Autora: Ma. Alejandra Díaz Rosales
Publicación: Síntesis, 24 de mayo de 2007
Quisiera regalar a mis colegas profesores una reflexión que ha ido danzando en mi interior hace tiempo, a propósito del pasado 15 de mayo, fecha que celebré emocionada por los 22 años de itinerancia pedagógica en escuelas y universidades donde cada presencia humana me ha ido alquimizando. Como un acto de post-celebración, comparto con ustedes lo que ha significado ser y hacerme en las aulas.
La semilla de la vocación al magisterio se fermenta en el hogar; mi escenario de familia fue la tierra donde se abonó un espíritu de trabajo con las personas, originalmente con los niños y más tarde con los jóvenes y adultos. Es la casa el lugar primigenio para animar el servicio; porque si existe un primer valor que impulsa el encuentro educativo es éste, el de la disposición personal para acompañar a los demás.
En la trayectoria festiva de enseñar y aprender he tenido también la suerte de coincidir con muchos formadores, ellos han sido las miradas y corazones sabios que nunca me han faltado para ahondar en común sobre el horizonte de la educación y zanjar juntos mi sentido profesional. Recuerdo a uno de ellos, a Benjamín; un estudiante de preparatoria en una escuela rural ubicada al suroeste de Jalisco, en el valle de Ameca. En la reunión de fin de curso evaluando a todos los maestros, Benjamín expresó: “el problema es que no todos los profesores practican la fuerza que llevan dentro”; más que señalar la agotada problemática a la que nos referimos trivialmente sobre lo que impide o favorece la práctica docente, Benjamín aludió al tema intrapersonal; su conclusión podría generar varias disertaciones, a mí me impactó porque estoy convencida de que los alumnos creen en nosotros si desinhibimos el potencial de nuestra vocación y si hacemos palpable la motivación que nos inspira a ejercer la docencia. La interpelación humana que ocurre en el aula hace insoslayable lo que genuinamente somos.
Es innegable que aquello que nos moviliza a servir a otros, desde la educación, es la sustancia interior. En analogía con la alquimia, la sustancia interior serían los “metales” de que estamos hechos, o sea las experiencias, saberes, intenciones y sueños que nos configuran y que están expuestos a transmutarse en “oro” o en luz para los demás. Un profesor ilumina no sólo cuando comparte su conocimiento, sino cuando recupera y aprecia la sabiduría de cada alumno, y cuando nombra cada rostro y hace memoria de cada voz.
El profesor se construye en ese espacio micro-social que se llama aula, donde la cotidianidad hace de anfitriona a la fiesta de la transformación; el único requisito para participar es la conciencia –sensible y racional- de que aquellos con los que departiremos nos modificarán. La simple intuición de que seremos distintos al concluir un curso escolar plantea una perspectiva lúdica y creativa que hace cromático nuestro quehacer profesional.
Las múltiples historias que se conjugan en el aula, las ideas y vivencias esculpidas en cada gesto, y el proceso de reconocernos todos aprendices bailando a distintos ritmos los temas para la razón, hacen del educador un artista, quien enfrenta el reto mayúsculo de dar alas a cada corazón.
Hoy puedo reconocer que ser maestra es un acto de conquista personal y comunitaria que gana terreno cuando aprender-nos se convierte en la aventura diaria de descubrir cómo y de qué manera podemos mejorar el mundo, porque cierto es que también nuestro mundo necesita ser alquimizado. Estoy convencida que construirnos desde el camino pedagógico, es la posibilidad más cercana de dignificación y soberanía de lo humano.
¿Qué somos los profesores sino alquimistas de lo humano? Somos los místicos de un proceso que se antoja siempre novedoso, provocador de alternativas y de permanente resignificación, porque el “recurso” más preciado es un sujeto, y en este universo caben maravillosas posibilidades de desarrollo.
Celebro con todos aquellos que libre y gozosamente hemos elegido esta profesión, para con entusiasmo comprometido hacer de ella la opción profesional que humanice la vida.
1 comentario:
Magnifica información en la me pone a reflexionar y una frase o palabra que se me quedo bien grabada en el mente dice: La semilla de la vocación al magisterio se fermenta en el hogar; mi escenario de familia fue la tierra donde se abonó un espíritu de trabajo con las personas, originalmente con los niños y más tarde con los jóvenes y adultos.
Hay que saber valorar las personas que nos rodean y sobre todo aprender de sus maravillosas cualidades, todos tenemos defectos y hay que ver sobre todo el lado positivo de cado uno, muchas gracias por la magnifica información, saludos.
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