Autor: Alexis Vera
Publicación: Puebla on line, 27 de abril de 2010
Pareciera que la obsesión de moda es tener cada vez más cosas nuevas en nuestros haberes. Nueva ropa, nuevo celular, nueva cámara, nuevo coche… Y se hace hasta lo imposible por comprar lo nuevo, aunque no se necesite. Muchos poblanos hipotecan sus próximas quincenas, aquellas que ni siquiera han trabajado, con tal de cambiar de coche y tener uno “respetable” ante los demás. Ya tienen coche, pero no es nuevo, no impacta a nadie y, por lo tanto, hay que cambiarlo a cualquier precio. Porque como te ven te tratan, dicen muchos.
No son pocos los poblanos que tienen más de un trabajo para sostener un nivel de vida de clase media o media alta. Trabajan todo el día, de sol a sol; quedan exhaustos al final de la jornada y no quieren hacer otra cosa que ver la tele o dormir cuando regresan a casa. Por supuesto que, tras la jornada laboral, ya no les queda mucha energía para conversar y convivir con la familia y amigos. Y es totalmente comprensible querer descansar tras tanto trabajo y estrés. La pregunta es entonces: ¿vale la pena este “sacrificio”? ¿En aras de tener más y mejores cosas, es bueno trabajar hasta el agobio? ¿Por qué queremos tener más y mejores cosas?
Una vez un amigo colombiano me platicó hace años el siguiente cuento que me parece nos puede ayudar a reflexionar sobre el tener. Cuenta la pequeña historia que un pescador colombiano regresaba de la mar con unos cuantos pescados en su red y un gringo, que lo observaba en la orilla, le preguntó ¿ya no hay más peces en el mar? El pescador respondió que sí, que había muchos más. El gringo lo cuestionó: ¿por qué entonces no se queda un rato más? El colombiano le dijo que ya no necesitaba más pescados, con esos que traía era suficiente para comer hoy y mañana. El gringo, anonadado, le dijo: pero si usted pesca más, entonces puede tener pescados para vender. ¿Y para qué querría yo vender pescados? cuestionó el pescador; pues para ganar dinero, respondió su interlocutor. ¿Y para qué querría yo ganar dinero? Para ahorrar y comprar otra lancha por ejemplo le contestó el extranjero. ¿Y para qué necesito otra lancha? Reviró con voz fuerte el hombre de mar. Para pescar y vender todavía más –respondió el estadounidense. ¿Y eso para qué? Pues para ganar más dinero, y así algún día te puedas dedicar a hacer lo que quieras, dijo ya un poco frustrado el gringo; a lo que el pescador respondió: pero si yo ya estoy haciendo lo que quiero…
¿Quién tiene razón? La respuesta dependerá de lo que busquemos en la vida.
Hoy es casi universalmente aceptado que sólo es exitoso aquel que ha logrado tener mucho dinero; que uno es poca cosa si no posee un buen coche o ropa de marca; que hay que comer en los mejores restaurantes e ir a los más lujosos hoteles para ser alguien; que hay que tener la más reciente computadora o teléfono celular, de lo contrario importamos poco.
Creo que tener buenas cosas puede ser muy saludable para el ser humano, pero sólo mientras esas cosas permanezcan como un medio, no como un fin en nuestras vidas. Cuando empezamos a endeudarnos con frecuencia por tener mejores cosas, entonces la espiral de la posesión material deja de ser positiva y empieza a ser negativa. Además de que esto mina sensiblemente nuestras finanzas personales.
Un amigo jesuita me dijo hace tiempo: yo no voy al centro comercial porque no me gusta ir a comprar lo que no necesito, con dinero que no tengo, para aparentar lo que no soy. Creo que el problema es que la mayoría de los poblanos de clase media justamente hace esto que mi amigo critica. Quizá porque muchos de ellos creen que así parecerán exitosos ante los demás y no serán rechazados como fracasados contemporáneos. Otros más lo harán porque no han encontrado una mejor fórmula para ser ellos mismos, de tal suerte que acaban siendo como todos los demás.
Comprar nuevas cosas sólo por el hecho de tener lo último o lo de moda, difícilmente podrá llenar nuestras vidas. Cuando estamos orientados a tener, continuamente sentimos la necesidad de comprar más, porque ninguna compra acaba por llenarnos. Lamentablemente la publicidad de varias empresas nos quiere convencer de lo contrario. En efecto, muchísimas compañías, en su necesidad de vender, han perdido el sentido ético de su razón de ser: contribuir al bienestar de la sociedad. De tal suerte que, muy frecuentemente, hacen creer a sus clientes potenciales que tener es más importante que ser, a pesar de que la realidad histórica del sujeto nos ha mostrado que la cosa es más bien al revés.
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