Autor: Mtro. Bernardo Reyes Guerra
Publicación: E-consulta, 28 Mayo 2007
Durante el aguerrido siglo XX, el concepto de organización vio hechas realidad sus mayores ilusiones, como la adquisición de la libertad legal de acción semejante a la de las personas humanas. Hoy en día, una persona moral puede realizar las mismas acciones que una persona humana, salvo participar en actividades electorales, y como es considerada esencial e importante para la prosperidad social, tiene algunas concesiones, desde el punto de vista fiscal.
Desde esta perspectiva la organización se ve como poseedora de una infraestructura que permite la ejecución, tanto de productos como de servicios, y por ende esto la convierte en la fuente primordial de desarrollo y de empleo de la comunidad, debido a que es el elemento de sostenibilidad de las personas humanas. Este paradigma coloca a la organización como un meta-humano, solo que sin alma que condenar o cuerpo que encarcelar.
Capital es lo que se requiere para provocar un desenlace diseñado, por lo que bajo el paradigma de la modernidad, los capitales más importantes son las finanzas, que permiten la adquisición de bienes para implantar procesos, y la estructura, que permite interconectar y transformar insumos para producir “bienes” para el mercado; luego entonces, desde este punto de vista, el capital financiero y el capital estructural son los únicos activos (capitales en funcionamiento) que generan prosperidad (bienestar). Los humanos, en este contexto, son recursos que cuando ya no apalancan a la estructura para dar margen a las finanzas, se tornan en pasivo laboral, las leyes de muchos países se han adecuado para permitir que las organizaciones tengan la preponderancia de las decisiones y para proteger esos recursos humanos y su derecho a pertenecer a las empresas.
Esta es la gran historia del siglo XX, donde el foco de las decisiones está en la eficiencia, donde el humano está al servicio de la organización y ésta al servicio de la generación de utilidades para los dueños de ellas. Esta imagen es claramente una caricatura para resaltar algunos puntos determinantes de nuestra sociedad y en honor a la equidad habría que dejar claro que hay muchas empresas y accionistas que han sido y son grandes promotores de la justicia y la equidad y han dado dignidad a la persona y a la naturaleza.
¿Es posible ver a la organización de manera distinta en los dinteles del siglo XXI?
Cada día es más claro que la capacidad de darse cuenta de la interrelación de las cosas, para hacerse cargo de la realidad, es un atributo de la persona humana, así como el de la capacidad de actuar en equipo y establecer relaciones sólidas con otros humanos; este capital humano, formado de la intelección y la interrelación es el verdadero motor de una organización y es propiedad de la persona humana quien por su propia voluntad los puede poner al servicio de una organización, pero al separarse de ella , ese capital humano también se separa de la organización; el valor de una base de datos no radica en los nombres y los teléfonos, sino en la capacidad de establecer diálogo por medio de esos recursos. Lo importante de un recurso, no es el recurso en sí, sino el servicio que puede prestar dicho recurso y el elemento que activa dicho servicio, que es el capital humano.
En la era del conocimiento, en la que estamos entrando, cada vez es más importante esa capacidad de darse cuenta de la interrelación de las cosas y de la capacidad cooperativa, por lo que el capital financiero y el andamiaje de los procesos han dejado de ser esenciales, se han quitado de la cadena de valor, para dar paso a una nueva conformación del capital estructural.
Las organizaciones ahora requieren convertirse en un nodo de red, donde las personas humanas pueden “enchufarse” para lograr mayor capacidad de Innovación, ejecución y competitividad, para lo cual es indispensable la comunicación. El nuevo activo, capital en funcionamiento, de la organización del siglo XXI es un capital estructural basado en:
· fomentar la innovación y la aceptación de que toda decisión, producto o servicio caduca en su pertinencia y por lo tanto el cambio debe planearse.
· La capacidad de ejecución, alineando los procesos, las prácticas y la planeación de tal suerte que el énfasis está en la administración de significados y no en la administración de costos.
· La inteligencia competitiva que permita reconocer las tendencias y los cambios, tanto los abruptos como los sutiles y que dan ventajas para diseñar acciones que permitan construir un futuro común más pertinente.
· Un proceso de diálogo que permita la multiperspectiva y la revalorización por medio de un continuo aprendizaje de los personajes involucrados, internos y externos, que conduzca a una ética consensuada y a que las decisiones se tomen en los puntos más cercanos al acto organizacional.
Las tecnologías de información brindan hoy día un entorno de comunicación muy importante, quizá son el gran cambio del milenio, pues la oportunidad de la convergencia de los medios masivos de influencia como el texto, el radio y la televisión y el internet, primer medio masivo de comunicación bidireccional del hombre, nos devuelve un ágora aristotélica postmodernista.
La organización al servicio del hombre y no al revés, es la gran temática del siglo actual, donde la competitividad y ejecución de la organización son apalancadas por el intelecto y visión humanas. ¿Un reto alcanzable o una utopía más?, dependerá de cómo transitamos de la era industrial a la era del conocimiento; de hecho depende de ti y tu disposición al diálogo.
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