Autora: Celine Armenta
Publicación: La jornada de oriente, 22 Nov. 2006
Vivimos tantos años sin democracia en México, que no debe sorprendernos nuestra torpeza para actuar con madurez moral. Es comprensible, pero no excusable que actuemos como infantes en el terreno moral.
Un científico que se dedicó a estudiar el desarrollo moral fue Kohlberg (1927—1987), quien descubrió que nuestro concepto de justicia evoluciona a lo largo de la vida, y se modifica con el aprendizaje. Así, los niños pequeños consideran que es justo lo que coincide con su interés egoísta; más tarde consideran justo lo aceptado por las reglas de su comunidad; y al llegar a cierta madurez son capaces de juzgar acerca de lo justo y lo injusto “poniéndose en el lugar del otro”. Kohlberg comprobó también que en ambientes democráticos, incluso los niños actúan con madurez moral. Y ahora, yo estoy comprobando que en un país tan vacío de democracia como lo fue México durante tres cuartos de siglo, incluso los adultos instruidos emiten juicios morales terriblemente inmaduros.
La Ley de Sociedades de Convivencia, aprobada hace unos días en la Ciudad de México, fue ocasión perfecta para que diversos sujetos y sectores hicieran impúdico alarde de su infantilismo moral, o sea de su incapacidad de ponerse en el lugar del otro, y gritaran a los cuatro vientos que se debe marginar, discriminar y negar a unos cuantos, los derechos de las mayoría.
Los legisladores defeños, por su parte, pasarán a la historia por su decisión madura, por su congruencia con la democracia que representan, y por allanar el camino al resto del país.
Para Enoé Uranga, pionera y primera promotora de esta legislación, “la Ley de Sociedad de Convivencia da en el centro del verdadero valor de la democracia: el reconocimiento de que siendo distintos, todos somos iguales y merecemos los mismos derechos”.
Monsiváis comentó certero: “La aprobación de la Ley de Sociedades de Convivencia es otra prueba de una idea cuyo tiempo ha llegado; y de modo inverso y complementario, la intolerancia homófoba es una idea cuyo tiempo comienza a agotarse, y ya se ve patética”. Tan patéticos como los adultos que hicieron berrinches y alardearon de su infantilismo moral ante el micrófono, sin advertir que hoy es tiempo de democracia; que tenemos que educarnos a nosotros mismos para llegar a juzgar con madurez moral.
Según esta flamante ley, “una sociedad de convivencia se constituye cuando dos personas deciden establecer relaciones de convivencia en un hogar común con voluntad de permanencia y ayuda mutua”; puede tratarse de personas que viven en unión libre o que comparten un mismo techo; de sexos diferentes o iguales. Y al registrarse como sociedad de convivencia, sus miembros gozarán de unos cuantos de los derechos que durante siglos han disfrutado quienes viven en matrimonio. Lástima que sólo pueden acogerse a ella los defeños.
Señoras y señores diputados de la LVI legislatura poblana: ¿no creen que es momento de generar una Ley Estatal de Sociedades de Convivencia, en congruencia básica con la madurez moral que exige su cargo, y en justo servicio a la ciudadanía?
1 comentario:
Estoy de acuerdo con usted al considerar un acierto la aprobación de la Ley de sociedades de convivencia; también en la necesidad de que las legislaturas de los estados promulguen leyes análogas.
Lo que no me gusta tanto es la comparación de un niño en desarrollo con una sociedad como la mexicana; aunque es un buen recurso literario, la analogía no debe llevarse muy lejos.
Me gustó su artículo.
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