jueves, septiembre 28, 2006

ENTRE EL CONFLICTO Y LA CONCILIACIÓN:

Autora: Laura Rodríguez M.
Publicación: Síntesis, 28 septiembre 2006

Una preocupación fundamental del sistema educativo mexicano es el bajo rendimiento escolar. El síndrome de la reprobación es un ámbito de estudio relevante en los campos de la psicología, la pedagogía y la sociología debido a su impacto negativo en el desarrollo individual y social. Baja autoestima, inseguridad, agresividad, marginación son algunas de sus consecuencias.

Cuando nos damos a la tarea de identificar las causas que provocan la reprobación, frecuentemente encontramos que están vinculadas a problemas de índole familiar. El conflicto que viven niños y jóvenes en sus hogares, por presiones económicas, dificultades entre los padres, o choques con los hermanos, genera en ellos sentimientos de vulnerabilidad, temor y minusvalía que les impiden encontrar sentido a su preparación escolar y mostrar un comportamiento agresivo, tímido o distraído en la escuela.

Con frecuencia las instituciones educativas no se encuentran en condiciones para incidir directamente en el ámbito familiar y suelen emprender acciones de atención a los niños con bajo rendimiento sin apoyo de los padres. De ahí que tiendan a proporcionar un apoyo meramente académico o, en el mejor de los casos, apoyo psicológico que impacta poco en las relaciones familiares. Muchos padres creen que el problema está en su hijo, que ellos poco o nada tienen que ver en él, suelen evadir la situación y sólo intervienen cuando el problema cobra mayores proporciones.

A pesar de las dificultades que entraña el abordaje de los conflictos familiares desde el salón de clases, parece que es posible lograr que niños y jóvenes alcancen su desarrollo pleno en un entorno familiar adverso en la escuela si se les proporcionan las herramientas cognoscitivas, afectivas, sociales y valorales que les ayuden a sobrevivir en un ambiente adverso.

Para ello es necesario generar en el aula un clima de diálogo, igualdad y respeto en el que se trate de dar una solución constructiva a las diferencias y a los desacuerdos.

También es importante fomentar el pensamiento crítico ya que, en la medida que podamos entender la realidad en la que nos desenvolvemos, desarrollemos un pensamiento riguroso e identifiquemos soluciones a los problemas que se nos presentan, tendremos más elementos para afrontar las dificultades.

La formación valoral es otro recurso para proveer a nuestros alumnos de herramientas que les permitan enfrentar el conflicto. Una educación basada en la ética, la justicia, la igualdad, la democracia, la integridad ambiental y los derechos humanos es una educación que contribuye a la construcción de una cultura de paz.

Cuando un niño está expuesto al conflicto familiar requiere seguridad emocional. En la medida en que en el salón de clase se genere un clima afectivamente positivo, estimulante, motivador, en el que se reconozcan los méritos de los alumnos y se les ayude a reconocer su propia valía y sus derechos como personas, lograrán fortalecerse afectivamente y asumir de manera más serena, segura y propositiva las dificultades.

Un paso esencial para que el niño se sobreponga a las situaciones adversas es ayudarlo a transitar de una posición pasiva, de víctima, a una posición activa, de agente de cambio. No hay que menospreciar el poder que el niño tiene para cambiar su entorno, en la medida de sus propias posibilidades y fuerzas y dimensionando su participación en el núcleo familiar. Para esto resulta clave que el niño entienda que no es responsable de la situación de conflicto que vive pero que sí puede incidir positivamente en ella a través de la colaboración, del compromiso, del pensamiento crítico y de la seguridad emocional.

La escuela debe asumir su responsabilidad en la prevención de conflictos y en la construcción de una cultura de paz. Si ayuda a los niños y jóvenes a entender su realidad y emprender acciones para transformarla cumplirá su compromiso de hacer posible un mundo mejor.

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