Autor: Martín López Calva
Publicación: www.e-consulta.com.mx 1 Septiembre 2006
EL CIRCULO“La transformación de la sociedad comienzacon la capacidad de reducir la pobreza y la mera subsistenciay de satisfacer las necesidades de la mayoría de la población”.Daniel Bell.Aún desde análisis que partan de aceptar la lógica de consumo y mercado como las que rigen la vida moderna y no cuestionen el modelo que se está imponiendo como única vía, constatamos que se señala cada vez con mayor fuerza la necesidad de incrementar los esfuerzos de lucha contra la pobreza y la desigualdad. El problema está en la posibilidad o imposibilidad de hacerlo con un modelo tal como el que ahora rige la economía mundial globalizada. Esta es una tarea profundamente universitaria: El estudio serio, la crítica razonable y la búsqueda de alternativas a este modelo económico es una prioridad para nuestras universidades.El ideal de equidad ha sido uno de los pilares sobre los cuales se ha edificado históricamente la universidad pública y toda la educación pública en general. Muchos autores señalan que ante el proceso de globalización económica y de normas e ideales liberales, este objetivo de equidad vía la educación se ha venido sustituyendo por el de la calidad, término ambiguo como bien señala Latapí.Sin profundizar mucho en el tema, parece necesario señalar que el objetivo de la equidad sigue siendo una prioridad en nuestra educación de todos los niveles incluyendo el de la educación universitaria. Analizar nuestra sociedad nos hace caer en la cuenta de que esta es una meta necesaria para aspirar a cualquier desarrollo ulterior.Sin embargo el valor de la calidad en la educación universitaria no puede ser desdeñado y mucho menos si tenemos conciencia de que el proceso de globalización implicará la competencia y el flujo de profesionales de un país a otro tarde o temprano. El problema no está entonces en que existe un dilema real entre equidad o calidad sino en cómo asumir el reto de dar una educación universitaria de calidad para la equidad.Las exigencias de la sociedad de mercado traen consigo la necesidad de plantearse una noción crítica de eficiencia y una medida razonable de incorporar eso que llaman “criterios de mercado” a la organización y funcionamiento de las universidades. No se trata de adoptar ciegamente modelos extranjeros o de instituciones privadas pero sí de ir generando una serie de criterios propios y adecuados a las finalidades de una educación que vayan en la línea de la calidad, la eficiencia y todos estos elementos que si no se absolutizan, son legítimos y necesarios en toda universidad.La necesidad de una planeación para orientar a las universidades a la producción de “conocimiento teórico codificable”, es decir, aplicable a los procesos de innovación, mejoramiento o difusión de la tecnología para reducir la dependencia del exterior es otra cuestión que debe empezar a estudiarse. La universidad no debería convertirse en formadora de técnicos que operen lo que se diseña, se mejora y se difunde en otros países sino de profesionales que sean generadores de conocimiento que pueda ser aplicado. En lo político, la universidad puede ser o crear las instancias institucionales de intermediación cultural entre las exigencias de globalización poco exploradas y comprendidas por el grueso de la población del país y las necesidades regionales y nacionales.La universidad puede educar y encauzar la fuerza creciente de la opinión pública para hacerla más inteligente, crítica y responsable y por ende, menos sujeta a la manipulación de los medios o los grupos de interés económico, político o religioso.La necesidad de reconstruir la participación política es un papel irrenunciable de la universidad que se ha venido desarticulando quizá por cuestiones económicas o porque es también sujeto y víctima de esta falta de participación general. ¿Promovemos la formación de personas y de ciudadanos o la capacitación de consumidores y vendedores de productos o servicios?Ante el resquebrajamiento social, la universidad tiene el reto de constituirse en un puente que vaya abriendo espacios de diálogo y encuentro entre los distintos grupos sociales y tratando de buscar la convergencia de esos muchos Méxicos de los que habla Zermeño en su libro: “La sociedad derrotada”.La globalización está presionando hacia formar profesionistas exitosos y competitivos para sociedades desintegradas y esa es la peor maldición que le puede pasar a la universidad. Formar profesionistas que sean capaces de integrar e integrarse hacia abajo y hacia arriba en la estructura social para que sean capaces de establecer vínculos y procesos de promoción de un mayor entendimiento social es una tarea que está por hacerse. El reto es formar profesionistas con una visión global desde una perspectiva local o regional.En el aspecto cultural, la universidad es un espacio privilegiado para la apertura, la tolerancia y el diálogo intercultural. Estos son quizá los valores más evidentes del proceso globalizador visto desde la perspectiva de las culturas. La universidad debe cuidar esta misión desde su misma composición y apertura a recibir población de muchos estratos sociales, culturas y aún razas y nacionalidades, para irse convirtiendo en una promotora del diálogo intercultural y de la tolerancia y la diversidad en una sociedad que es todavía bastante cerrada a lo diferente.Una condición imprescindible para ello, será la apertura y la adecuación del modelo educativo a la nueva realidad global. Los símbolos, los discursos, el arte, el ambiente y las personas que constituyan nuestras universidades, deben recrearse para poder tener posibilidades de articulación y credibilidad ante los jóvenes que pertenecen a una cultura antidogmática y aún relativista.
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