Autora: Luz del Carmen Montes Pacheco
Publicación: El columnista, 14 de abril de 2010
Caso 1: En uno de mis libros favoritos, titulado "Mirar la práctica docente desde los valores", de María Cecilia Fierro y Patricia Carvajal, se encuentra el siguiente pasaje: una de las investigadoras le pide a una niña de seis años quien cursa primer año de primaria, que le platique de su escuela, que le diga qué le gusta de ella. La niña responde, "la escuela es... obedecer a la maestra, apuntar la tarea, no pelearnos con los compañeros, hablar bien de los maestros, estarnos calladitos". Ante la respuesta, la investigadora insiste en preguntar a la niña sobre lo que más le gusta hacer en la escuela, a lo que la niña responde, "¡Ah, sí! Tomar nuestros alimentos, no gritar en el salón, no jugar en el salón, portarse bien, y en caso de error, corregir". Surge otra pregunta "¿Qué es eso de en caso de error, corregir?" La niña responde, "pues que si te equivocas, lo tienes que hacer otra vez, y otra vez hasta que te salga bien".
¿Qué le parece lo que significa la escuela a una niña que apenas lleva unos meses en primaria?
Caso 2: Hace algunos años ya, un profesor de matemáticas me contó que quiso cambiar radicalmente su clase; ya no deseaba dar las clásicas clases expositivas en donde el profesor habla todo el tiempo y resuelve todos los problemas en el pizarrón. Así que al iniciar el curso, anunció a sus estudiantes que no habría "clase" y que ellos tendrían que trabajar en la resolución de problemas y ejercicios, y al final resolverían dudas. Una de las estudiantes respondió que ella pagaba una colegiatura para que el profesor le enseñara, no para que ella aprendiera sola.
Ahora pregunto: ¿Un profesor puede cambiar su práctica tan radicalmente? ¿De un día para otro? ¿Qué le parece la actitud de la estudiante?
Caso 3: Hace algunas semanas, pedí a mis estudiantes de un curso de metodología de la investigación que identificaran en tres reportes de investigación, los pasos que habían seguido los investigadores para alcanzar el objetivo. En el objetivo de los tres artículos debía estar presente el mismo verbo; es decir, los tres objetivos debían empezar con analizar, evaluar, etc. La tarea subsecuente era que en clase hicieran una metalectura e identificaran un patrón. De 14 estudiantes, sólo seis de ellos habían hecho el primer ejercicio por lo que el resto no pudo permanecer en el salón pues un requisito del curso es presentarse con el material o trabajo solicitado para cada día. En la sesión, una de las estudiantes que se había quedado mostraba una actitud apática hacia el ejercicio; le pedí que se pusiera a trabajar y ella me respondió que estaba cansada y desvelada pues había tenido que estudiar 16 presentaciones (una presentación contiene varias diapositivas) para presentar un examen. Yo le respondí que lo que yo le pedía era que trabajara en el tiempo de mi clase y que pensara un poco. Ella me respondió que precisamente el problema era que tenía que pensar.
¿Por qué algunos estudiantes se inclinan más por las tareas de baja demanda intelectual? ¿Por qué un examen tiene que prepararse a partir de resúmenes, que con suerte hicieron los mismos estudiantes, pero que normalmente son del profesor? Cuando yo estudiaba la licenciatura nuestra fuente de conocimiento eran dos o tres libros y en menor proporción, las notas tomadas en clase.
Caso 4: El mayor de mis hijos está cursando su segundo semestre en la UNAM, estudia la licenciatura en matemáticas. En su curso de cálculo II, comparte el aula con aproximadamente 180 estudiantes. Me ha comentado que tiene que llegar muy temprano a esa clase pues aunque están en el salón más grande de la facultad, sólo 120 estudiantes pueden estar sentados en una silla, el resto permanece de pie o se sienta en el suelo. Hace pocos días en una reunión familiar, nos mostró una foto en la que podía verse un vendedor de semillas que al ver muchas personas en ese salón entró a ofrecer sus productos. Nos sorprendimos y preguntamos por el profesor, "no había llegado", respondió mi hijo. Una de mis sobrinas le preguntó, "¿cómo pueden tomar tantos alumnos una clase? ¿Qué hacen?" Mi hijo respondió: "Cuando el profesor habla, todos nos callamos porque queremos escucharle". El profesor de ese curso es uno de los matemáticos más reconocidos en la facultad.
Este es un caso, raro pero real, en que el profesor puede pasarse las dos horas de su clase hablando y escribiendo en el pizarrón, y sus estudiantes atienden aunque exista una probabilidad muy baja de que se dirija directamente a uno de ellos para saber si tiene dudas sobre lo que dijo. ¿Debemos los profesores tener ese perfil para que los estudiantes atiendan en nuestras clases?
Caso 5. Hace poco escuché, en una reunión de profesores, que una estudiante pidió en un examen que se anularan dos preguntas, pues ella no asistió a la clase en que revisaron esos temas. El colmo ¿No le parece?
Podemos encontrar cientos o miles de casos como éstos, llámense anécdotas o ejemplos de lo que sucede en las aulas. Tantos, como profesores y alumnos, seamos. En cuanto a los alumnos ¿Ya no van a la escuela a aprender? ¿Por qué hay estudiantes que en cuanto llega el profesor están pidiendo que no haya clase? ¿Por qué estudiantes de preparatoria y de licenciatura, llegan a clases sin papel y pluma, si es que llegan?
En cuanto a los profesores ¿Los profesores provocamos que una niña como la del primer caso piense que la escuela es sólo seguir reglas y hacer repeticiones? ¿Por qué hemos sustituido los libros por resúmenes o cuestionarios que son una guía para los exámenes?
A estas alturas de la historia de la generación de conocimiento, ya no hay curso o programa que pueda incluir todo lo que puede aprenderse de una disciplina, ni siquiera los conocimientos básicos porque éstos también han cambiado. Ahora es básico manejo de íconos, manejo de diversos programas en computadora, navegación en la web de manera eficiente, entre otros.
Algunos principios que pueden ayudarnos a los profesores que queremos que nuestros estudiantes aprendan más y mejor -nada novedosos y siempre perfectibles-, son: a) siempre considerar que el estudiante es una persona capaz; b) situar en la base de todo proceso que se dice educativo, los procesos de lectura y escritura, no sólo de textos sino de cualquier objeto de conocimiento; c) diseñar actividades para estudiantes, cuya realización requiera demanda intelectual (es decir, que los hagan pensar), aún con el uso de medios; y, d) reconocer los conceptos y procedimientos necesarios de memorizar para no privilegiar la repetición y la mecanización sobre otras tareas.
Aún así, si aplicando estos principios, el estudiante no quiere trabajar, no podremos lograr nuestro cometido. Por supuesto, pueden ser útiles algunas estrategias para motivar intrínsecamente a los estudiantes; pero ellos y ellas son personas que toman sus propias decisiones y contra la voluntad o el desinterés, poco podemos hacer. De igual modo, un estudiante que quiere aprender, hasta con un mal profesor aprende.
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