Autor: Alexis Vera
Publicación: E-Consulta, 21 de abril de 2010
El mundo occidental le apostó y le sigue apostando desde hace ya varias décadas al capitalismo extremadamente liberal como fórmula única de solución al problema de la generación de riqueza y disminución de la pobreza. Estados Unidos ha encabezado la lista de las naciones promotoras de dicho modelo. A su vez, México, como fiel discípulo, ha abanderado incondicionalmente las ideas del vecino del norte.
Sin embargo, hoy el mundo tiene ya suficientes evidencias de que el liberalismo económico, aunque eficaz para generar riqueza, no es igualmente efectivo para distribuirla y tampoco para reducir la pobreza. En efecto, en México tenemos grandes multimillonarios pero también tenemos muchos millones de pobres. Y es que el liberalismo económico parte del supuesto de que las empresas, al actuar en su propio beneficio, también hacen un bien público, pero la realidad nos ha mostrado que esto no es siempre cierto. Incluso hemos visto que en muchos casos las cosas son justo al revés. Para muestra un botón: recientemente hemos sido testigos de que no pocos bancos estadounidenses otorgaron créditos hipotecarios irresponsablemente pensando en las enormes ganancias que esto les traería; sin embargo, tales acciones resultaron sumamente dañinas para el resto de la sociedad, pues detonaron una crisis mundial sin precedentes. Crisis de la cual todavía no acabamos de salir. Nuevamente fuimos testigos de cómo en este sistema, con frecuencia, las ganancias se privatizan y las pérdidas se socializan.
A pesar de las recurrentes crisis, tampoco parece cierto que todo en el neoliberalismo sea malo. Este sistema es probablemente una de las mejores formas que ha encontrado el hombre hasta hoy para organizar la economía. Pero es imperfecto y, entre más liberal se hace, menos bueno es, en especial para el grueso de la población. La derecha política del mundo nos ha querido convencer, desde hace décadas, que dejar que las empresas hagan lo que quieran es también bueno para el resto de la sociedad. Pero la realidad nos ha mostrado que, a partir de cierto punto, esto es completamente falso; dejar demasiado libres a las empresas puede ser incluso destructivo para la mayoría de la población.
La derecha (y el centro también) deben aceptar que se equivocaron cuando nos dijeron que todos estaríamos mejor con el neoliberalismo. Es evidente que en nuestro país cada vez hay más gente en la calle y que el crimen ha aumentado (por sólo mencionar algunos síntomas negativos), y tal cosa es en gran medida debida al tipo de capitalismo que tenemos y, además, a una mala puesta en práctica del mismo. En efecto, el neoliberalismo que se practica en nuestro país parece más una copia pirata del de Estados Unidos que un modelo bien pensado y adaptado a nuestra realidad. En el mundo hay muchos mejores casos de neoliberalismo puesto en práctica que el nuestro. Por otra parte, la izquierda política debe pensar en soluciones alternativas realistas, no utópicas (como acostumbra), al problema de desarrollo en México.
A Einstein se le atribuye la idea de que "tonto es aquel que intenta obtener resultados diferentes haciendo las cosas de la misma manera". Nuestros gobiernos siguen necios con impulsar el capitalismo en extremo liberal. Nos prometen salir del hoyo haciendo lo mismo que nos metió en él. Pero además, el reto no es solamente elegir el modelo de desarrollo nacional más apropiado, sino también decidir cómo éste se debe ejecutar en la práctica. Los países nórdicos, que son quizá las sociedades más avanzadas del mundo, son capitalistas liberales también, pero en ellos el gobierno tiene un papel más activo y protagónico en la economía: interviene mucho en ella para asegurar que los intereses de particulares no dañen el interés público.
En México tratamos todo el tiempo de imitar a Estados Unidos, pero eso es sumamente tonto considerando que las condiciones sociales y económicas son diametralmente diferentes. Claro que también tenemos la presión, siempre tensionante, de un vecino extremadamente poderoso. A veces, aunque queramos, no tenemos mejor opción que hacerles caso. Pero nosotros lo empeoramos si todo el tiempo, y para todo, volteamos a encontrar respuestas al norte del río Bravo.
¿Cuándo entenderemos que este modelo de desarrollo es equívoco para nosotros y, en consecuencia, crearemos uno propio que responda mejor a los grandes y pequeños desafíos nacionales? La crisis social y económica que enfrentamos hoy nos lo exige categóricamente.
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