Autor: Guillermo Hinojosa R.
Publicación: e-consulta, 27 Noviembre 2006
No se podría culpar a un observador extranjero que llegara a la conclusión de que los mexicanos no están listos para la democracia. Si acaso se le podría reclamar que no se metiera en los asuntos nacionales. En realidad tampoco se podría culpar a un observador mexicano que llegara a la misma conclusión.
¿Cuál sería el razonamiento de nuestros supuestos observadores para llegar a tan indeseable conclusión? Algo así como: México vivió en relativa paz mientras duró el régimen priísta no democrático. Cierto que había represión, miseria y corrupción pero algo se avanzaba; bastaba la voluntad del presidente para que las cosas se hicieran. Hubo algunos presidentes medio desenfrenados pero sus locuras las corregía el sucesor.
En el año 2000 la presión popular, y la votación, fue tal que el viejo régimen tuvo que ceder la presidencia y el nuevo declaró formalmente que México ya era democrático. Quizá el presidente Fox no fue un buen político, lo cierto es que fue el único que creyó que de veras ya había democracia en México y actuó en consecuencia. Pero nadie más.
Los diputados siguieron pensando que su deber era desbaratar la omnipotencia presidencial. Aún los del mismo partido del presidente siguieron comportándose como si siguieran siendo la oposición de siempre. Los poderes informales como los sindicatos corporativos, los luchadores sociales, los líderes de movimientos populares, todos siguieron actuando como si el presidente fuera todopoderoso, como si no hubiera democracia y viviéramos en un régimen autoritario.
Cuando el presidente respondía que no le tocaba resolver este o ese problema, lo criticaron por débil. Cuando los diputados probaron su poder y bloquearon todas las iniciativas presidenciales dijeron que el presidente era inepto porque no sabía negociar con ellos y no lograba hacer aprobar sus proyectos.
Todo el sexenio de Fox se perdió políticamente porque muy pocos supieron comportarse como demócratas. Las costumbres y tradiciones del viejo régimen no se pudieron cambiar de la noche a la mañana. Aun hoy, los líderes de la APPO exigen hablar ‘directamente con el presidente’ como si quisieran hablar con su majestad el rey, el último recurso, el único que puede resolverles el problema. No oyeron la declaración formal de que México ya era un país democrático donde el presidente encabeza uno de los tres poderes y no puede obligar a los otros dos, ni meterse en asuntos internos de los estados.
Lo que ha sucedido a partir de la elección del dos de julio de 2006 no hace más que confirmar la sospecha de que los mexicanos no están listos para la democracia; no la quieren; no saben cómo es; no pueden vivir en ella. ¿De qué otra manera se puede entender que intelectuales generalmente sensatos, opinadores públicos, líderes sociales, un partido político íntegro con todo y sus senadores y diputados electos democráticamente, crean que las acciones de López Obrador son benéficas para el país? Sólo que tengan otras prioridades más importantes que la democracia. Lo cuál demostraría la conclusión: los mexicanos no están listos para la democracia.
Creer esa conclusión de los supuestos observadores de ninguna manera es aceptar que más nos vale volver a un régimen no democrático y autoritario; al contrario, debemos avanzar a paso más veloz por el camino a la democracia y al mismo tiempo dejar de fingir que ya somos en realidad lo que proclamamos ser. Quedan muchas instituciones y costumbres del antiguo régimen, más las que florecieron en el nuevo como las tomas de calles y plazas, que deben irse al diablo antes de pensar que estamos listos para la democracia.
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