Autor: Laura Angélica Bárcenas Pozos
Publicado: en lado
B, 23 de febrero de 2012
Es
complicado ser mujer en este siglo XXI, sin embargo agradezco vivir en esta
época y ser clasemediera, pues eso me ha dado posibilidades de vivir con
dignidad. ¿Qué quiero decir con esto? Pues que he tenido acceso a la educación
superior, que me he podido desarrollar profesionalmente, que soy respetada por
ser mujer y además cumplo en la medida de lo posible con mi rol de mamá y ama
de casa.
Podría decirse entonces que soy una mujer
realizada, sin embargo no es así. Las mujeres de mi generación viven lo que llamó
la transición del género femenino. Esto se refiere a que hace no muchos años,
cincuenta más o menos, el rol de las mujeres estaba claramente definido, había
que casarse, ser ama de casa, mamá y atender a los niños. Por eso cuando los
hijos se empezaban a ir, las madres vivían el síndrome del nido vacío.
Pero hoy la cosa ha cambiado tanto, que las
mujeres no sabemos a qué rol responder sin sentirnos mal. Pues por un lado
queremos cumplir ese rol tradicional que aprendimos de nuestras madres y
queremos atender “como se debe” a nuestro esposo y nuestros hijos, pero por
otro lado queremos desarrollarnos profesionalmente y salir al mundo a laborar
de demostrar de lo que somos capaces, porque nos hemos preparado.
Cuando dejamos de hacer una cosa o la otra, simplemente
se nos complica pues uno de nuestros pesados lados no está siendo desarrollado.
Así que buscamos a toda costa cumplir con los dos roles. Lo peor, es que cuando
lo estamos haciendo, siempre sentimos que en uno de estos no lo estamos
cumpliendo suficientemente bien y nos sentimos culpables. Así que nada nos
consuela, si sólo somos amas de casa, no nos estamos desarrollando
profesionalmente, sino nos casamos y tenemos hijos, no estamos cumpliendo con
nuestra misión en la vida y si hacemos las dos cosas, no estamos haciendo bien
alguna de las dos.
A veces me pregunto que de qué se trata, de
amargarse la vida o de qué. Nunca encuentro la respuesta, pero tampoco me
atrevo a renunciar a ninguno de los roles que tengo asignados, aunque esto me
mantenga constantemente estresada. Lo único, es que en este momento de la
historia, como mujer, puedo decidir qué hacer con mi vida, si trabajo, si me
dedico a mi casa y mi familia, si hago las dos cosas y como nunca, no hay nadie
atrás de mí decidiendo qué cosa hago yo con mi vida. Por eso todos los días doy
gracias a Dios por haber nacido en esta época de indefinición, pero de
independencia.
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