Autor: Eduardo Almeida Acosta
Publicación: La jornada de oriente, 21 Sep 2006
El sábado pasado, 16 de Septiembre de 2006, participé en la Convención Nacional Democrática. Estuve presente, oí las ponencias, comulgué con la gran mayoría de las propuestas, escuché el discurso de Andrés Manuel López Obrador. Por cuatro razones:
La primera, porque estoy convencido de que estamos viviendo una gran oportunidad de modificar el paso, el rumbo y el destino que venía y sigue teniendo la economía nacional. Esta oportunidad anticapitalista se ha venido construyendo desde hace largos años gracias a acciones pequeñas y grandes de muchos actores sociales, a nivel local, regional, nacional. La tarea no es nada fácil pero es posible y entre todos la tenemos que ir realizando, por el bien de todos. Desde la sociedad civil y desde la sociedad política. Respeto las posturas críticas respecto a la CND, sobre todo las de aquellos que con su compromiso real de largos años y en algunos casos de toda la vida piensan que hay otros caminos de lucha.
La segunda razón es por mi aversión a los caudillos. He escuchado y leído hasta la saciedad acerca del autoritarismo del “mesías tropical”, de su ambición de poder, de su protagonismo enfermizo. No comulgo con estas exageradas opiniones, sin dejar de reconocer los efectos nocivos que tiene siempre la arrogancia, y las consecuencias que han tenido para el movimiento del que participa AMLO algunas de sus intervenciones. Me parece un acierto la creación del Frente Amplio Progresista que veo como la posibilidad de “saber unirnos en medio de la diversidad”, como el instrumento de acción de la acción política desde la institucionalidad para seguir construyendo democracia más allá del fundamentalismo de la democracia liberal, mas allá de los posibles oportunismos dentro del PRD, del PT o de Convergencia.
La tercera razón tiene que ver con la resistencia civil pacífica. Esta acción de la sociedad civil no empezó después del 2 de julio de 2006, ni con Clouthier. Es una estrategia que viene de bastante más atrás en la historia, desde antes de Luther King y de Gandhi. Ha sido una práctica social en la que ha destacado nuestro pueblo y que le ha permitido enfrentar la adversidad, que ha evitado muchos derramamientos inútiles de sangre en beneficio de caudillos irresponsables. Pienso que esta estrategia que asume ahora la CND deberá lograr muchos frutos, a condición de que no degenere en una forma de exponer inocentes a la violencia, y de que, como en el movimiento gandhiano, no pierda de vista el sentido ético, generoso e inclusivo, de que la lucha es por la defensa y promoción de los Derechos Humanos.
La cuarta razón, porque estoy de acuerdo en que se necesita una transformación profunda de nuestro sistema político y la construcción de una nueva Constitución. Se requiere combatir nuestra Cultura Estatal en la que damos un papel determinante a los políticos y restringimos la participación de la sociedad civil a casi sólo los procesos electorales. Se requiere la lucha “por la renovación profunda de las instituciones”. Menciono en particular a la renovación a fondo de nuestro sistema educativo. El Panorama Educativo Nacional 2006 que elaboró recientemente el Observatorio Ciudadano de la Educación ofrece un diagnóstico muy claro de la situación educativa catastrófica en la que nos encontramos. Si a esto se añade el monopolio absurdo de los medios de comunicación nos encontramos en un callejón con una salida muy estrecha.
Pienso que la CND, con todas sus limitaciones ha sido un momento histórico inédito, que augura, eso espero, encuentros con recorridos “menos clamorosos”.
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