Autor: José Rafael de Regil Vélez Publicación: La primera de Puebla, 19 de abril de 2010
En los últimos meses han aparecido frecuentemente en distintos medios noticias, artículos, columnas que hablan de denuncias que han sido hechas desde hace años en torno a la pederastia cometida por religiosos de la Iglesia Católica.
El asunto ha provocado reacciones. En Estados Unidos las demandas han tomado curso legal, las diócesis han desembolsado para indemnizar a las víctimas. En Irlanda el clero ha sido notificado por el Vaticano que afrontará medidas disciplinarias.
En México el caso del padre Maciel con las acusaciones de abuso hacia seminaristas de su congregación y contra sus propios hijos ha ocupado gran espacio en la prensa y los medios electrónicos.
Tradicionalmente la Iglesia ha tratado estos asuntos en silencio, sin informar a la sociedad.
Sin embargo, el tema ha tomado tal tamaño que hoy es posible encontrar en la página web del Vaticano un apartado intitulado "Abusos contra menores. La respuesta de la Iglesia", incluso ha sido dada a conocer la "Guía para la comprensión de los procedimientos de base de la Congregación de la Doctrina de la Fe que hay que cuidar en las acusaciones de abusos sexuales". Ya no es posible ignorar que hay en el abuso sexual a menores un problema.
En la mañana, cuando escribía este artículo, los medios daban cuenta del lacrimógeno encuentro de Benito XVI con víctimas de pederastia en Malta. La Iglesia se ha visto obligada a pronunciarse ante el público, porque está en el ojo del huracán.
Ante todo esto podemos hacer algunas reflexiones.
El Papa ha hablado, ha pedido perdón, ha dicho que delitos como éstos no pueden ser permitidos. Llama la atención que en países como el nuestro, en el cual hay denuncias de pederastia desde hace muchos años, no sea sino hasta muy recientemente que los obispos asuman hablar en público del tema y señalen que no cobijarán a los clérigos en estos casos. Tal pareciera que lo que los ha movido a hablar ha sido que el Papa lo ha hecho antes, no que las víctimas merezcan un trato digno, pues de ser así hubiera habido más transparencia y acciones firmes.
Creo que reconocer este tipo de problemas debe ser realizado por justicia con las víctimas, no porque el Sumo Pontífice hable y entonces todos lo demás lo hagan.
Por otra parte, recientemente el vocero del Vaticano señaló que la pederastia es un asunto más bien relacionado con la homosexualidad que con el problema del celibato… un juicio espectacular, pero posiblemente sin bases serias. En nuestro país no ha faltado quien como el obispo Arizmendi señale la culpabilidad de los medios de comunicación con sus "continuas invitaciones al hedonismo, al goce del placer, ante el cual sucumben tantas personas"… Así, los sacerdotes sucumben a un mundo de tentaciones que no debería existir.
En esta lógica, hoy por hoy debe ser discutida con toda apertura la conveniencia de una disciplina añeja como la de que los sacerdotes no se casen, porque las consecuencias de su proceder afectan más allá de las paredes de los templos. Este debate requiere del concurso serio no sólo de la filosofía y teología, sino de las ciencias humanas, que pueden dar mucha luz en lo que a la conducta humana se refiere.
Y es to pone el acento en algo más: ¿cuál ha de ser la formación para una sana afectividad que debe darse a quienes desempeñarán un servicio como el de los ministros de culto (y podríamos añadir educadores, psicólogos, etc., todos los profesionales que tienen que ver con procesos de acompañamiento de otros seres humanos). ¿Siguen siendo válidas las estructuras en las cuales una persona debe dejar su familia para formarse en régimen de internado durate edades en las cuales hay que consolidar la afectividad?, ¿basta con dar información sobre la sexualidad para resolver este tipo de problemáticas?
He sido testigo en muchas ocasiones de cómo algunas personas en las parroquias encubren a los padrecitos, con argumentos de muy diversa índole. Justifican sus fallas señalando que no son todos, que son humanos como otros, que ya Dios se encargará de juzgarlos y a nosotros nos toca ser caritativos para con quienes entregan su vida a nuestro servicio.
Esto, a todas luces, parece más sentimental que sensato. Los laicos han de establecer un mecanismo adecuado de acompañamiento y rendición de cuentas a sus pastores para que quienes encabezan sus comunidades lo hagan sin agraviar a nadie, ni en lo sexual, ni en lo económico, ni en ningún otro aspecto.
Claro, esto requiere personas que actúen como adultas y no como niños en custodia de quien les diga qué hacer, pensar, decidir, lo cual va de la mano con una adecuada formación en la que lo relativo a la fe tenga razonabilidad y no sólo se reduzca a cuestiones que hay que creer por creer, ni en reverencia irracional a autoridades a las cuales de ninguna manera se puede cuestionar.
La actual crisis que vive la iglesia católica pone sobre la mesa la necesidad de que en el mundo de hoy haya transparencia en lo religioso, que existan clérigos y laicos mejor formados; que en esta materia haya razonabilidad y no sólo fe a ciegas. No es posible dejar de hablar de estos temas.
No quiero terminar sin decir que la pederastia no es sólo un asunto de curas: ocurre en diversos ámbitos, incluso en el seno de las familias. No puede ser permitida en ningún espacio y habrá que trabajar para encontrar adecuados métodos educativos a fin de que las mujeres y los hombres podamos vivir relaciones interpersonales que no perjudiquen a quienes viven a nuestro lado.
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