martes, septiembre 07, 2010

El uso de la filosofía en la vida cotidiana

Autor: Rubén Hernández Herrera
Publicado: Puebla on line, 31 de agosto de 2010

     Con relativa frecuencia en el transcurso de una conversación se escuchan afirmaciones en la que los interlocutores enfáticamente hace referencia a “su filosofía”, así, “su filosofía le dice tal, o cual cosa”, o su filosofía le permite o no le permite hacer tal o cual cosa”, o “a partir de mi filosofía sostengo tal posición”, es decir, la gente afirma que tiene una filosofía propia. Pero, ¿qué se quiere decir cuando se afirma que se posee una filosofía propia? Si radicalmente cada persona poseyera una filosofía propia, producto de intelecto, de su reflexión, entendiendo por ésta como una posición diferente ante la vida que le hace actuar en consecuencia, sin lugar a dudas sería imposible cualquier intento de diálogo, de compartir experiencias, de convivencia. Si todos los humanos tuviéramos que elaborar una filosofía propia nos encontraríamos ante una tarea por demás imposible de sistematizar. Cuando se afirma que se tiene una filosofía propia en la práctica se está reconociendo que es importante tener unos fundamentos, principios básicos que armonicen y organicen la propia visión del mundo, ideas que sustenten el orden que queremos que exista. Se reconoce, por tanto, que se tiene aversión a un mundo que carezca de comprensión, de lógica, en donde las ideas y la conducta humana no tuvieran consistencia.
     Quien enfatiza una posición filosófica desea que se tome en cuenta tanto su capacidad de pensar, como su capacidad de organizar al mundo que le rodea, etc. Pero ¿a qué tipo de filosofía se está haciendo referencia? A todas y ninguna. La gente reconoce que tiene una cosmovisión que ha asumido, que le sirve de guía y ésta es adquirida por experiencia cultural, no porque se haya leído en los libros o se haya estudiado formalmente en un centro educativo. Esto es posible mediante el fenómeno conocido como endoculturación, aportación valiosa de los antropólogos culturales, que explica que la gente adquiere normas morales, políticas, religiosas, familiares, formas de apreciar y vivir la realidad, evaluar los acontecimientos, de apreciar lo que es bello, o rechazar lo que es feo, en definitiva, la construcción de aquello tan apreciado por los humanos que denominamos como verdad, etc. Ideas todas provenientes del entorno que son introducidas en la persona, en la intimidad de su conciencia, y ésta las adopta reconociéndolas como propias, como si él las hubiera gestado, elaborado y procesado.
     Pese a esta situación, si el entorno es suficientemente flexible como para la libre circulación de ideas, propiciando la aceptación de nuevas posibilidades el pensamiento se podrá enriquecer, pero si, por el contrario, el entorno es estático, poco dado a las innovaciones, a preferir el saber aceptado, “propio”, a cualquier otra posibilidad, puede convertirse en un dogmático del pensamiento, del decir y hacer. Con la posición adquirida se quiere hacer frente a los múltiples retos que presenta la vida cotidiana, retos que pueden ser problemas o conflictos. En sociedades o “mundo” estáticos quizá con esa posición fuera suficiente, pero en sociedades abiertas, plurales e incluyentes, como son o deberían ser las contemporáneas, no basta con parapetarse en una posición monolítica y cerrada.
     La filosofía vivida, asumida, en las condiciones citadas, adopta de las diferentes posiciones filosóficas algunos elementos sueltos que han permeado la cultura, siendo desde este origen un collage de ideas que conviven sin descubrir las antinomias o inconsistencias que esto lleva en sí. En otros términos, se adoptan posiciones filosóficas necesariamente eclécticas. Así, se hace convivir principios existencialistas con principios funcionalistas, el idealismo con el materialismo, según fuere necesario y conveniente. En la práctica se puede ser marxista, estructuralista, vitalista, idealista, e incluso, cínico sin saberlo. La jerga filosófica, y cualquier jerga disciplinar, se introduce en el diario vivir y es adoptado como uso corriente, tenga o no que ver con lo que los filósofos que la crearon quisieron decir. Cuando se dice cotidianamente tómalo con filosofía se está haciendo referencia sin saberlo a la filosofía estoica que promovía la aceptación de las cosas con la más digna de las resignaciones. La filosofía, pese a lo que se pudiera pensar no está recluida en claustros en donde gente de aspecto raro y distante habla con palabras ininteligibles solo para iniciados. Las ideas que la filosofía occidental ha creado a través de los siglos han encontrado la manera de subsistir filtrado a través de los poros de la cultura, haciéndose presente en el diario vivir. Interesante sería que la gente fuera capaz de identificar el origen de las ideas con las cuales se identifica para poder asumir posiciones más lúcidas y consistentes. El filósofo canadiense Lou Marinoff en su muy conocido libro “Más Platón y menos Prozac” ha reconocido las bondades de la filosofía clásica en la vida cotidiana, recomendando su conocimiento y aplicación como medio para resolver y afrontar los problemas y conflictos de la vida cotidiana. Siendo así la filosofía una efectiva fuente terapéutica en tiempos de confusión, como son los presentes, en los que es un imperativo contar con “nuevos” recursos o medios para acercarnos y comprender los dilemas con los que la vida cotidiana nos interpela.

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