Autor: Guillermo Hinojosa Rivero
Publicación: Síntesis, 1 deMarzo 2007.
Los grandes esfuerzos que han hecho los gobiernos mexicanos para proporcionar educación de calidad a todos los mexicanos no acaban de dar los frutos esperados. Los resultados de nuestros escolares en las evaluaciones nacionales e internacionales muestran que sus promedios son muy inferiores a los de otros paises y a lo que el propio sistema mexicano espera lograr. Unos piensan que el remedio es destinar mas dinero a la educación, pero muchos otros piensan que lo necesario es un sistema educativo más flexible.
El sistema de educación publica mexicano es extremadamente rígido. Esta rigidez se manifiesta de muchas maneras: en la insistencia de la SEP por tener un programa único de educación básica para todas las escuelas del país; en los libros de texto únicos y obligatorios; en la casi imposibilidad de que los padres de familia, los principales interesados, influyan en la vida de la escuela; en el centralismo de las decisiones tomadas para todo el país; en los requerimientos para conceder el registro de validez oficial de estudios, el RVOE, a las universidades; las autoridades educativa ya dijeron de una vez por todas cómo deben ser los planes de estudio de licenciaturas y maestrías y lo que no se ajusta, no se aprueba.
La mayor consecuencia de esa rigidez es la muerte de la creatividad y de las iniciativas individuales de quienes podrían encontrar mejores maneras de educar. Quienes aman el trabajo educativo terminan resignándose a hacer las cosas cómo lo manda la SEP ni más ni menos siempre bajo la mirada del inspector de zona. Las escuelas que logran hacer alguna innovación y destacar junto a las otras lo hacen a pesar de la SEP, bajo su propio riesgo. En lugar de miles de iniciativas individuales para mejorar la educación, muchas de las cuales podrían ser exitosas, todas las escuelas tienen que esperar a que les llegue de arriba la solución junto con la teoría educativa oficial.
Por muy brillantes que sean los miembros de los consejos educativos nacionales o estatales, no podrían competir con todo lo que se le puede ocurrir a los directores, a los grupos de maestros, a los padres de familia de las escuelas, a los teóricos que trabajan fuera del sistema. La flexibilidad consiste precisamente en tener lugar para muchas maneras diferentes de hacer las cosas.
¿Por qué no permitir que quien quiera escriba un libro de texto sobre cualquier materia, lo edite y lo ponga a la venta? ¿Por que no permitir que los grupos de maestros y los padres de familia seleccionen los libros que mejores les parecen para educar a los niños de su escuela, o cuando menos que opinen sobre cuál libro les gusta? La libre competencia entre los autores y los editores, debidamente regulada, garantiza la existencia de libros y materiales educativos de buena calidad.
¿Por qué no facilitar a los particulares la apertura de escuelas y universidades que puedan competir con la invasión de universidades extranjeras al amparo de los tratados de libre comercio? Las mejores arma de nuestras universidades privadas para sobrevivir en el mundo globalizado son la creatividad, la innovación y la respuesta rápida que ahora la SEP inhibe. En lugar de preocuparse por reprimir y reglamentar a las universidades ‘patito’, la SEP debería dejarlas morir frente a la competencia que se avecina; las que sobrevivan dejarán de ser ‘patito’ y contribuirán a la fortaleza de la educación mexicana.
Nadie puede pretender que tiene la solución a nuestros problemas educativos, por eso es necesario dar cabida al máximo de iniciativas y así aumentar la probabilidad de encontrar buenas soluciones. Lo que no se le ocurra a uno, se le ocurrirá a otro, y las buenas ideas se difundirán rápidamente. ‘Flexibilidad’ es la palabra que más se repite en los libros y artículos de quienes han estudiado el problema y quieren hacer alguna propuesta.
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