viernes, marzo 11, 2011

Formación de la conciencia y la ciudadanía

Autor: Rubén Hernández Herrera
Publicado: La Primera de Puebla, 09 de marzo de 2011

     Se ha insistido que no es lo mismo formar que informar: informar es transmitir el conocimiento como dato, como número, como referente, como saber estático, pero de manera acrítica, sin que se cuestione; y muchas veces, sin que se sepa para qué se quiere tener tal conocimiento. Formar se refiere entre otras cosas, a desarrollar los talentos, las capacidades más excelsas de lo humano y dentro de éstas, a la conciencia. Formar la conciencia es desarrollar la capacidad suprema de lo humano por la cual se sabe que se sabe, se adquieren múltiples saberes, sabiendo de qué se tratan éstos, reconociendo su pertinencia, necesidad, importancia social e individual, entre otros aspectos.
     La conciencia nos lleva a reconocer que más allá de nuestro propio yo existe un mundo abierto que nos invita a ser conocido; diferenciando, por tanto, nuestra subjetividad de la exterioridad. Igualmente, la conciencia tiene un movimiento hacia el interior de la subjetividad, por medio del cual valora su propio actuar, la idea sobre el bien y el mal. Por ello, para diferenciar los movimientos de la conciencia, se habla de ella precisamente cuando se habla de la interioridad moral del sujeto.
     Por otra parte, la conciencia no está limitada a una sola manera de saber, por el contrario, es la que posibilita toda adquisición de conocimiento. Así, la conciencia se puede formar haciendo referente a múltiples acciones y objetos que nos importan a los seres humanos, entre otras - e indicando sólo algunos aspectos relevantes-, las siguientes: la conciencia histórica por la cual reconocemos nuestro ser colectivo en el devenir del espacio y el tiempo; la conciencia ética y moral, que nos permite asumir nuestras responsabilidades, deberes y derechos comunitarios; conciencia religiosa, que diferencia la religión de las instituciones que la administran, centrándose en el desarrollo del ser espiritual; la conciencia psicológica, que se centra en el reconocimiento de la conducta del propio yo y su relación con el mundo que lo rodea; la conciencia social, que diferencia y relaciona al yo con relación con los otros en comunidad; la conciencia filosófica, por la cual reconocemos la presencia del ser y la importancia de ser, diferenciándola de la nada; la conciencia cultural, que identifica al ser humano realizándose en sociedad, adquiriendo saberes por imitación, reproduciendo otros más y eventualmente creando y recreando el medio en el que se desarrolla la cultura; conciencia ecológica, mediante la cual nos damos cuenta de que estamos inmersos en un mundo natural y que nuestras acciones o falta de ellas en relación con ella tienen consecuencias que retroactúan a favor o en contra de la propia especie humana; conciencia del cambio, que es el saber - como diría Heráclito- que lo único que no cambia es el cambio, admitiendo así al cambio no como un hecho irremediable, sino como una constante en la historia de la humanidad que posibilita que nuestro mundo no sea uno y el mismo por la eternidad.
     Siendo la conciencia dúctil, moldeable, nos posibilita el reconocer en el desarrollo de cada conciencia particular subtemas de la misma conciencia, o mejor aún, tomar conciencia de las conciencias, como si de una supraconciencia o metaconciencia se tratara. Y de estas conciencias hay una más que por los tiempos que corren valdría la pena destacar, que es la conciencia del saber que somos habitantes de una patria común y miembros de una especie identitaria.
     Edgar Morin nos ubica en el planeta Tierra, reconociendo a éste como la patria común, en la que se ha desarrollado la especie humana, que es la que antes de cualquier nacionalismo se tendría que reconocer como el punto de unión y no el de división. En el trascurso de la evolución de la especie humana, ésta ha sido capaz de cometer todas las perversiones imaginables. Los tiempos actuales nos revelan con toda su crueldad el lado oscuro de lo humano, por lo que no es conveniente ni necesario negar esta cara de la especie humana. Pero la conciencia de lo oscuro, de lo negativo de la especie humana, no cancela ni agota la conciencia de todo lo humano que es positivo, por el contrario. Es ésta la que posibilita el reconocimiento de la otra cara de lo humano, de la que también es necesario que se tenga conciencia, es decir, la que hace referente a la exaltación del espíritu humano que se ha mostrado enormemente creador, generoso, magnánimo en su devenir.
     Finalmente, es necesario reconocer que de los grandes monumentos creados por el espíritu humano y su conciencia, se destaca la filosofía, la ciencia, el arte, la religión, la música, la gastronomía, la cultura toda; así como la generosidad de espíritus que han entregado la vida al servicio de la humanidad, y no sólo de los reconocidos públicamente como Mandela, Gandhi, Teresa de Calcuta -por mencionar a algunos-, sino también la de muchos, muchísimos seres humanos que desde el anonimato tienen <> de que vale la pena entregar la propia existencia al servicio de los demás, principalmente de los que menos tienen, de los que más necesitan, bien desde lo material, bien desde lo afectivo, o lo espiritual.

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