miércoles, abril 06, 2011

El profesor es culpable, hasta que demuestre lo contrario

Autor: José Rafael de Regil Vélez  datos del autor haz click aquí
Publicado: E- Consulta, 30 de Marzo de 2011

     Hace algunos años era típica la figura del maestro que podía hacer y deshacer los trabajos y las calificaciones de los alumnos. En las generaciones que van de los cuarenta a más años de edad circulan un sinfín de historias de docentes que cual Júpiter tronante hacían gala de su poder, como aquel que cuando entregaba calificaciones decía a sus alumnas menos agraciadas físicamente: "mija, usted va a tener que estudiar mucho", a diferencia de sus contrapartes, quienes seguramente encontrarían marido que las mantuviera.
     De hecho, estos cuadros todavía existen en las instituciones educativas y los estudiantes padecen entre otros, a los autodesignados educadores que ponen y quitan calificaciones y ensalzan y denigran a sus pupilos con todo el autoritarismo del mundo.  
     Emulan aquellas escenas que en la película de Alan Parker "The Wall" acompañan la secuencia de la canción "Another brick in the Wall", de Pink Floyd y que muestran el autoritarismo magisterial que ha campeado en diversas latitudes y tiempos.
     La tiranía y el autoritarismo hoy siguen presentes en las aulas. Tienen el rostro viejo ya descrito, pero también uno nuevo: el de los alumnos que han tomado en sus manos el dudoso privilegio de imponer su visión por encima de sus mentores, e incluso de las propias instituciones, sin que necesariamente el aprendizaje o la preparación para una vida económica y civil pertinente sean el propósito.
     Antaño el docente podía imperar y decretar culpables a sus pupilos; hogaño los estudiantes decretan que si ellos obtienen malos resultados la culpa es de su profesor.
Un cada vez mayor número de académicos de universidades comentan entre pasillos algunas reglas básicas de supervivencia escolar: "fotocopia los trabajos de tus alumnos, para que si te reclaman tengas con qué defenderte"; "no te metas en problemas, porque cuando sea la evaluación de profesores tus alumnos te van a castigar".
     Llegado el momento de las evaluaciones intrasemestrales no faltan quienes se enfrascan en agrios alegatos porque no están de acuerdo con su calificación, basados en el argumento de que merecen una mejor nota. Si no llegan a un acuerdo suelen terminar el asunto señalando lapidariamente: "lo voy a acusar con el coordinador".
     Que quienes estudian exijan ser evaluados más allá del capricho de quien tiene a cargo una asignatura ha producido enormes beneficios a la educación: hoy se piden rúbricas de evaluación, instrucciones más precisas, instrumentos que objetiven los propósitos de aprendizaje de los cursos. Prácticamente en todas las instituciones hoy se asignan calificaciones utilizando más evidencias que sólo exámenes.
     El problema viene cuando todo ello no es suficiente, cuando lo que se busca es una buena calificación por el valor de ésta en sí mismo y no como el reflejo de que se tienen las competencias adecuadas para incursionar en el ámbito profesional e integrarse en el espacio laboral para proponer, competir, y crear empleo; y en la vida social para generar ciudadanía siendo capaces de resolver conflictos mediante mediaciones y no sólo por el ejercicio unilateral del poder. Suponer que el profesor es culpable hasta que no se demuestre lo contrario es una perversión que hay que dejar urgentemente de lado.
     En educación no se trata de culpables e inocentes, ni siquiera de sacar "buenas calificaciones", sino de tener claro que la complejidad del mundo es tal que requiere personas críticas, libres, creativas, solidarias, integradas afectivamente, abiertas a posibilidades trascendentes, tan integradas en sí mismas y con su comunidad que puedan entrever posibilidades para una vida humana digna, con mejores indicadores de calidad, con mejores interacciones políticas para recrear marcos jurídicos e instituciones.
     Sumarse constructivamente a la vida adulta supone habilidades, conocimientos y actitudes a partir de los cuales sean diseñados programas formativos con propósitos claros a partir de los cuales se vaya sumando a los niños y los jóvenes a lo que serán más tarde. 
     Ese ha de ser el punto de partida de la evaluación y debe quedar claro a todos los involucrados en el proceso. Así podrá hablarse de calidad educativa.
Padres de familia informados de lo que se pretende con los planes y programas de estudio, profesores que puedan ubicar claramente el aporte de su asignatura en el contexto más amplio de toda la propuesta formativa de su institución, y alumnos que apelen a lo que se les propone para que con base en ello reciban retroalimentación, supondría una educación en la que nadie tiene que demostrar su inocencia ni su culpabilidad… ¿Será posible realizar ese tránsito?

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