Autor: José Vicente Hurtado Herrera
Publicación: La primera de Puebla, 29 de abril de 2010
La última semana de abril nos remite inmediatamente con diversos festejos, uno de estos es el día del niño, celebración que sin duda tienen un clara intención comercial, invitándonos al consumo; pero también visto desde su dimensión festiva, de celebración, presenta un valor simbólico, pues los seres humanos tenemos necesidad de una u otra manera de recordar, de volver a vivir, de celebrar a las personas, momentos o experiencias importantes de la vida. En este sentido ¿por qué celebrar a los niños? ¿qué motivos tenemos para ello? Comparto con ustedes algunos motivos que me resultan significativos desde mi condición de educador y padre de familia.
Celebremos a estos pequeños seres para quienes pareciera que su única motivación es jugar, y que se sorprenden a cada momento con infinidad de detalles: con un juguete, con la caricatura preferida, con el insecto que encuentra en la calle, con su mascota, con las nubes, con el cuentacuentos que los hace imaginar, con las burbujas de jabón que hacen en la plaza, con las mariposas que pasan por su cabeza, por la alegría de andar en la bici o patear un balón, y de tantas cosas más.
Celebremos la posibilidad que nos brindan de disfrutar de las cosas sencillas, de volver a jugar, de recordarnos lo grato que es sonreír a carcajadas. Esto me recuerda al gran poeta Jaime Sabines, quien en una de sus obras agradece a su pequeño Julito la oportunidad de sorprenderse de lo pequeño.
Celebremos a los niños, porque a los que somos padres nos ayudan a llenar de sentido el esfuerzo cotidiano por trabajar, por superarnos profesionalmente, por saber que el esfuerzo por ser mejor no se agota en la satisfacción personal, sino que adquiere un mayor valor al pensar en ellos, en la posibilidad de ofrecerles mejores condiciones de vida.
Celebremos con ellos porque ante el reto de cuidarlos, protegerlos y colaborar en su formación como personas, nos obligan a poner en juego toda nuestra persona, a sacar lo mejor de nosotros, a buscar alternativas para encontrar las mejores formas de educarlos, de ayudarlos. Nos retan a practicar la tolerancia, a ser empáticos, a ser firmes, a ser bondadosos, porque eso de formar a una persona que progresivamente va ganando en autonomía y que es importante orientar y respetar, sin duda que nos mete en serios dilemas.
Por cierto, el domingo pasado me encontraba con una nota periodística en la que se daba cuenta de la existencia de un fenómeno llamado “niños superagendados o superexigidos”, con lo cual se refiere a los chicos que son saturados por los padres con actividades extraescolares, generando en algunos casos trastornos emocionales como ansiedad, depresión e inseguridad (Reforma, 2010). Este caso nos muestra que es complicado eso de educar a un niño, pues buscamos su felicidad y no siempre colaboramos en la consecución de ésta.
Pero hacer referencia al día del niño, nos exige no olvidarnos de las dificultades que la niñez pasa en el mundo y particularmente en nuestro país: niños abandonados, maltratados, niños en la calle, de la calle, obligados a trabajar, usados por sus padres para ganar unos pesos, explotados sexualmente. En nuestro contexto hay tantos y tantos casos de niños que no tienen las condiciones mínimas para desarrollarse sanamente, para desarrollar su potencial, condenados a la miseria y al abuso de muchos adultos. Y a pesar de lo anterior algunos de estos chicos pueden salir adelante y construirse un futuro digno.
La posibilidad de apostar por un mejor país y un mejor mundo, radica también en el compromiso de atender de mejor manera a nuestros niños, pues en gran medida la conformación de su identidad, su afectividad, su racionalidad, y en general de toda su persona, radica en el cuidado y en el “modelaje” (ejemplo) que los adultos ejerzamos sobre ellos.
La responsabilidad por la niñez del mundo y de México, parece ser que no se agota en el cuidado de nuestros niños cercanos, de nuestros hijos, sino también en la posibilidad de comprometernos con otras historias, con otros sueños, con otras pequeñas miradas deseosas de crecer y ser felices.
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