Autor: Alexis Vera
Publicación: E- consulta, Pendiente.
¿Qué sería de nosotros los mexicanos sin los centros comerciales? ¿A dónde nos distraeríamos? ¿En qué gastaríamos nuestro dinero? Quizá para muchos la respuesta a esta pregunta versaría sobre la idea de que la vida no cambiaría mucho si no existieran centros comerciales en el país; pero para otras personas la respuesta es seguramente al revés. De entrada el pensar en una urbe sin centros comerciales se antoja bastante irrealista tanto para el corto, como para el largo plazo en un sistema económico como el nuestro. Pero hagamos el ejercicio de imaginar una ciudad sin espacios para ir de shopping; las reflexiones de allí derivadas pueden ser bastante interesantes.
¿Qué sería de nosotros entonces? Si tratamos de responder esta pregunta desde el lugar de un poblano promedio de clase media, posiblemente nos estremezcamos porque la vida de muchos poblanos de ese segmento de la población gira en gran medida alrededor de las grandes tiendas y centros de entretenimiento de las plazas comerciales. En efecto, hoy día podemos afirmar –con certeza de tener pocas probabilidades de equivocarnos- que el poblano de clase media deja su vida en los comercios. No solo porque en general gasta allí una parte considerable de sus ingresos, sino también porque el acto de comprar revivifica su espíritu (si es que eso se puede lograr comprando). ¿Cuántos poblanos no van a curar sus sentimientos de soledad, frustración, enojo, festejo, amor, y temor a una concurrida tienda departamental? El ciudadano que entra a una gran tienda sale de ella revigorizado (o al menos eso cree), sentimiento que normalmente no le dura mucho, porque es posible que esa revigorización no sea verdadera. Porque el tener cosas difícilmente resuelve nuestro problema de ser personas.
Pero además de que comprando no encontramos una solución al problema de ser (porque el tener le da, en el mejor de los casos, solo un efímero sentido de existencia a nuestra vida), también el exceso de compras trae otro considerable problema: la hipoteca eterna del fruto de nuestro trabajo. Muchos paisanos me han dicho que el dinero se hizo para gastarse. Está bien, estoy de acuerdo, el dinero que ganaste y que tienes se hizo para gastarse (porque hasta los ahorros se acaban casi siempre gastando), pero la cuestión se vuelve más compleja cuando el dinero que gastamos es dinero que no tenemos, que todavía no hemos ganado. Un colega me decía que a él no le gusta ir a los centros comerciales porque podía acabar comprando cosas que no necesita, para aparentar lo que no es, gastando el dinero que no tiene. ¿Cuántos de nosotros hemos hecho algo parecido?
Otro amigo poblano me decía: carros vemos, pagarés no sabemos. Hoy en día vivimos con cosas que ni siquiera hemos acabado de pagar. Pero esto no está tan mal, como ciudadanos del siglo XXI debemos saber usar el crédito. Comprar cosas a plazos puede ser útil en la vida, siempre y cuando el crédito no se convierta en una especie de religión para nosotros. Usar el crédito me parece que puede ser muy útil para cualquiera, pero no todo tipo de crédito ni en cualquier situación. Debemos tener cuidado con la clase de crédito que usamos, especialmente en nuestro país, donde abundan las empresas y organizaciones que cobran intereses irrazonablemente altos. ¿Hasta dónde llega nuestra necesidad de tener ciertas cosas como para que acabemos pagando tasas de interés por encima del 30%? ó, peor aún, pagando tasas moratorias por encima del 70% para el caso de la mayoría de las tarjetas de crédito. ¿Es imprescindible tener que endeudarnos para ser felices o para ser mejores ciudadanos?
Vivimos en una cultura en la que se ve bien a la persona que posee muchas cosas: una buena casa, unas vacaciones de lujo, un atractivo reloj, una bolsa elegante, etc. Esos son los ‘triunfadores’ de nuestra sociedad, a ellos debemos imitar y no a las personas justas, inteligentes o libres. Yo conozco mucha gente que se enorgullece de que un mexicano salga en la lista de los más millonarios del mundo, cuando en realidad, si lo pensamos un poco, es indignante que en un país con tantos pobres exista un individuo tan rico. Pero el que esto se acepte, e incluso que se vea con orgullo, es muestra de los valores de nuestra sociedad: tener muchas cosas es un ideal, que debe ser alcanzado virtualmente a costa de lo que sea. Es decir, es bueno estar lleno de cosas aunque todo se deba.
En efecto, a los mexicanos nos gusta contraer todo tipo de deudas económicas. Los hay quienes piden prestado para organizar una gran pachanga de XV años para la princesa de la casa. Pero además no es una simple pachanga, se trata de un fiestón de dos o tres días todo pagado para todos. Porque hay que tener una gran fiesta, así como hay que tener muchas cosas y productos de todo tipo. ¿Valdrá la pena hipotecar el próximo año de sueldo para pagar una fiesta? Para algunos sí. Sin embargo, estas personas con frecuencia pierden de vista que como seres humanos necesitamos más que fiestas para ser felices y desarrollarnos humanamente. Seguido a los mexicanos nos gusta sentirnos bien, más no estar bien.
Tener cosas (incluyendo una fiesta) nos puede hacer sentir bien por un tiempo determinado, pero no ayuda mucho a estar bien en el largo plazo. Y menos si se adquirieron con dinero de otras personas que algún día habrá que devolver, porque eso típicamente genera estrés. Sin embargo, quisiera aclarar que obviamente comprar cosas no es malo. Quizá lo que en realdad no ayuda al ser humano es el tipo de relación que éste guarda con las cosas que adquiere. Cuando una persona siente que es mejor (o –peor aún- que ha crecido humanamente) porque posee tal o cual objeto, entonces se le da a dichos objetos un valor que no poseen en la realidad. Luego entonces, si además se endeudó para comprar estos objetos, entonces el cuadro pasa –sobre todo en el mediano plazo- a complicar la paz interior del sujeto, es decir, lo tiende a estresar.
Pero también el tipo de objetos que compramos afecta o beneficia nuestro bienestar. No nos duele gastar en un maravilloso restaurant, pero sí en libros –por ejemplo-. Con frecuencia digo esto a los alumnos de los cursos en los que doy clase, quienes, semestre tras semestre, reclaman cuando les pido comprar uno o dos libros para el curso. ¿Cómo? ¿Gastar $500 pesos en libros? ¡Qué locura! Dicen varios de ellos. Sin embargo, el fin de semana anterior gastaron –como suele ser costumbre- $1,500 en antros y restaurantes. Lo cual no es malo, lo triste es que en un país con los deseos de superación como los de México, no seamos capaces de poner un poco más de nuestro presupuesto en cosas que complementan y enriquecen mejor nuestro desarrollo humano. ¿Cuántos mexicanos habrá que se endeuden por comprar libros? Volvamos al caso de mis alumnos: quinientos pesos de libros al semestre contra $24,000 de alimentos y bebidas fuera de casa en el mismo periodo de tiempo. Pero los libros no te hacen ver mejor en esta sociedad, no te dan estatus. Que te vean en el restaurante de moda en Puebla sí que puede dar estatus y, por lo tanto, incrementar el ego. Por eso vale la pena hasta endeudarse a más del treinta por ciento anual.
Cuando nos endeudamos y comprometemos la mayor parte de nuestros ingresos futuros, nuestra capacidad de responder a contingencias se ve disminuida significativamente. En efecto, si más adelante surgiera una necesidad importante que cubrir, aquella familia que sacrificó todo por la fiesta, o aquel muchacho que puso todo su dinero en un restaurante bar, difícilmente podrá hacer frente a contingencias por su propia cuenta y quizá tendrá que volver a pedir prestado. Así, el ciclo nunca termina y vivimos todo el tiempo con dinero que todavía no ganamos. Esta historia no es una catástrofe que pasa rara vez en la vida, sucede con más frecuencia de lo que imaginamos en nuestro país.
En México la cultura del ahorro es sumamente pobre comparada con la de muchos países orientales por ejemplo. Ahorrar no solo es bueno para tener una disciplina financiera, sino que también puede hasta disminuir el estrés. En efecto, cuando una persona está sobre endeudada, es muy probable que se estrese fácilmente, que se angustie y viva constantemente preocupada por los compromisos de pago. Compramos cosas para sentirnos mejor pero para ello adquirimos deudas que probablemente nos hagan sentir peor. En contraste, ahorrar puede generar mayor tranquilidad y menos ansiedad. Porque para ahorrar se requiere disciplina, ejercicio de voluntad, y esto históricamente ha ayudado a las personas a ser mejores seres humanos que aquellas que no practican este tipo de autocontroles. Esto no significa que todo el tiempo tengamos que estar ahorrando, pero sí que, cuando nos sea posible, no dudemos hacerlo. Alguna vez me tocó participar en una mesa de discusión sobre si los pobres pueden ahorrar. Recuerdo que una idea poderosa que resultó de aquellos diálogos fue que, quien pueda comprar una Coca Cola, puede ahorrar.
Cuando vivimos endeudados le pagamos dinero a quien nos presta. Cuando ahorramos, los que prestan nos pagan dinero. ¿De qué lado le gustaría estar? Podemos estar de ambos lados y recibir más dinero del que pagamos por concepto de intereses si logramos pensar y planean un poco más nuestros movimientos financieros personales o familiares. Como decía anteriormente, no es malo endeudarse, pero endeudarse por encima de nuestra capacidad de pago sí lo puede ser. Uno de los principales problemas aquí es que seguido no se sabe cuál es nuestra real capacidad de endeudamiento. Un criterio básico es endeudarse en niveles que no socaven nuestra capacidad de ahorro, es decir que nuestras deudas no deben impedir que podamos ahorrar aunque sea un poco. Mi padrino –un hombre muy rico- me solía decir: si ganas cien pesos, siempre gasta 99 y guarda 1; nunca gastes 101.
Pero además, en el plano macroeconómico, es muy sabido que el ahorro interno contribuye a una mayor estabilidad financiera en el país, básicamente porque así no se tiene que recurrir a dinero extranjero para financiar los proyectos de desarrollo, tanto privados como públicos. Una población que ahorra poco mete en dificultades a su país pues éste tiene que endeudarse en moneda extranjera para obtener los recursos requeridos para crecer. Además que buenos niveles de ahorro interno tienden a presionar a la baja a las tasas de interés porque los bancos se fondean más interna que externamente.
Por otro lado, es cierto que en un mundo con tanta capacidad de producción es difícil ser ahorrador. La tecnología ha hecho que las empresas puedan producir cosas en cantidades asombrosas y que inunden los mercados de casi cualquier país con un sinnúmero de opciones. Además, las presiones competitivas llevan a las empresas a buscar reducir sus costos de manera constante. Muchas de ellas buscan las famosas economías de escala: entre más se produce, más se ahorra en una base unitaria. Por lo que seguido vemos cada vez mayores esfuerzos publicitarios para vender esa gran producción. Como consumidores nos encontramos atrapados en un sin fin de anuncios y promociones que buscan capturar nuestro dinero. La presión es, sin duda, fuerte. Ya no importa si hoy no tienes dinero, puedes comprar y llevarte el bien o servicio en el acto, el pago podrá venir después (con su respectivo cargo crediticio por supuesto).
De esta manera tenemos una sociedad presionada desde dos grandes frentes: por un lado, la presión de las empresas (que quieren vender más para dar más dinero a sus accionistas); y por otro, la presión social derivada de la aceptación generalizada de que tener más cosas es signo de éxito en la vida.
La coyuntura económica: perspectivas, ahorro y deuda
Posiblemente han quedado atrás los años en que a la deuda externa del país se le dejó de llamar deuda eterna. Las altísimas tasas de interés del sistema bancario nacional en aquella época hacían casi imposible comprar algo a crédito y también hacían que la deuda externa pareciera verdaderamente impagable. México tenía una enorme deuda contraída en dólares, pero además pagaba intereses exorbitantes a sus acreedores porque el riesgo país de nuestra nación era muy elevado en aquel entonces; y, aunque mucho menos, sigue siendo elevado respecto a las naciones más estables. Hoy seguimos endeudados como nación, aunque en mejores condiciones que hace 20 años, básicamente porque nuestro riesgo país ha disminuido. Sin embargo, esto no quiere decir que toda la deuda del país se aceptable, especialmente si consideramos el caso FOBAPROA.
Pero el problema no es pedir dinero prestado para financiar el desarrollo de un país, sino las condiciones del préstamo y los usos que se le dan al dinero recibido. Lo mismo aplica para las personas y familias. En el campo macroeconómico, un país que es productor de petróleo al nivel de México, no debería tener necesidad de pedir dinero prestado para financiar su desarrollo. Pero México es un mal recaudador de impuestos (a quien le importa recaudar impuestos cuando el dinero sale a borbotones de los pozos petroleros y el precio del petróleo su ubica sostenidamente en niveles históricamente altos). La pobre recaudación de impuestos hace que los ingresos de Pemex no sean suficientes para el desarrollo del país. Entonces debemos recurrir a la deuda con un Peso que es débil ante las principales monedas extranjeras.
Ahora bien, en el marco de una virtual recesión económica en los Estados Unidos para este año, ¿cómo nos afecta estar endeudados como nación y como individuos? Este importante fenómeno económico en el vecino país supone diversas repercusiones a ambas escalas y en varios ámbitos de la vida socio económica. Trataré de abordar aquí exclusivamente aquellas repercusiones que más se relacionan con el tema del ahorro – crédito, tanto personal como nacional.
Aunque todavía no es oficial que los Estados Unidos estén en recesión, es cierto que existen muchos síntomas que indican que es altamente probable que ello suceda este año. La economía mexicana depende de la estadounidense en importante medida, sobre todo porque son los norteamericanos nuestro principal mercado de exportación. Pero además una recesión en los Estados Unidos tendría repercusiones para prácticamente cualquier país de la tierra porque es, en efecto, el motor de la economía mundial en la actualidad.
Al haber menos ventas mexicanas hacia Estados Unidos se propicia el que en la economía mexicana haya menos dinero. Las empresas que dependen en gran medida de sus exportaciones al vecino del norte posiblemente tengan que recortar empleos, tanto temporales como fijos, para compensar la caída en los pedidos. Menos dinero en la economía presiona las tasas de interés a la baja. Esto ocurre porque las tasas de interés se utilizan en países como el nuestro para influir en la disponibilidad de dinero que hay en la economía. De esta manera tenemos que, entre más elevadas estén las tasas de interés, más caro es el dinero y, por lo tanto, menos usado por las personas y empresas. Por el contrario, con tasas bajas de interés el dinero queda más disponible para todos. La famosa crisis inmobiliaria de los Estados Unidos tuvo uno de sus principales orígenes en este fenómeno: por ahí del 2003, las tasas en dicho país se encontraban en niveles bajísimos para tratar de reactivar la economía, por lo que muchos bancos ofrecieron créditos con buenas tasas prácticamente a cualquier persona que se parara en la sucursal. Poco importaba si su economía familiar le daba para pagar un préstamo hipotecario. Con tasas bajas los pagos parecían accesibles. Muchas personas que antes no calificaban para un crédito hipotecario ahora, con el dinero abundante y tan barato, se volvieron de pronto sujetos de crédito para este tipo de préstamos. Así, mucha gente se comprometió con créditos que después, cuando volvieron a subir las tasas, no pudo pagar.
Como sabemos, las tasas de interés en Estados Unidos han estado bajando (al 30 de Enero pasado las tasas sobre fondos federales se ubicaban en 3%) gracias a los recortes (dos en dos semanas) ordenados por la Reserva Federal (banco central) de ese país. Recortes que evidencian el temor de la Reserva Federal de que la economía estadounidense entre en recesión este año y, por lo tanto, requiera dinero que la reactive. Pero ¿cómo se reactiva una economía en recesión? Pragmáticamente hablando, una recesión implica menos ventas para las empresas. De hecho, es la caída en ventas lo que lleva a un país a la recesión. Luego entonces, lo que requiere un país para salir de la misma es reactivar las ventas de las empresas. ¿Y si la gente no tiene dinero para gastar, cómo se reactivan las ventas? Una de las fórmulas más recurridas es el crédito. Prestarles a las personas para que se lleven las mercancías y las empresas puedan seguir produciendo (aunque sea a menor velocidad porque los mercados en estas condiciones se tienden a saturar, es decir, las personas que compran a crédito no vuelven a comprar hasta dentro de varios meses). Así, tenemos que es mejor para las empresas recibir abonos chiquitos que no recibir nada.
Cuando las tasas de interés están bajas, el ahorro se desincentiva. En época de desaceleración y posterior recesión económica se propician dos fenómenos sustantivos a nivel microeconómico: a) la gente tiende a ahorrar menos porque las tasas son bajas; y b) la gente tiene menos dinero qué ahorrar porque la recesión o desaceleración le hizo perder su empleo, o provocó que su pequeño negocio vendiera menos. Así tenemos que, si ya de entrada a los mexicanos nos cuesta trabajo ahorrar, con una recesión económica en Estados Unidos la cosa se complica aún más, y logrará que el ahorro interno seguramente descienda. Pero además, es altamente probable que las deudas del mexicano promedio, en época de recesión, aumenten básicamente por dos razones: a) los intereses están bajos, es barato endeudarse; y b) a pesar de que no hay dinero, nuestra alma consumista nos conduce a seguir manteniendo nuestros niveles de consumo, haya o no recesión.
De esta manera tenemos que, con tantas promociones a meses sin intereses en las grandes tiendas comerciales de la ciudad, la mayor parte de la población de clase media y media baja se encuentra endeudada al grado que ya no tiene más margen de maniobra financiero. Es decir, ya no puede hacer otra cosa que pagar sus deudas. Ya no puede comprar, ya no puede ahorrar, simplemente puede (y debe) pagar deudas. Esto sin duda puede traer estrés, irritamiento, angustia o preocupación a las personas. Saber que el fruto del trabajo es destinado principalmente a pagar deudas no es alentador. La vida en el trabajo es cada vez más estresada, y si además la gente no puede usar su dinero en las nuevas necesidades que van surgiendo porque tiene que pagar deudas, entonces es posible que el estado de ánimo de esa persona se vea socavado. Luego entonces, es importante tener un margen de maniobra financiero.
Por otra parte, el que la gente de un país se endeude fuertemente –y por encima de su capacidad de deuda- en tiendas comerciales o comprando un coche –por ejemplo- conduce a que el gasto en actividades educativas y culturales (que hacen crecer y desarrollar a las personas más que comprar cosas) se vea castigado. Un país que gasta poco en educación y cultura no puede desarrollarse igual que uno que actúa en sentido contrario. A mí me asombra ver como muchas familias poblanas, con grandes autos en casa, tienen meses de atraso en las colegiaturas de sus hijos, no solo en la escuela, sino también en las actividades culturales o deportivas que los recrean fuera de casa y escuela, como las clases de natación, ballet, pintura, etc.
¿Qué quiere decir esto? ¿En dónde están las prioridades de los poblanos y mexicanos en general? ¿Cuántas familias en la ciudad han tenido que sacar a sus hijos de una buena escuela o academia de artes o deportes porque las deudas contraídas por tener más cosas ya no les permiten pagar colegiaturas? Yo creo que, desafortunadamente, son muchas las familias poblanas que se encuentran en dicho grupo. Porque en Puebla es más importante qué coche tienes o qué ropa vistes a qué tan desarrollado o íntegro como persona eres. La gente respeta y admira más a una persona que se baja de una flamante camioneta que a quien es capaz de generar y sostener una conversación humanamente enriquecedora con alguien. Éste último tipo de personas normalmente son aquellas que han invertido en su educación.
Yo conozco algunos jóvenes en edad universitaria que prefieren tener un coche nuevo y asistir a una universidad de dudosa calidad (como hay hoy muchas en Puebla, Estado con más de 200 instituciones de educación superior registradas ante la SEP), que andar en camión y pagarse una mejor educación. Y parece ser que esta es ya una tendencia social: la gente apuesta más por las cosas (porque éstas son las que le dan estatus) y menos por la educación, ni se diga de la cultura. Es cierto que la educación puede resultar cara y que sus beneficios no son fácilmente palpables en el corto plazo y, por otro lado, que los beneficios de tener un coche o un traje nuevo de lujo son más palpables de inmediato, aunque insignificativos en el largo plazo.
Si la mayor parte de la población prefiere comprometer sus ingresos en las tiendas departamentales y agencias de coches en vez de meterlo en la educación y desarrollo de su persona, entonces no es difícil imaginar que nuestro futuro no es el más promisorio. Corea del Sur tenía un retraso económico y social más grande que el nuestro hace 30 años, hoy, sin lugar a dudas, goza de una posición más solida que México en dichos ámbitos. ¿Por qué? En gran medida por la educación, tanto el gobierno como la gente de ese país le han apostado a la educación. No es extraño entonces, que los países con los avances sociales y económicos más grandes posean también a las poblaciones mejor educadas del mundo. Pero la educación de un pueblo no se da por decreto. La gente y su gobierno tienen que estar convencidas de que ese es el mejor camino a seguir y se tienen que comprometer recursos, tanto a nivel gobierno como a nivel familiar. ¿Cuántos de nosotros ahorramos para pagarles una mejor educación a nuestros hijos? Y no digo esto porque la mejor educación se dé en las escuelas más caras, sino porque, generalmente, un proceso educativo de mayor calidad implica casi necesariamente más costos: comprar libros, materiales, viajes educativos, etc. Al menos esa parece ser la realidad de este país. Existen otras naciones donde la educación de alta calidad es prácticamente gratuita, como Francia, Alemania y Suiza. Hoy día, si queremos que nuestro hijo universitario tenga un mejor desarrollo, es casi indispensable que estudie al menos un semestre en una universidad en el extranjero para ampliar su concepción del mundo, sensibilizar su tolerancia, aprender nuevas técnicas, paradigmas, etc. En esta era de intensa globalización, parece ya imperativo tener experiencias educativas o laborales en el extranjero para poderse insertar mejor en el cambio social propiciado por la misma globalización. Todas esas experiencias cuestan dinero. Pero haciendo a un lado lo magnífico que es tener experiencias educativas en el extranjero, es cierto que una familia (o una sociedad) que invierte poco en la educación y mucho en lujos materiales, frena el desarrollo de sus personas. ¿Qué porcentaje de nuestros ingresos lo destinamos a la educación? ¿Cuántos de nosotros tenemos deudas por la educación y cuántos por ropa o zapatos? No existen en Puebla estadísticas confiables al respecto, pero mi intuición dice que la mayoría de las deudas financieras de los poblanos son derivadas de compromisos adquiridos con tiendas comerciales, agencias de automóviles, agencias de viaje, etc., no con escuelas serias.
Resulta sumamente interesante y desmotivante ver que, nuestras mejores escuelas y universidades compiten con tiendas como Liverpool y El Palacio de Hierro. A este tipo de competencia se le denomina competencia por presupuesto: aunque una universidad ofrece servicios diferentes a los de una tienda como El Palacio de Hierro, compiten por el mismo dinero de la gente. Y no hablo aquí necesariamente de universidades privadas, en la BUAP la mensualidad de un postgrado ya es difícil de cubrir para muchos ciudadanos de clase media o media baja. Mucha gente se endeuda alegremente en las tiendas departamentales y después le queda muy poco para, por ejemplo, pagarse un curso de actualización profesional en una universidad o para suscribirse a una revista seria que le ayude a reflexionar y comprender más la realidad y tener una mejor calidad de vida.
Así tenemos que ahora los departamentos de marketing de las universidades –por ejemplo- deben contemplar seriamente la competencia que les hacen los centros comerciales, agencias de coches y de viajes, y las promociones a meses sin intereses –entre otras-, porque seguido éstas llegan primero al bolsillo de las personas que cualquier otra oferta. Esto será así mientras dos grandes fenómenos ocurran conjuntamente: a) la gente esté orientada a tener, no a ser (como diría Erich Fromm), es decir, que la gente crea que su realización personal está en función de lo que tiene, no de quién es y cómo vive; y b) que la gente no tenga cultura financiera, es decir, que no sepa cuándo y por qué endeudarse, y cuándo y por qué ahorrar. Mientras estos dos grandes aspectos no se den (orientación a ser y una cultura financiera), difícilmente podremos ver a una sociedad no endeudada. Por el contrario, mientras estos fenómenos ocurran en nuestra sociedad, la constante será ver gente angustiada por sus deudas (aunque hay muchos que se endeudan, no cumplen y les no les importa mucho), y en general poca inversión en la educación.
Me parece que todos, padres de familia, instituciones educativas, ONGs y gobierno, debemos actuar si es que queremos otra realidad. Enseñar a nuestros hijos, alumnos y población en general que poner nuestro dinero en la educación es la mejor inversión que un individuo y una sociedad pueden hacer. Enseñar con el ejemplo de que vale la pena ser cauteloso con las deudas que adquirimos, así como vale la pena también ahorrar para después gastarlo en lo educativo. Ser una sociedad endeudada es preocupante, pero esto se atenuaría significativamente si nuestras deudas (tanto familiares como gubernamentales) fueran por la educación. Aunque a primera vista esto se antoje difícil para muchos de nosotros en este momento, si otros países lo han hecho ¿por qué nosotros no? La situación económica que se avecina sin duda nos replanteará seriamente este interesante reto y así la recesión en Estados Unidos puede ser para todos los mexicanos de clase media una oportunidad para usar más inteligentemente nuestro dinero y de esta manera poder construir un México más educado, más productivo, más justo y más humano.
1 comentario:
Alexis: estoy completamente de acuerdo con lo que expresas en tu artículo. He conocido casos de personas a las que les embargan la casa por las deudas contraídas con sus tarjetas de crédito, ¡qué horror!
Hagamos labor en las aulas, saludos. Rocío C.
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