Autora: Celine Armenta
Publicación: Síntesis, Puebla, 13 de abril de 2010
¡Encontremos al culpable, neutralicemos sus efectos y la subordinación de las mujeres quedará eliminada! Esa parecía la consigna de una mesa redonda en el exitoso Festival Pasión del Instituto Municipal de Arte y Cultura de Puebla.
Pero, aunque el título de la mesa era: La educación judeocristiana y su influencia en el establecimiento de la figura femenina en México, ninguna de las ponentes caímos en la tentación de culpar a la religión de las miserias que las mujeres hemos aguantado por generaciones y que hoy son evidentes tanto en la exaltación de la vida desde la concepción como en la violencia machista.
Sí es importante hallar al “culpable”, pero llamar así a las religiones es una falacia burda, tan persuasiva como errónea. El que los jerarcas religiosos apoyen la perpetuación de una misoginia imperdonable, no los hace causantes de la misma.
Las culturas no-occidentales y las previas a lo judeocristiano también relegaron a la mujer; y muchas de manera más tajante que nuestra cultura. La subordinación de la mujer ha sido un fenómeno planetario desde que la humanidad tiene memoria. ¿Quién y cuándo la inventó?
En la época de las cavernas no imperaba la lógica que hoy mantiene a la misoginia; hay indicios de que había culturas patrilineales, matrilineales y mixtas en esas sociedades de economía sin acumulación de riqueza, sin propiedad privada o comunal y con densidad poblacional mínima.
Pero hace diez mil años tuvo lugar la Revolución Neolítica, tras la última glaciación y la consecuente escasez alimentaria para los recolectores, carroñeros y ocasionales cazadores humanos de entonces.
Esta fue la primera transformación radical de la humanidad, cuando surgieron la sedentarización y la agronomía. El crecimiento poblacional se convirtió en deseable, lo que legitimó el culto a la maternidad y la condena al aborto. Se generaron excedentes; se creó la propiedad y su acumulación; la concentración de poder ofreció ventajas; y las mujeres se convirtieron en propiedad valiosa que debía ser controlada.
Hoy la tecnología permite un nuevo cambio y la crisis económica y ecológica nos urgen a realizarlo. Hoy en México podemos revertir la inequidad que no es fruto de 500 años de “educación judeocristiana” sino de 10,000 años de un modelo ya agotado. La tarea es menos fácil de lo que parecía, pero tenemos urgencia de lograrla.
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