Autor: José Rafael de Regil Vélez
Publicación: E-Consulta, 15 de marzo de 2010
El 4 de enero de 1960 de manera intempestiva quedó trunca en un accidente de tránsito la vida de un pensador contemporáneo, notable en sus días y a mi parecer en los nuestros: Albert Camus, premio Nobel de literatura 1957, ensayista, dramaturgo, literato, pensador, en el más amplio de los sentidos.
Camus, francés nacido en Argelia el 7 de noviembre de 1913, es conocido en muchos lados como filósofo existencialista, por poner sobre la mesa los problemas de su tiempo… Cuando se le concedió el Nobel, le fue otorgado por "el conjunto de una obra que pone de relieve los problemas que se plantean en la conciencia de los hombres de hoy".
Destaca en su producción el tema del absurdo, muy propio de la Europa de la posguerra y a veces muy mal comprendido por quienes oyen hablar de él.
Hace algunos días, en un foro con estudiantes de la Universidad Autónoma del Estado de México un universitario comentó que este intelectual galo/africano fue importante para muchos en su época, al tiempo que preguntó si de alguna manera puede decir algo a la nuestra.
Varios de los presentes dieron su opinión. Yo me puse a considerar la interrogante a la luz de la labor de educador que hoy realizo y mi respuesta es: sí. Las inquietudes de Camus son vigentes para ayudarnos a preguntarnos sobre qué significa intentar ser personas en el inicio de la segunda década del siglo XXI.
Me explico. La primera mitad de la centuria pasada presenció en carne propia atrocidades nunca antes vistas en la proporción con que aparecieron en las guerras mundiales y en el inicio de la guerra fría. Todo el orden establecido -en especial el que tiene que ver con los valores- quedó trastocado en esas conflagraciones y en las ideologías que las sustentaron.
Hasta ese momento los pensadores y los políticos tenían grandes explicaciones para dar cuenta del sentido que deberían tener el mundo, la política, la sociedad, las costumbres, la moral; pero en muy pocos años ellas cayeron en pedacitos, al tiempo que aparecían ante los ojos de todos la muerte, las crueldades que cometieron unos seres humanos sobre otros, más allá de las banderas nacionales que los cobijaban y las más de las veces en nombre de las ideas como el fascismo, el comunismo, el propio capitalismo.
En ese caos irrumpió para unos y otros la pregunta: ¿qué sentido tiene la historia? ¿podemos seguir creyendo en los grandes proyectos de los filósofos, de los políticos? Por más que se le pensara, todo parecía ABSURDO, insensato; el bien y el mal eran conceptos más bien confusos.
En esa escena aparecen Albert Camus y otros hombres y mujeres inquietos, como Gabriel Marcel, Emanuel Mounier, Jacques Maritain y el infaltable Jean Paul Sartre, cada cual con su particular forma de ver el problema que significaba ser humano en la primera mitad del siglo XX.
En los ensayos de Camus como El mito de Sísifo, El hombre rebelde, o en las novelas como El extranjero y La peste es abordado el problema: puede ser que las cosas no sean tan claras, puede ser que la lógica fría ofrecidas por la ciencia, la técnica y las ideologías de todo corte y que tan poco resultados dieron para comprender al ser humano no puedan explicar para la mente y corazón de las personas lo que sucede en la realidad y ante ello sólo hay dos opciones: el suicidio o asumir la realidad en todo su carácter absurdo.
La primera solución no lleva a ningún lado; así sólo queda asumir el día a día, el mundo que nos ha tocado vivir con una razón humilde, que no pretenda tener explicación para todo, que reconozca sus límites, pero que aún así apueste por seguir caminando humanamente.
El pensamiento de Camus es una invitación a la rebeldía, a seguir avanzando aun cuando no todo quede claro, aunque parezca que cargamos una piedra una y otra y otra vez sin sentido aparente. Pero se trata de una rebeldía que se construye en la solidaridad humana, en la acción conjunta de mujeres y hombres que van dando los pasos que les permitan andar espacios de resistencia en un mundo muchas veces inhumano, insensato.
El francés invitó a sus contemporáneos y nos invita hoy a nosotros a preguntarnos sobre el sentido de las cosas y a abordar la pregunta ya no desde ideas totales, totalizadoras, sino de las vivencias en carne propia, allí donde cada cual puede ir encontrando sus “pequeños sentidos” para continuar la vida.
Me parece gran virtud de este hombre —que se negó a ser llamado filósofo, porque decía no creer en los sistemas de ideas—, la de llevar la agudeza del pensamiento a los espacios accesibles y recreadores de la literatura, de la dramaturgia. Hombre de su tiempo, deseoso de hablar con hombres de su tiempo, encontró en el lenguaje literario una puerta en la que mujeres y hombres puede reflexionar sobre temas inherentes a sus posibilidades humanas.
Camus en la novela, en el teatro, sitúa al público ante el drama de la existencia concreta y le permite reconocerse en sus personajes, en sus tramas. Asume que en nuestro tiempo la literatura es una excelente portadora de las preguntas fundamentales de la existencia humana. En vista de esta vitalidad compartió las cuestiones que agitan la mente y el corazón de la gente de todos los días, "los de a pie", y para quienes la calidez de un personaje puede ser más significativa que los libros más técnicos que haya en acumulados en el patrimonio filosófico de la humanidad.
Sí: Camus sigue vigente porque nos provoca a vivir lo absurdo en la búsqueda de solidaridad y de una razón muy humilde que quiera dialogar con la realidad y no reducirla a una idea, por brillante que parezca; pero también porque llama a comunicarse con los demás de forma que sea verdaderamente significativa, en un lenguaje comprensible… Porque hoy, como ayer, un mundo más humano sigue siendo una tarea que a todos nos llama.
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