Autora: Celine Armenta
Publicación: El Columnista, 28 de abril de 2010
Hasta donde alcanzan a ver mis viejos ojos, ni la democracia ni la participación, ni los derechos de todos, ni la bonanza, la paz, la equidad o la justicia; ni la educación excelente, la libertad, o la estabilidad de las naciones y las comunidades son dádivas de quienes detentan el poder político, económico o ideológico. El porqué es claro: todos estos indicadores sociales y personales de bienestar implican dilución del poder. Cuando todos participamos en decidir nuestros destinos, no hay espacio para dictadores; cuando todos participamos de los bienes materiales, no hay lugar para concentraciones escandalosas de riqueza; y cuando todos velamos por cada uno, maniatamos a los abusadores y los criminales, y aseguramos que la ley proteja a todos y dé a cada uno lo que merece.
Pero también hasta donde alcanzan a ver mis ojos viejos, una sociedad, una comunidad o una familia dividida por prejuicios e invadida de miedo son perfectas cómplices de los dictadores, los abusadores y los violentos. La discordia ciudadana y la falta de solidaridad nutren a la injusticia, la violencia, la discriminación, la marginación, la pobreza y hasta a la muerte.
Estas reflexiones son especialmente punzantes en este año, cuando cumplimos doscientos años de una independencia que prometía unirnos bajo una misma bandera; cumplimos cien arios de una revolución que prometía equidad y conquistas ciudadanas para todos; y cumplimos diez arios de una alternancia que prometía democracia, participación y respeto a la voluntad popular. Muchos compartimos hoy la sensación de que estos cumpleaños no ameritan celebraciones sino reclamos: porque la sangre derramada y los desvelos no acaban de dar su fruto. Porque la inseguridad, la inequidad, el abuso del poder, el crimen organizado, la violencia y la corrupción nos tienen sitiados como un gigantesco Goliat feroz e implacable que nos roba la esperanza y bloquea las rutas de salida hacia el futuro.
Y eso que estamos en Puebla, donde el ejército no patrulla las calles y no sabemos aún lo que es el toque de queda autoimpuesto por la ciudadanía como medida de supervivencia. ¿Pero, cuánto tardará en llegar a nuestra privilegiada Angelópolis el virtual estado de sitio de la vecina Cuernavaca, de la más lejana Matamoros, de la otrora bulliciosa y próspera Ciudad Juárez?
No podemos sentarnos a esperar que aparezca un mesiánico David. El mítico, el de la Biblia, está ahí precisamente porque fue único y su hazaña es increíble. Los otros David, y las Carmen, los Andrés, las Lourdes, los Cuauhtémoc y muchos, muchos más, cuando enfrentaron solitos y armados con sus hondas al enorme Goliat, simplemente no ganaron. Y quienes apostaron a que una piedrecita solitaria atinaría a dañar un minúsculo punto vital de Goliat, simplemente perdieron.
Para derrumbar a Goliat, siendo los milagros tan improbables, se necesita un ejército de Davitcles que gritemos en coro: "somos muchos y seremos más"; "el pueblo unido, jamás será vencido"; "no, nos moverán".
Porque si la discordia entre quienes buscamos vivir en paz y equidad es poderosa aliada de Goliat, también es cierto que la solidaridad puede derrotar al enemigo. Y aquí radica la importancia de aprovechar las oportunidades de solidarizarnos con las causas justas, aunque en apariencia busquen reivindicaciones de otras personas. Porque a menos que todos acojamos las causas de todos como propias, seguiremos inmersos en la injusticia general. Eso es el corazón de la democracia: todos velando por todos; todos procurando el bienestar de todos, y muy especialmente el bienestar y la justicia para quienes históricamente han sido más marginados.
Tenemos enfrente una oportunidad de oro: la Novena Marcha y jornada Contra la Homofobia, en nuestra ciudad de Puebla.
Ciertamente cualquier movimiento contra la discriminación podría catalizar nuestra repulsa ante la situación actual y darle forma de solidaridad. Pero la lucha contra la horno- fobia tiene ventajas sobre casi cualquier otro movimiento.
Lesbianas, gays, y demás grupos de la disidencia sexual constituimos minorías con la ominosa peculiaridad de que en México aún resulta socialmente aceptable discriminamos. Aún más: esta discriminación se legitima, con argumentos falaces, pero sin recato alguno.
Esto no sucede con otros grupos y personas. En México la discriminación abierta y explícita contra indígenas, personas con discapacidad y otras minorías históricamente subordinadas se ha modificado muy modestamente, pero al menos resulta cada vez menos aceptable hacerlo abiertamente. Sin embargo, los despliegues públicos de homofobia y discriminación hacia gays y lesbianas son práctica común. Entre amigos y en la familia se ridiculiza a las minorías sexuales. Y desde el púlpito y el podio de los gobernantes, desde la tarima del aula y la pantalla de televisión se promueven prejuicios e ignorancia; se degrada a quienes no se ciñen a los patrones de orientación sexual convencionales; se azuza a feligreses, ciudadanos, alumnos y televidentes a hundir a los diferentes en una marginalidad aún peor.
Por ello, luchar contra la homofobia es tan efectivo. Porque este odio irracional hacia los diferentes engorda abiertamente a Goliat. De ahí que las probabilidades de dañar al gigante sean mejores al luchar contra la homofobia que si enfocamos nuestros esfuerzos en otros cómplices menos conspicuos.
Las encuestas nacionales entre adultos y adolescentes sobre exclusión evidencian la gravedad y la extensión de la homofobia: uno de cada tres homosexuales reporta haber sufrido acoso por la policía; también uno de cada tres reconoce haber sido objeto de burlas y humillación en la infancia y adolescencia. En congruente contraparte, dos de cada tres adultos no toleraría vivir en la misma casa que un homosexual; y una proporción aún mayor, entre los jóvenes, no apoya los derechos de las minorías sexuales. Además, según el informe preliminar de la Comisión Ciudadana Contra Crímenes de Odio por Homofobia, el número de ejecuciones por homofobia en México podría llegar a 97 al ario; esto significa ocho ejecuciones en el país cada mes, para totalizar 876 en nueve años.
Todas y todos estamos convocados a marchar en Puebla en contra de la homofobia el 29 de mayo. Todos somos David y ese día nuestras hondas lanzarán una andanada de piedrecitas sencillas, un reclamo primordial: "Que mi derecho a querer, la ley lo haga valer".
La convocatoria va dirigida primeramente a las propias lesbianas y homosexuales de Puebla y a todos los demás que se identifican como no-heterosexuales. La Novena Marcha es la oportunidad para asumir nuestro papel en la construcción de una Puebla justa, democrática, incluyente.
Pero la convocatoria se extiende a quienquiera que desee apoyar y promover una sociedad nueva y mejor. Que asistan a marchar quienes son marginados por cualquier condición: maestros, obreros, comerciantes, jóvenes, mujeres, ancianos, personas con discapacidad. Y por supuesto están convocados también quienes en este momento no han sido tocados seriamente por Goliat, pero saben que sin equidad para todos no habrá una Puebla sana ni una sociedad plena.
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