miércoles, septiembre 29, 2010

MIGRACIÓN Y DUELO

Autor: Guadalupe Chávez
Publicado: La Primera de Puebla,09 de septiembre de 2010

     El pasado 29 de agosto nuevamente agitó las aguas de los peligros a los cuales se enfrentan quienes tienen la necesidad de partir; la vida de los 72 migrantes centroamericanos fue sólo un ejemplo de los riesgos y abusos que día a día viven quienes transitan en busca de mejores condiciones de vida. Lamentablemente la historia continúa.
     Entre el 28 de agosto y 5 de septiembre encontraron a 180 centroamericanos indocumentados que intentaban ?viajar? a Estados Unidos en condiciones de alto riesgo.
     Esto me llevó a pensar en el proceso del ?viaje? y en todos los factores de riesgo que tienen que experimentar los migrantes: largas caminatas bajo el sol, días de angustia y estrés cuando el pollero no logra pasarlos, y si bien les va, días de encierro mientras se negocia con la migra. Días en que no existe contacto con la familia, días en que el miedo y el estrés se apoderan de ellos, días en que tendrán que demostrar y demostrarse que son astutos, que son capaces de sobrevivir ante condiciones de riesgo y peligro, y si tienen suerte, no ser levantados por sicarios.
     Durante este proceso, los migrantes se enfrentan en mayor o menor intensidad y consciencia a un duelo por la familia y seres queridos, duelo que comienza cuando se toma la decisión de partir y como todo duelo presenta diferentes etapas que van desde la negación hasta la rabia, pasando por la añoranza por lo que se perderá e incluso depresión. Me atrevería a pensar que el inicio de este duelo se da cuando una persona reafirma su decisión o sucumbe frente a ésta, y éste es un proceso que puede llegar a durar días o meses, pues aunque no se verbalice del todo, es una pregunta que ronda sus mentes durante muchas noches. Quienes deciden partir, aún llegando a su destino, continúan experimentando esta añoranza por la familia que dejaron, algunos lo vivirán con culpa por haberla abandonado, otros más con miedo por la incertidumbre que implica no saber si la familia los recordará o los abandonará; muchos temen al olvido, otros más evitan recordar y niegan toda relación afectiva en sus lugares de origen y no hablan de sus familiares o amigos.
     Los migrantes también se enfrentan con el duelo de la lengua, y aunque en el trayecto se les aconseja no hablar para no ser identificados por el tono de voz, logran a través de claves identificar a sus paisanos. Y aunque esto les da cierta tranquilidad, entenderse entre sus iguales reaviva el duelo por su tierra, por sus olores, por su comida ( hecho que de alguna manera engrandece también los valores y las costumbres abandonadas); también se experimenta un duelo por el estatus social, se añora la vivienda, el trabajo, el reconocimiento; se experimenta un duelo por el grupo de pertenencia porque se diluye la red de apoyo con la que contaban en sus lugares de origen? se enfrentan a los miedos que implica no ser reconocido por otros, a comenzar una nueva vida, a ganarse un lugar, un prestigio.
     También se vive con la incertidumbre de los riesgos físicos que el ?viaje? migratorio ofrecerá, incluso se adelantan a imaginar enfermedades o agresiones que tendrán que enfrentar en este viaje, algunos llegan a preguntar a otros migrantes sobre sus experiencias, sobre los riesgos que enfrentaron en el paso, preguntan por los asaltos, por las rutas más seguras, por contactos durante el trayecto, por lugares de descanso y por los medios más seguros para viajar.
     Los migrantes se enfrentan al miedo que implica un nuevo estilo de vida, una nueva manera de relacionarse, al miedo que implica lo desconocido, a tener que comenzar una nueva vida, enfrentarse a ellos mismos en su soledad, a descubrir nuevas formas de relación, de lengua, nuevos caminos, nuevas redes, experimentan miedo, miedo a no llegar, miedo a no “triunfar”, miedo del miedo que implica no saber lo que sucederá.
     A pesar de ello, no me queda la menor duda que estos 72 centroamericanos jamás imaginaron el tipo de agresión y violencia que vivirían en nuestro país. Algunos ya habían recorrido miles de kilómetros, les faltaba sólo una pequeña parte del camino, les faltaba el último trayecto, cuando sin buscarlo fueron secuestrados y torturados, nunca imaginaron que su miedo seria más grande e intenso y que ya no existía vuelta atrás. Aquí les tocó vivir el duelo por ellos mismos: su muerte, una muerte no sólo física, sino una muerte que trasciende las fronteras, pues su muerte es dolor para su país, para su familia y para todos quienes de una u otra forma nos indignamos con este tipo de situaciones que pasan únicamente como nota periodística, y más bien representan la muerte de la esperanza por una vida mejor, muerte de la ilusión por mejoras las condiciones de vida, muerte del anhelo por un feliz retorno.

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