Autor: Mauricio López Figueroa
Publicación: La primera de Puebla, 07 de abril de 2010
Desde que tengo uso de razón la presencia de los representantes políticos en nuestras sociedades ha consistido en pregonar de diferentes maneras o por diversas vías sus "logros" y "dádivas" sociales. Sospecho que este estilo de hacer presencia social del político tiene que ver con una cultura, aprendida sin duda desde la escuela, y con una historia nacional que determina la manera en cómo el ciudadano común se relaciona con la autoridad.
Es común observar la diversidad de medios con los que la gran mayoría de los políticos difunden sus avances, pero con un estilo en el que dejan claro "lo que están haciendo por nosotros". Desde muy temprana edad, los ciudadanos de este país aprenden que las autoridades públicas merecen un especial y constante reconocimiento por los resultados de su gestión; así, es importante agradecerles que haya carreteras y puentes, hospitales y escuelas, transporte, calles y alumbrado. Al parecer nuestros gobernantes y representantes esperan una permanente genuflexión en reconocimiento de lo que, bajo su reinado, luce como producto de sus gestiones. Tal vez por eso no es de extrañarse que continuamente, sobre todo en tiempos electorales (que en este país es todo el tiempo), oigamos y veamos en los medios masivos la proclama de sus eficientes glorias cuando anuncian en sus informes de gobierno o gestión la cantidad de recursos invertidos en la infraestructura construida e inventariada al progreso nacional, como si esos recursos fueran de ellos. Esperan agradecimiento, y para dejarlo claro no hay propaganda política de este tipo que no se acompañe de una imagen estudiada y luminosa de nuestros honorables personajes, para que no olvidemos "lo que han hecho por nosotros", para que no olvidemos que si algo tenemos se lo debemos a ellos: esa raza única, entregada, sacrificada por el bien social.
La presión es enorme, sobre todo porque no hay partido que no deje claro que estos "logros" no se repetirán si las elecciones no les favorecen; todos sin excepción empaquetan sus promesas en una amenaza implícita de que lo que "nos pueden ofrecer" no será dado si no los elegimos, perderemos lo que, de hecho, es nuestro. No de ellos.
Esos medios y recursos propagandísticos, además de costosos, muestran también el nivel de cultura política de nuestra sociedad, pues tendemos a pensar que lo que vociferan con dedo acusador es muestra de que realmente están a nuestro servicio y realmente están realizando un trabajo político y social progresista, resultados todos ellos que debemos agradecer besando la mano electoral de los partidos. Pero como siempre en este terreno todo es mentira.
Desde luego que construir carreteras, hospitales o escuelas es importante, así mismo, la inversión en infraestructura y en la generación de empleos, pero esos resultados no son aplaudibles, son la obligación mínima de cualquier representante dedicado a la administración pública, es lo mínimo que se espera de ellos como servidores contratados y pagados por el pueblo. Diríamos que en esos resultados no se encuentra el magis del quehacer político, sino en lo que son capaces de transformar inteligente y estratégicamente en bien de la sociedad de hoy y del futuro.
La clave del quehacer político progresista está en que los partidos, en general, desarrollen un proyecto de nación viable e históricamente pertinente, un proyecto que verdaderamente desemboque en un programa de Estado que oriente los lineamientos y las acciones de nuestros representantes, en particular, para el desarrollo; un proyecto que realmente impacte en la conciencia ciudadana y favorezca el debate y la unidad -no la uniformidad- social. Por lo tanto, para juzgar si un político o un partido está haciendo su tarea debemos poner atención en las reformas y en las acciones que realmente mejoran la calidad de vida a largo plazo de todos, a pesar de que tales medidas sean incómodas- especialmente para ellos. En un país con gravísimas e históricas desigualdades necesitamos políticos reformistas, no chambeadores, no se trata de trabajar y cambiar para seguir igual.
Estas reflexiones no van dirigidas a nuestros representantes, aunque sí plantean un reclamo y una crítica enérgica al estilo que tienen de hacer política, y no van dirigidas a ellos porque es muy improbable que cambien. Estas ideas sí van dirigidas a la sociedad en su conjunto porque nosotros somos los responsables de modificar esa cultura servilista y agachona en la medida en que desarrollemos una verdadera conciencia ciudadana y, con base en ella, discutamos y aprendamos a exigir. Próximamente tendremos elecciones en nuestro Estado y la guerra de ofertas abiertas y de amenazas implícitas está en apogeo, si estamos de acuerdo en contribuir a la modificación de esa cultura nefasta del servilismo ciudadano frente al quehacer gubernamental, discutamos en la medida de lo posible y en los espacios ciudadanos en los que participemos (familia, amigos, escuelas, grupos deportivos, iglesias, universidades, empresas, etc.) cuáles son las necesidades sociales más apremiantes, qué reformas urgen para favorecer el cambio democrático y la justicia social, y qué cambios y acciones podemos promover para exigir claridad en el trabajo del gobierno en cualquier nivel.
No queremos dar las gracias por recibir lo que es nuestro, agradeceremos que, con lo nuestro, los políticos le den viabilidad a nuestras esperanzas.
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