jueves, noviembre 02, 2006

EL PODER EDUCATIVO DE LA PALABRA

Autora: Laura Rodríguez M.
Publicación: Síntesis, 2 noviembre 2006.
La educación es ante todo un proceso comunicativo. Esta afirmación va más allá de disertaciones filosóficas o propuestas pedagógicas, es una realidad cotidiana. A través de la comunicación es posible detonar el aprendizaje. Más que esto, se promueve el desarrollo de las personas para que sean capaces de alcanzar su propia realización.

O por lo menos esa debería ser la intención de todo docente al comunicarse con sus alumnos. Lamentablemente, con frecuencia se descuida el proceso comunicativo en la labor educativa.

La palabra impacta el ámbito intelectual, afectivo y conductual de quien la escucha. Puede promover el pensamiento, impactar el juicio moral, construir las decisiones. Sin embargo, también pueden obstaculizar el desarrollo si con ellas se pretende confundir o tergiversar la realidad.

Si la palabra propicia la comprensión, provoca que el rostro de un estudiante se ilumine con la misma intensidad que el de algún investigador que resuelve un enigma. Si es confusa o engañosa obstaculiza el entendimiento y limita la inteligencia.

A través de la palabra, la interacción humana cobra un tono afectivo que mueve las delicadas fibras del corazón. Si es pronunciada en un sentido humanizante y constructivo estimula la sensibilidad, forja el carácter, perfilar la personalidad e impulsa a logros inimaginables. También puede propiciar tristeza, enojo o resentimiento cuando se utiliza para herir o menospreciar a quien escucha.

La palabra moldea el comportamiento, inclina la acción hacia una u otra dirección. Muchas conductas se ven motivadas, modificadas o incluso impedidas por el discurso de las personas a las que admiramos y que vemos como un modelo a seguir, en las que reconocemos una autoridad o mérito.

Debido al poder que tiene la palabra, todo docente debe ser cuidadoso en el lenguaje que emplea en el aula, procurando comunicarse de tal manera que detone el potencial del alumno e lo impulse a convertirse en un gran hombre. También debe evitar utilizar el lenguaje de modo que descalifique y devalúe al alumno, limitando su desarrollo.

Como docentes necesitamos aprender como estimular y como corregir a nuestros alumnos a través del lenguaje que utilizamos. Si al dirigirnos a un estudiante le decimos: “no puedes”, “nunca haces nada bien”, “eres el peor alumno que he tenido” probablemente lograremos que se convierta en un individuo mediocre y oscuro, que se autolimite y sienta resentimiento por las personas que le rodean.

Si el profesor dice: “hiciste un excelente trabajo”, “juntos lograremos mejorar”, “la próxima vez saldrá mejor” promoverá en sus alumnos espíritu de superación, seguridad en sí mismos y deseos de colaborar con otros.

Si esto es cierto en el ámbito educativo, también lo es en el ámbito familiar. Si en casa somos amables y considerados en la forma de dirigirnos a nuestros hijos y a nuestra pareja, tratamos de utilizar un lenguaje rico y variado, si fomentamos el diálogo y nos permitimos expresar lo que pensamos y lo que sentimos, favoreceremos un clima positivo y armónico en casa.

Si promovemos la toma de decisiones considerando los puntos de vista de todos los miembros de la familia, si le damos la misma importancia a lo que dicen todos más allá de su edad, sexo o preparación, estaremos construyendo un ámbito familiar que humanice a todos. Por el contrario, si en casa obstaculizamos el diálogo, imponemos nuestros puntos de vista, descalificamos a quienes nos rodean, ofendemos o maltratamos a través del lenguaje estaremos destruyendo el núcleo familiar y a cada uno de sus integrantes.

Propongámonos pues cuidar nuestras palabras, pronunciarlas con la conciencia y la intención de construir al otro a través de ellas para así colaborar en la humanización de este mundo y de nuestros semejantes. Los principales beneficiados con esto seremos nosotros mismos pues nos humanizaremos con quienes nos rodean a través de la comunicación humanizadora.

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