijos (en su autoestima, en su desarrollo emocional y social, en su salud mental, en su bienestar, en su felicidad y comportamiento futuro).
En las encuestas realizadas por el INEGI (Matrimonios y divorcios, 2006) en el 2003 se registraron 64 mil 248 divorcios, en el 2004 67 mil 575, para 2005 la cifra fue de 70 mil 184 divorcios y para 2006 fueron 72, 396. En el país se registraron 11.8 divorcios por cada 100 matrimonios; siendo Baja California (31.8), Chihuahua (30.6), Aguascalientes (20.4) y, Colima (19.6) los estados con mayor índice en todo el país (Aguilera, 2008).
En el 2006, en el Estado de Puebla se encontró que de 1,554 parejas divorciadas, 1,057 se divorciaron por muto consentimiento, 300 por abandono de hogar por más de tres a seis meses sin causa justificada, 117 por separación de dos años o más, sin embargo, no se refieren las causas reales y de fondo del divorcio.
En Estados Unidos, según Gottman y Silver (2000), existe un 67% de posibilidades que un primer matrimonio acabe en divorcio en un período de 40 años. Durante los primeros 7 años de matrimonio se producen la mitad de los divorcios. El índice de divorcios para segundos matrimonios es un 10% más alto que el de los primeros matrimonios.
Según Salas (2006), en México, en el año 2000 había al menos 1.1 millones de menores de edad cuyos padres se habían divorciado o separado.
Si sumamos los divorcios de 2003 a 2006, es decir, en 4 años, fueron 274, 403. Si estas parejas tenían dos hijos, el total de afectados podrían haber sido 548,806 hijos más.
Se ha preguntado ¿qué efectos (emocionales, afectivos, sociales o económicos) a corto, mediano y a largo plazo tiene en los hijos el divorcio de los padres?, ¿afectará igualmente, a los hijos de diferentes edades?, ¿qué piensa el hijo sobre el divorcio de sus padres?, ¿qué siente cuando ya no ve a su padre (o madre) en casa?, ¿qué cambios experimenta en sus afectividad, en sus quereres y en sus emociones?, ¿qué pasa en su interior y en su exterior?, ¿a qué se deben los cambios en su comportamiento?, ¿cuáles son los cambios?, ¿hay algunas manifestaciones físicas (orgánicas)?
Un estudio de la University College Dublin (s.f.) reveló que los efectos del divorcio son más dañinos para los hijos que la muerte de uno de los progenitores.
Wallerstein (1994) realizó el seguimiento de 131 niños durante 25 años y ha encontrado que estos efectos del divorcio en ellos no se limitaban al periodo de duración del divorcio, sino que trascendían a toda su vida. Otros estudios confirman esta afirmación (Sigle-Rushton, Hobcraft y Ciernan, 2005, citado en García, 2008).
Abels (s.f.) realizó una investigación donde se utilizó una muestra nacional de 5,362 niños nacidos en la misma semana de 1946 en Inglaterra y se encontró que el 36.5% de los hombres cuyas familias se habían visto afectadas por un divorcio o separación antes de los cinco años, sufrían algún tipo de psicopatología o falta de ajuste social y fueron hospitalizados antes de los 26 años por enfermedades psiquiátricas de tipo afectivo o por úlceras gástricas, colitis o se hicieron delincuentes hacia los 21 años, comparados con el 17.9% de los hombres provenientes de familias no divorciadas.
El divorcio llega afectar a los hijos según la edad en la que se encuentren, tal es el caso en los niños de dos y cuatro años que se sienten culpables, y no es raro que den marcha atrás en su desarrollo, volviéndose más dependientes: mojan nuevamente la cama o piden que les den de comer en la boca, quieren que alguien siempre esté con ellos, lloran sin motivo aparente o hacen berrinches. De seis a ocho años también asumen con frecuencia la culpa de la ruptura y, encima, temen que sus padres los abandonen o dejen de quererlos. Entre 9 y 12 años el sentimiento más característico es el enojo hacia uno de los padres, generalmente con el que se quedan a vivir y la problemática de los adolescentes es distinta. A ellos, más que el sentimiento de culpa, los aflige un dilema de lealtad.
Los adolescentes deprimidos por el divorcio de sus padres están en mayor riesgo de embarazo y enfermedades de transmisión sexual (ETS) pues es más probable que no usen anticonceptivos ni condones. En un estudio se encontró que las chicas deprimidas de 14 a 16 años, tenían más de tres parejas sexuales al año y no habían usado anticonceptivos o condones (pudiendo resultar embarazadas y poniendo en riesgo tanto su salud como la de otros).
Para Abels (s.f.) los efectos psicológicos y sociales son ansiedad, miedo, inseguridad, sentimientos ambivalentes y diferentes trastornos de conducta.
Entre los efectos, Zenit (s.f.) menciona ansiedad, estrés, actividades ilegales, abandono escolar, actividad sexual y embarazo adolescente.
Los efectos emocionales y afectivos en los hijos varían de acuerdo con su edad y su personalidad, pero los principales son la tristeza, irritabilidad, agresión, violencia, coraje, inseguridad, culpabilidad, depresión, angustia, falta de control sobre su vida, odio, resentimiento, baja autoestima, y sociales como el aislamiento, la pérdida de amigos, irse de casa, indiferencia hacia los demás, rebeldía, abandono escolar o baja en el rendimiento académico.
¿Qué hacer para que a los hijos no les afecte tanto la separación de sus padres? Lo primero es lo primero, si realmente los queremos, apreciamos y buscamos su bien, tenemos que demostrárselos estando más pendientes y cercanos de su desarrollo afectivo y emocional. Lograr que se sientan importantes, amados y apoyados. Es necesario hacer que exterioricen lo que sienten, así como sus preocupaciones y temores.
También es conveniente explicarles las razones por las que se tomó la decisión (para las entiendan y juzguen). Esto les ayuda a evitar la creencia tan frecuente por parte de los hijos de que ellos son la causa de la separación y de que se sientan culpables. La explicación debe ser clara y breve pero sincera, honesta y apropiada para la edad del hijo(a). Como muchos hijos abrigan la esperanza de que sus padres vuelvan a reunirse con el transcurso del tiempo, aclararles que el divorcio es una decisión permanente pero que no por eso, ambos dejan de ser sus padres y que siempre verán por ellos, estarán cerca y los tratarán amorosamente.
Como la separación conlleva sentimientos y emociones contradictorios y negativos, deje que los hijos se los digan y los expresen libremente (tristeza, depresión, miedo, enojo, furia, coraje, ansiedad, odio, resentimiento, agresividad, inseguridad, desconfianza, desatención, abandono, dolor, sensación de pérdida y ausencia, impotencia, soledad, vacío interno, fragilidad, confusión, rechazo, hostilidad, irritabilidad, molestia, desorientación, decepción, frustración,… ). Ésta al parecer, es una forma eficaz de prevenir los problemas a largo plazo. Al mismo tiempo, los padres deben de evitar que sus hijos sean el blanco de su enojo, coraje, desesperación, venganza o manipulación en contra del otro.
Por otro lado, es pertinente estar atentos a los efectos físicos que pueden experimentar como el insomnio, pérdida del apetito, pérdida de peso o sobrepeso o conductas autodestructivas (consumo de drogas, anorexia, bulimia, automutilación, intento de suicidio,…).
Eviten forzar a los hijos a que elijan entre los padres o a inclinarse por una de las partes o chantajearlos con regalos, cosas o dinero para que opte por alguno. Recuerden no tratar al hijo como un simple objeto que se estén pasando o disputando de uno al otro.
También explicarles los cambios (familiares, escolares, sociales, psicológicos y económicos) que habrá en la vida de los hijos. Estos cambios pueden implicar vivir en otra casa, o en otra colonia o ciudad, ir a una escuela diferente, tener nuevos amigos y compañeros y dejar los anteriores, estar menos tiempo con ambos padres, pues el padre o la madre que tiene la custodia tendrá que trabajar más para cubrir los gastos de la familia y contar con mucho menos dinero para gastar o para diversiones, pasar más tiempo encerrados en la casa y quizás la existencia de una nueva pareja en alguno de los padres o en ambos.
Los acuerdos sobre los encuentros con el otro padre deben ser lo más claros y bien definidos posible, de manera que el hijo sepa en qué momento va a estar con cada uno de sus padres y que cuenta con ambos.
Es conveniente procurar el crecimiento de los hijos, un desarrollo emocional y moral sano, prodigar apoyo, acogimiento, protección, respeto y amor.
Las relaciones parentales sanas y amorosas, son las más significativas e indispensables para el desarrollo armónico de todo ser humano.
Lo primero es lo primero, así que atendamos las necesidades y cambios de nuestros hijos, amémoslos y cuidemos de ellos.
1 comentario:
Tienes razon en los tiempos de antes no se daba los divorcios talvez porque existia mucho el machismo y las mujeres no eran independientes
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