Autor: Frank Loveland
Publicación: La jornada de oriente, 3 de Mayo 2007
El Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la UAP, junto con El Colegio de México, han publicado recientemente la mayor parte de las ponencias, revisadas y corregidas, expuestas durante el simposio “El Quijote desde América” que tuvo lugar en febrero de 2005 en el salón Barroco de la UAP como parte de las celebraciones de los 400 años (16052005) de la publicación de la llamada primera parte del Quijote.
Aquel simposio fue singular por varias razones. En general, los simposios son entre expertos y para expertos; éste fue abierto al público y gratuito. En general, estos congresos son aburridos y se discuten minucias e investigan excéntricas problemáticas que, como el propio Quijote podría decir, “después de investigadas y averiguadas, muy bien podrían excusarse” (en castellano moderno, a quién fregaos le interesan). En cambio, para mí lo más sorprendente fue la abundante asistencia general: tres días estuvo lleno el salón Barroco, y la gente venía por la mañana y regresaba en la tarde si podía.
Para muchos, quiero suponer, fue el descubrimiento de la enorme variedad temática y riqueza literaria de la obra de Cervantes. Tirar por la borda la versión “El hombre de la Mancha”, con todo y su “soñar, lo imposible soñar”, para empezar a ver que El Quijote es una obra que sorprende al lector contemporáneo aún más de lo que sorprendió a los lectores del siglo XVII.
Reconocida como la primera novela moderna, sólo hasta el siglo pasado, digamos a partir de los estudios de Américo Castro (1919), la crítica comenzó a comprender plenamente y a fondo la modernidad de la novela. Novela fácil de leer pero infinita para comprender, por primera vez un texto de ficción pedía a gritos la activa intervención del lector para las posibles interpretaciones.
Fue desafortunado que los críticos románticos alemanes, a principios del siglo XIX, realizaran una interpretación bonita, pero a fin de cuentas superficial y pueril, que quedó con el tiempo como la interpretación culturalmente “oficial” de El Quijote: el caballero idealista y su escudero materialista, imaginación contra realidad. Hoy día, casi nadie lee la novela pero todo mundo sabe “de qué se trata”, y por lo mismo, prefieren no leerla. Nos quedamos conque el Quijote es un loco idealista que arremete contra molinos de viento.
El Quijote es mucho más. Quien finalmente se decide a leer el texto, no puede menos que sorprenderse. Cervantes, para empezar, escribe lo que es la primera reflexión a fondo sobre los posibles efectos y usos de un fenómeno nuevo que aparece a lo largo del siglo XVI: la lectura privada, en silencio. Así como hoy día se levantan voces alarmadas sobre los “peligros” de la navegación irresponsable de nuestros jóvenes en internet, así en aquel siglo abundan las prevenciones contra el uso privado, sobre todo entre los y las jóvenes, del novedoso artefacto llamado libro y la aparición entre ellos de historias ficticias y mentirosas, hoy conocidas como novelas. Leer en silencio historias ficticias nos hace desear ser otros, y si El Quijote inicia a partir de la entonces noción común de que la lectura de ficciones mentirosas puede enloquecer al lector, la característica y deliberada ambigüedad del texto va deconstruyendo las afirmaciones del narrador al notar la realidad del deseo que emerge a través de dichas ficciones (¿Cómo no van a ser verdad la generosidad y la justicia? Cierto que no son verdad, pero, ¿cómo no desearlas y corporizarlas?). Simultáneamente, el buen caballero sufrirá un largo proceso de desengaño en tanto su escudero va “cayendo”, con plena conciencia, dicho sea de paso, en las verdades ficticias que su patrón le propone. La quijotización de Sancho y la sanchificación del Quijote les llama Américo Castro.
La oposición idealistarealista entre caballero y escudero no es más que punto de partida hacia una creciente y compleja problematización del tema. La novela parece sugerir que el ser humano es ciertamente un animal de carne y hueso, pero habitado por un ser imaginario, y cuando dicho ser coincide totalmente con lo que la historia y sus circunstancias le han hecho ser –personaje realista–, es como si no existiera, bueno para la estadística y las encuestas, diríamos hoy día, y nada más. Es la transgresión sobre la realidad que el deseo realiza lo que humaniza al animal humano, lo que nos lleva a ser una especie que construye su realidad a partir de su imaginación, es decir, su deseo y no su instinto. Pero claro, en esta novela signada por la ambigüedad y la naturaleza compleja de nuestros pensamientos y deseos, a la vez la célebre pareja recorre un mundo donde la creciente comercialización y racionalización del entorno anuncian un mundo exclusivamente realista, un mundo empeñado en asesinar sus capacidades imaginativas: empeñado en hacernos a todos sanos y normales, seres calculadores y oportunistas, modernos y civilizados, pues. Un mundo donde la imaginación será entretenimiento pueril, o síntoma patológico.
Curado el Quijote de su locura, la novela ya sólo puede narrar su muerte definitiva. Lo único que queda suelto, con hartos deseos de más capítulos y aventuras, como señalaba mi profesor Márquez Villanueva, es Sancho. Condenado a regresar a su realidad, Sancho Panza se nota desesperado ante la gris sanidad de su agonizante patrón ficticio. Nadie escribió la continuación de su vida. Quizá el primer personaje plenamente moderno, habría desarrollado el primer caso de neurosis literaria: el hombre al que, sin deberla ni temerla, se le ha prohibido usar la imaginación que cierto personaje/libro, ficticio, loco y engañado, le despertó.
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