Autora: Claudia
Rodríguez Hernández
Publicado: Puebla en Line, 01 de febrero de 2012
Más del 95% de los pacientes
que acuden a la consulta de atención nutriológica lo hacen porque han decidido
bajar de peso, las principales razones que los orillan a tomar dicha decisión
tienen que ver con la estética y con la salud. Por un lado están los pacientes
que desean bajar algunas “llantitas” que antes no tenían, que no les gusta lo
que ven en el espejo, que ya no les queda la ropa, que se sienten muy gordos,
etc.; y por otro lado están los pacientes que tienen alguna enfermedad asociada
al sobrepeso u obesidad y el médico les ha indicado bajar de peso para evitar
alguna complicación.
Sea cual sea el motivo, el
paciente llega a la consulta en espera de dos cosas: la primera es saber cuánto
peso tiene que perder y la segunda es una dieta que le haga perder dicho peso.
Y sí, generalmente y a resumidas cuentas eso es lo que hacen l@s nutriólog@s en
la consulta, establecer una meta de peso que deberá cumplirse en determinado
lapso de tiempo si se sigue la dieta prescrita.
¿Y qué es lo que ha resultado
con los pacientes bajo este esquema? Que los pacientes únicamente se enfoquen
en perder peso, incluso en muchas ocasiones hasta comen menos de lo prescrito
en la dieta con tal de llegar al peso meta lo más pronto posible. El problema
es que en cuanto los pacientes alcanzan dicha meta, se olvidan de la dieta y
empiezan a comer como comían antes de que tomaran la decisión de bajar de peso,
lo que origina que eventualmente se recupere el peso perdido.
Lo mismo sucede cuando las
personas se someten a las dietas que yo llamo “dietas de moda”, aquéllas que
aparecen en revistas o medios electrónicos, que prometen la pérdida de varios
kilos en pocas semanas y que generalmente son restringidas en alimentos,
desequilibradas y poco variadas. Desde que la persona inicia con alguna de
estas dietas, sabe que la seguirá por algún tiempo mientras consigue el peso
deseado, pero una vez que esto suceda la dejará y regresará a comer de la
manera en que siempre lo hace; esto lógico, nadie puede vivir el resto de su
vida siguiendo una dieta como esas.
Con base en lo anterior, es
evidente que de nada sirve el sacrificio, de nada sirve bajar de peso bajo este
esquema ya que tarde o temprano se recuperará; incluso, muchas veces más de lo
que se perdió. Esto último tiene sentido, debido a que después de un periodo de
restricción – también visto o percibido como un castigo – se genera la
necesidad de compensar o subsanar el daño ocasionado, mismo que se satisface haciendo
lo que estaba prohibido, en otras palabras, comiendo todo lo que durante el
tiempo que se llevo a cabo la dieta no se podía comer y además en cantidad
suficiente para saciar el apetito.
¿Qué hacer entonces? La
propuesta es olvidarse del peso, por lo menos hacerlo a un lado. Estoy de
acuerdo con que la pérdida de peso es un indicador importante para monitorear
los avances del paciente pero no debe convertirse en el objetivo principal del
tratamiento nutricio.
La meta principal del
tratamiento nutricio debe centrarse en el cambio de hábitos alimentarios, en
enseñar al paciente a comer de manera diferente, a que haga una mejor selección
de alimentos, a que planifique sus horarios de comida en función de sus
actividades normales. Si un paciente consigue lo anterior, se obtendrá como
consecuencia que pierda el peso que tiene de exceso, que llegue a su peso
adecuado y lo más importante, que con el paso del tiempo no lo recupere.
Asimismo, esta modalidad
implica que el paciente haga conciencia de que una vez que ha tomado la
decisión de bajar de peso y acude a la consulta de nutrición, se inicia un
proceso que no se detiene, en el que poco a poco se irán modificando sus
hábitos alimentarios hasta que se acostumbre a comer de manera correcta y
además, que este tratamiento no es una dieta más que sigue durante un tiempo
para luego dejarla y empezar a comer como lo hacía habitualmente.
Por su parte, l@s nutriólog@s
deben hacer a un lado las dietas restrictivas que originan que el paciente
constantemente tenga hambre y por lo tanto que piense en comer la mayor parte
del día, que se le antoje más que nunca aquello que no puede comer, ocasionando
en la mayoría de los casos ansiedad y estrés, mismos que no favorecen a que la
persona pueda controlar el apetito.
En su lugar es preferible
diseñar un plan de alimentación que sea lo más parecido posible a lo que
acostumbra comer el paciente, en donde se acuerde con el paciente el número de
comidas que debe hacer al día, los horarios de las mismas, se modifique el tipo
de alimentos que se consuman y que poco a poco se vaya ajustando la cantidad de
lo que el paciente va comiendo. De esta manera el paciente no irá de “cien a
cero” de un día para otro y no se sentirá a dieta, lo que hace más fácil que se
apegue a la nueva manera de comer y lo más importante, que se mantenga en esta
tónica que le permita comer correctamente sin presiones.
Trabajar con la modificación
de los hábitos alimentarios de los pacientes no es una tarea fácil, es más, es
casi imposible, ya que significa re-educar al paciente para lograr que cambie
la forma en la que ha venido comiendo desde siempre y que sea capaz de elegir
correctamente qué, cómo y cuánto come. Por lo tanto, es necesario hacer a un
lado los tratamientos convencionales centrados únicamente en la pérdida de
peso, mismos que no tienen un buen pronóstico a largo plazo para poner la
mirada en alternativas más flexibles y más fáciles de llevar a cabo, que
garanticen resultados permanentes.
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